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Se volvió, sorprendido.

– Oh, lo siento; pensé que no querías hablar, o al menos conmigo -cerró el informe que había estado leyendo y se quedó esperando.

Emerald se sintió como una tonta. Después de quejarse porque la había estado ignorando, sintió que tenía que decir algo. Pero al ver su mirada tranquila y distante no podía pensar en otra cosa que no fuera la noche anterior, cuando la había besado. Desesperada, hizo un gesto con la mano hacia los papeles que Brodie había estado leyendo y le pegó un golpe al vaso de zumo de naranja, que salió volando; aterrorizada comprobó cómo el líquido se vertía sobre la carpeta.

La azafata se dio cuenta del pequeño desastre e inmediatamente limpió la mancha más grande con un trapo. Brodie sacó los papeles de la carpeta y los limpió con su servilleta.

– ¿Le importaría tirar esto?

– Claro señor, y ahora mismo le traigo otro zumo a la señorita.

– No -dijo Emmy rápidamente-; no hace falta, gracias -cuando el hombre se hubo alejado, Emerald se volvió a Brodie-. Lo siento, ¿te he estropeado los papeles?

– No, no pasa nada -agarró la cartera y los metió dentro, pero no antes de que ella consiguiera ver el nombre escrito al principio de la página.

– ¡Dios mío! ¿Es cliente tuyo? -preguntó, un tanto sorprendida-. ¿Desde cuándo las estrellas del pop millonarias son clientes de Broadbent, Hollingworth y Maunsel? -le preguntó.

– Desde que estoy yo allí.

Emmy no era el tipo de persona a la que le gustase quedarse en silencio y vio que ésa era su oportunidad para romper el hielo.

– Cuéntame, entonces.

Brodie la contempló un momento. Emmy tenía los ojos verdes, moteados de un avellana dorado, y unas cejas oscuras y delicadamente arqueadas. Era una muchacha muy bella y por ello resultaba más peligrosa. Sin embargo, y a pesar de ello aceptó contarle algo sobre él.

– Conozco a Chas desde la escuela de primaria.

– ¿Chas?

– Así es como se llama: Charles Potter.

– Ya veo por qué se ha cambiado de nombre.

– Cuando le ofrecieron su primer contrato no podía permitirse contratar a un abogado y por eso su madre le sugirió que me pidiera consejo, ya que yo iba a estudiar derecho.

– ¿En serio?

– No todos nacemos con dinero, Emmy.

– Bueno, ¿y qué pasó con el contrato?

– Pues finalmente le aconsejé que firmara un contrato por cinco años. A ellos les interesó y al final todo salió bien. Por eso todavía sigo gestionando sus contratos.

– Es una bonita historia, Brodie. ¿Todavía sigue aconsejando gratis?

– De esa manera consigo a mis mejores clientes y a veces también a los peores. Dirijo también un despacho en una asesoría situada en una de las zonas más pobres de Londres.

– Un hombre muy comprometido.

– Un hombre que podría aconsejarte gratis ahora mismo -dijo muy serio-. Toma el siguiente tren que te lleve a casa, Emmy. Siempre es un error precipitarse con el matrimonio y, si Fairfax tiene sentimientos sinceros, esperará a que tu padre ceda.

Emmy agarró la novela, pero antes de abrirla lo miró y le sonrió con una sonrisa enigmática.

– Crees que va a ser fácil convencer a Kit para que acepte el dinero de mi padre, ¿verdad?

– Sí.

– Te has equivocado con él, ¿sabes?

A Brodie le sorprendió la intensa sinceridad con la que le habló, pero tenía razón: estaba seguro, como Carlisle, de que sería simplemente una cuestión de cifras. Pero mientras Emmy se recostaba en el asiento a leer, se imaginó en la piel de Kit Fairfax. Si Emmy lo amaba, ¿cuánto le costaría hacerle cambiar de opinión?

En ese momento se dio cuenta de que más valdría que pensara bien en lo que iba a hacer si Kit rechazaba el soborno.

A última hora de la tarde, el tren llegaba a Marsella. En media hora estaban sentados en el cómodo Renault que Brodie había alquilado.

– Bueno, Emmy, estamos en el sur de Francia. ¿Hacia dónde vamos ahora?

– Vamos hacia el norte y luego hacia el este.

– ¿Al norte y luego al este? -la miró algo divertido-. Perdóname, pero la verdad es que no estás siendo muy precisa. ¿Adonde vamos exactamente?

– Iré dándote instrucciones según vayamos acercándonos -dijo, saliéndose por la tangente.

– Pero así no; dentro de unas horas se hará de noche y no quiero acabar perdido en una remota carretera comarcal -que parecía que era lo que ella deseaba.

– Entonces ve hacia el norte, Brodie, y ya te diré cuándo tienes que desviarte. No te preocupes, me oriento de maravilla.

– ¿Por la noche también? ¿En serio?

– Claro que sí -dijo sin mirarlo a los ojos.

La miró pensativo antes de arrancar el coche y, saliendo del garaje, se dirigió hasta la intersección más cercana.

– ¡Te has equivocado, Brodie! Te he dicho que te dirigieras hacia el norte.

Capítulo 5

– Decirme al norte no es suficiente, Emmy. Llevo sentado en un tren desde las siete y media de la mañana y no pienso pasear por toda Francia como si fuéramos de caza. Pasaremos la noche en Marsella y saldremos a primera hora de la mañana, una vez que me hayas explicado exactamente adonde vamos.

Lo miró de hito en hito, sin poder dar crédito a sus oídos.

– Pensé que tenías prisa por terminar con todo este asunto.

– Y la tengo -se encogió de hombros-. Pero no tanto como para conducir de noche sin tener idea de adonde voy. Además, es una pena que estemos en la ciudad donde es famosa la bullabesa y no nos tomemos una.

Como Emerald se había negado a decirle exactamente adonde iban, temerosa de que la dejara atrás y fuera él solo a hablar con Kit, Brodie estaba raro desde por la mañana. Pero él pensaba que ella no tenía dinero y que dependía totalmente de él.

– Odio la bullabesa -dijo, acomodándose en su asiento.

– No hace falta que la comas. Conozco un restaurante cerca del viejo puerto donde estoy seguro de que encontrarás algo que te guste, al menos disfrutarás de las vistas. Quizá podríamos alquilar una barca hasta el Castillo D'If por la mañana; así te enseñaré la celda en la que estuvo encarcelado el Conde de Montecristo.

– No digas tonterías, Brodie. El Conde de Montecristo es una novela, es ficción.

– Lo sé -contestó, burlándose de ella un poco-. Pero tampoco existió Sherlock Holmes y la gente sigue escribiéndole a su residencia de Baker Street.

– Cualquiera pensaría que estás de vacaciones -dijo enfadada-. Está en juego mi futuro; ¿es que no te lo estás tomando en serio?

– Me cuesta bastante trabajo -confesó-. Puede ser que Hollingworth a una excursión de este tipo la llame trabajo, pero él está más acostumbrado a estas cosas que yo -hizo una pausa, pero ella no le contestó-. ¿Has hecho algo así antes?

Emmy se puso colorada.

– Estoy segura de que mi padre te ha dado ya todos los detalles.

– Algunos sí -coincidió.

Gerald Carlisle le había contado que Emmy se había enamorado de un persuasivo cazadotes, que se había fugado con ella de una mansión donde su padre y ella pasaban unos días con amigos. Brodie sospechaba que había sido un caso de amor de verano algo descontrolado; un verdadero cazadotes le habría costado aún más dinero.

– Acababa de cumplir los dieciocho, Brodie; no era más que una niña -dijo-. Esta vez sé muy bien lo que hago.

– Quizá sí, Emmy -cuando descubriera qué estaba haciendo a lo mejor podría hablar con Fairfax-. Pero como había planeado tomarme unos días de vacaciones este mes, he decidido combinar el trabajo con el placer.

– ¿De verdad? ¿Y qué fue lo que hiciste Brodie? ¿Llamar a tu secretaria ayer por la noche y pedirle que cancelara todas tus citas?

– No he tenido otra alternativa. Aparte de una agenda llena de compromisos, tuve que pedirle que se encargara de devolver el coche que me prestaron cuando te llevaste el mío -sonrió-. Creo que al menos le debes a Jenny un ramo de flores por obligarme a sacarla de la cama. Si lo haces, no volveré a quejarme.