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Luego se dirigió a la mesita de noche y desconectó el teléfono. Al incorporarse creyó vislumbrar una sonrisa de satisfacción dibujada en sus labios. Emmy creyó que estaba desconectando el teléfono para que no hiciera ninguna llamada y que no se había enterado de la que había hecho desde el teléfono de la cocina. Bueno, menos mal.

Pero lo cierto era que, aunque tampoco deseaba que hiciera ninguna llamada, Brodie había desconectado el aparato del dormitorio para que no escuchara la llamada que iba a hacer él.

– Buenas noches, Emmy -dijo al cruzar la puerta de la habitación-; que duermas bien -añadió cerrándola.

Emerald apretó los puños y los dientes al tiempo que suspiraba de rabia; luego se fue relajando poco a poco para no montar en cólera. Después de todo, había tenido ella la culpa.

En aquellas circunstancias, coquetear con Brodie había resultado imperdonable y bastante estúpido por su parte.

Se desvistió y apartó el edredón para meterse en la cama, pensando que podrían haberla compartido sin haber puesto ninguna separación; al fin y al cabo, era una cama enorme. Pero Brodie también era un hombre muy atractivo, con lo cual imaginó que no pasaría muchas noches solo en aquella cama.

Sorprendentemente, aquella idea no se le antojó nada agradable y, mientras se metía bajo el edredón recién lavado, Emmy se dio cuenta de que, de hecho, no le gustaba nada.

Brodie volvió a la cocina y fue hacia el teléfono de pared, descolgando el auricular y presionando la tecla de rellamada.

– Le habla la operadora, ¿adonde desea efectuar la llamada?

Se quedó pensativo.

– Perdone, me he debido equivocar de número -y colgó.

¡Qué ladina! Seguramente había marcado después el número de la operadora para que no se enterara del número al que de verdad había llamado.

Parecía que, si quería dar con Kit Fairfax, no le quedaba otra que acompañarla a Francia.

Marcó el número de su secretaria.

– ¿Jenny? Siento llamarte tan tarde, pero voy a estar fuera del despacho durante toda la semana haciendo un trabajo para Gerald Carlisle. Por favor encárgate de cambiar las citas que tenga, pero hay un par de cosas más urgentes que deseo que hagas primero. Hay un coche que tomé prestado…

– ¿Emmy? -abrió los ojos al escuchar su nombre, al tiempo que alguien llamaba discretamente a la puerta.

Emerald los volvió a cerrar con rapidez. El sol entraba a raudales por los altos ventanales y le pareció demasiado fuerte después de una noche en la que no había parado de dar vueltas. Se puso boca abajo y hundió la cara en la almohada. Llamaron a la puerta de nuevo, esa vez con más brío.

– Vete, Brodie -murmuró, pero debió de ser que la almohada ahogó sus palabras porque oyó como se abría la puerta-. He dicho que te vayas; todavía quiero seguir durmiendo.

– Te he traído una taza de té; puedes ir desperezándote mientras me doy una ducha.

– No quiero despertarme todavía.

– Pues no te queda otra alternativa. He conseguido un par de billetes en el tren de las ocho y veintisiete que sale de Waterloo.

¿A las ocho y veintisiete? De momento se quedó inmóvil, ignorándolo. Había trenes y más trenes durante todo el día y tenía que elegir el primero de la mañana. ¡Qué eficiente! ¡Qué tremendamente eficiente!

– ¡Maravilloso! -murmuró.

– Me han dado a elegir entre ése y el de las seis cincuenta y tres, y pensé que no te haría mucha gracia despertarte a las cinco de la mañana.

– Pensé que salían cada hora -gruñó.

– Hay un tren a París cada hora, pero vamos a cambiar en Lille. He reservado billete hasta Marsella y, cuando lleguemos, podremos alquilar un coche.

– ¿A Marsella? ¿Por qué a Marsella?

– Dijiste que íbamos al sur de Francia -apuntó con tono suave-. ¿Quieres especificar un poco más? -le invitó.

– Supongo que Marsella está bien.

Emerald, viendo que no le quedaba otra, se incorporó sentándose en la cama. Lo cierto era que para levantarse temprano le gustaba más Brodie que un reloj despertador. Extendió el brazo y agarró la taza que le ofrecía, sonriéndole. Marsella era una gran ciudad, y en una gran ciudad podía pasar cualquier cosa.

– ¿No crees que deberías darte prisa si quieres que tomemos el tren de las siete y media? Te doy quince minutos para ducharte, Brodie; luego el baño es mío.

– Si lo compartiésemos, ahorraríamos tiempo.

Aquella forma tan natural de decirlo sorprendió a Emmy. Bien sabía ella que era una tontería menospreciar la inteligencia de aquel hombre. Le había dicho que impediría que la boda se celebrara, le costara lo que le costara; si decidía que la seducción era la mejor manera, podría meterse en un buen lío.

Bajó los ojos, recatada como una monja.

– Tengo por costumbre no compartir el baño con ningún hombre que acabe de conocer.

– ¿Solamente la cama entonces?

Cuando abrió la boca para defenderse, Brodie se había metido en el baño y había cerrado la puerta con un gesto rápido. Pensó en lanzarle la taza de té pero, como seguramente la obligaría a limpiarlo, decidió mejor bebérsela. Aun así, no lo olvidaría.

Abrió la bolsa de viaje, pensando lo que iba a ponerse para el viaje en tren, sabiendo que el tiempo mejoraría según se fueran acercando al sur. Tras pensarlo un momento, sacó un vestido mini sin mangas verde oscuro, moteado de florecillas color crema.

Sacó también una muda limpia y unas sandalias y bolso a juego. Cambió todas las cosas del bolso que había usado la noche anterior al otro; de la cartera sacó unos billetes de cien francos que había cambiado en el banco un par de días antes y los enrolló entre la ropa interior de seda color crema que había colocado junto al vestido.

Tendría que levantarse antes que Brodie a partir de entonces para poder tomarle la delantera.

El tren resultó ser muy cómodo, ya que Brodie había reservado asientos en primera clase. ¿Y por qué no cuando sería su padre el que iba a pagar la factura? Aun así, Emmy empezaba a arrepentirse de haber fingido que le daba miedo volar. Pensándolo bien, a partir de ese momento tendría que pasar las siete horas siguientes sentada junto a Brodie. Normalmente habría considerado aquélla como una oportunidad estupenda de coquetear tranquilamente con un hombre como el abogado.

Sin embargo, aquella no era una situación normal y por ello, nada más llegar a Waterloo había ido al primer quiosco para comprar tres novelas de bolsillo.

– Necesito dinero para pagar esto -dijo de pronto, volviéndose hacia él.

Era la primera vez que se dignaba a hablar con él desde que le confiscara todas sus tarjetas de crédito y todo el dinero que llevaba excepto unas monedas. Ella se había anticipado al guardarse los francos en la ropa interior, pero reaccionó con furia para no despertar sospechas en él. Y tampoco le hubiera costado mucho trabajo averiguar dónde se había escondido el dinero de haber sospechado: tenía los quinientos francos metidos en el sujetador. Deseó haberse guardado más pero, de haberlo hecho, habría dejado muy poco en la cartera.

– Estaba empezando a pensar que íbamos a pasar el resto del viaje en silencio -dijo, pagando los libros.

– Y es lo que vamos a hacer -le había contestado ella.

Brodie se había encogido de hombros.

– Tengo bastante trabajo como para mantenerme ocupado. ¿No quieres nada más? -y cuando ella respondió que no, añadió-. Entonces, será mejor que subamos al tren.

Sirvieron el desayuno y Emmy lo tomó en silencio mientras que Brodie, también callado, parecía más bien distraído y más interesado en el documento que estaba leyendo que en el enfado de Emmy.

– Es de mala educación leer en la mesa -declaró Emmy finalmente, protestando por su falta de atención.