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La verdad era que no se sentía bien por haberse llevado su coche y no deseaba que se lo recordara continuamente.

– ¿Me lo prometes?

– Te doy mi palabra de honor.

Emmy permaneció en silencio hasta que Brodie se paró a la puerta de un pequeño hotel.

– Hablabas en serio, ¿verdad? -dijo mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad-. ¿Por qué no te olvidas de mí y te vas de vacaciones?

– Porque soy una persona seria. De todas maneras, no me importa relajarme esta noche y olvidar el motivo por el que estamos aquí durante unas horas. ¿Por qué no intentas hacer lo mismo? -a lo que Emmy le contestó con una mirada de sospecha-. Venga -dijo Brodie sonriendo y ofreciéndole la mano-. Lo mejor será que aceptes que el único trayecto que vamos a recorrer esta noche será un relajado paseo bajo el fuerte para contemplar la puesta de sol sobre el puerto antiguo.

Emmy pensó que tenía razón, pero al darle la mano para que la ayudara a salir del coche se recordó a sí misma que no podía hacérselo saber.

El propietario del hotel, un tal Monsieur Girard, era un viejo amigo de Brodie, y lo recibió calurosamente.

Hizo un esfuerzo por seguir la conversación, pero los dos hombres hablaban demasiado deprisa como para que ella pudiera enterarse de todo con lo poco que sabía.

– Tienes una secretaria muy eficiente -le dijo Emmy cuando se dio cuenta de que la decisión de quedarse a pasar la noche en Marsella no había dependido de que ella no quisiera decirle adonde iban.

Brodie notó el tono sarcástico y se encogió de hombros como respuesta.

– Sabía que no íbamos a llegar hasta bien entrada la tarde y le pedí que llamara y reservara una habitación -terminó de rellenar la ficha en el mostrador-. Deberías quitarte ese miedo que tienes a volar, Emmy. Así podríamos haber llegado aquí hace horas y en estos momentos estarías en brazos de tu amor -terminó con cierto cinismo-. Claro está, si esa fobia es real -dijo poco convencido.

Tomó la llave que le dio el dueño y, agarrando las maletas con una mano, se dirigió al anticuado ascensor.

– ¿Una llave? -preguntó Emerald.

Brodie se puso tenso.

– Sí, una llave, y, además, en estos hoteles antiguos no hay habitaciones con dos camas.

– ¿De verdad? Entonces espero por tu bien que el suelo sea cómodo, Brodie.

– No sería la primera vez que duermo en el suelo; sólo espero que no entre corriente por debajo de la puerta.

– ¿Crees que me escaparía en Marsella a mitad de la noche? -dijo sonriendo.

– No lo parece cuando lo dices así, pero conociendo tus antecedentes hasta la fecha, sería una estupidez ignorar la posibilidad. Y por si hay una cañería a mano te advierto que voy a dejar todos nuestros papeles y dinero guardados en la caja fuerte del hotel durante la noche -y como si pudiera leerle el pensamiento continuó diciendo-. Quizá no necesites el pasaporte para viajar en Francia, Emmy, pero lo necesitarás para casarte -hizo una pausa-, aparte de un certificado de nacimiento, una declaración jurada de residencia en Francia, un certificado médico, un certificado de la embajada británica en Francia…

– Qué bien te lo sabes -dijo interrumpiéndolo.

– Es parte de mi trabajo. En Francia se toman el matrimonio muy en serio, como te habrías dado cuenta si te hubieras informado de ello antes de lanzarte a esta locura de plan -le dijo al tiempo que el ascensor se paraba bruscamente.

Estaba tranquilo porque sabía más del tema que ella, pensaba Emmy al salir del ascensor. Ésa era buena señal, así se relajaría, bajaría la guardia. Desde entonces, Emmy decidió que se portaría bien, muy bien.

Al entrar en la encantadora suite decorada con muebles antiguos de estilo provenzal, Emmy vio que había un sofá enorme de cómodo aspecto en una especie de salita contigua al dormitorio. Parecía que Brodie le había estado tomando el pelo al decirle que tendrían que compartir la gran cama que dominaba el interior de la alcoba.

– ¿No dijo nada tu secretaria cuando le dijiste que alquilara una suite?

– Mi secretaria no sabe que estás conmigo -señaló.

– Entonces ¿para quién creería que era el otro asiento en el tren?

– Tuve la discreción de reservar yo mismo los asientos.

– ¿No quieres que nadie se entere? -le preguntó, volviéndose para mirarlo.

– Si deseas que monte un espectáculo y que se enteren todos los medios de comunicación, Emmy, a mí la verdad es que me da igual. Simplemente estoy actuando como agente de tu padre y…

– ¿Quieres decir que sólo obedeces órdenes? -de pronto la expresión del rostro de Brodie se ensombreció y supo que lo había molestado.

Sabía que lo que había dicho era algo imperdonable, horrible y, arrepentida al instante, se acercó a él.

– Brodie… -comenzó a decir, pero él la cortó.

– Esta es una situación que me repele totalmente. Sin embargo, como estoy de acuerdo de corazón con la opinión de tu padre sobre algunos hombres avariciosos que quieren aprovecharse de muchachas malditas con la abundancia del dinero, haré todo lo que esté en mi mano para llevar a cabo sus deseos -y levantando el maletín del suelo fue hacia la puerta-. Te dejaré usar el baño primero, Emmy, y te sugiero que aproveches para lavarte la boca también.

No podía dejarlo así y lo siguió, agarrándolo de la manga para detenerlo.

– Lo siento, Brodie -espetó-. De verdad.

– Yo también -miró señaladamente a donde ella le estaba agarrando e inmediatamente lo soltó-. Quédate todo lo que quieras en el baño; yo voy a tomarme una copa.

Emmy pegó un respingo cuando la puerta se cerró con firmeza y se apoyó en ella notando un ligero escalofrío.

– Maldita sea -murmuró.

Su padre seguramente le habría contado que era una niña mimada y ella no había hecho más que confirmárselo con aquel comentario tan fuera de tono.

Se dio cuenta en ese momento de que no podía permitir que Brodie tuviera aquella opinión de ella; no deseaba que pensara que era una inconsciente que no hacía más que buscarle problemas a su padre.

Pero ¿qué podía hacer? La gente se limitaba a pensar que era como su madre: rebelde, irresponsable y egoísta; pero ella no era así. Oh, claro, había tenido sus momentos malos como cualquier jovencita, pero su riqueza y el hecho de tener una madre con una conocida colección de amantes, la habían colocado en el punto de mira, con lo que cualquier pequeña indiscreción era multiplicada por mil.

Pero lo más injusto era que su madre nunca se habría metido en ese tipo de lío, o de haberlo hecho habría abandonado al mínimo contratiempo.

Pero Brodie se daría cuenta de que Emerald Carlisle no era una cobarde; a diferencia de su madre, ella nunca dejaría tirado a un amigo, a un familiar o a un amor sólo porque las cosas se pusieran difíciles. Llegaría hasta el final de todo aquello y se negaba a permitir que su padre o Brodie se lo impidieran. Sólo Kit podría detenerla, y por ello quería hablar con él antes de que lo hiciera Brodie.

¿Por qué la vida le ponía a uno entre la espada y la pared cuando en principio todo le había parecido tan sencillo?

¿Por qué narices Kit se había tenido que ir a Francia en aquel preciso momento? No había sido capaz de convencerlo: él se había limitado a besarla distraídamente en la frente y a decirle que no se preocupara por él y que las cosas se arreglarían solas. Pero Emmy sabía que aquella actitud de Kit no era la correcta; nada se arreglaría solo si uno de ellos no hacía un esfuerzo.

Y después, como si no hubiera tenido bastantes problemas, Hollingworth se había marchado a cazar a Escocia dejándola a la merced de Tom Brodie, cuya imaginación funcionaba a la perfección y que no respondía de manera predecible cuando alguien lo provocaba.