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Se enjugó una lágrima de la mejilla y pensó en el día siguiente, cuando tendría que zafarse de su inteligente perro guardián para llegar a Kit antes que él. Pero esa noche le esperaba un paseo por el viejo muelle seguido de una cena iluminada con velas y quizá la oportunidad de reparar su error a los ojos de Brodie.

Aquella noche se portaría bien, pero aún le quedaba un rato a solas y lo aprovecharía para darse una vuelta por los pasillos y averiguar la distribución del hotel; indudablemente sería la única oportunidad que tendría para escapar.

Brodie se había quitado la cazadora y estaba echado en una tumbona, aprovechando los últimos rayos del sol. Se quedó mirando la copa de pastis que tenía en la mano, comparando su color opaco tan impenetrable como los problemas que planteaba Emerald Carlisle. Se sintió de pronto inquieto. ¿Qué diantres estaba haciendo recorriendo el sur de Francia con una heredera que se había fugado? Todo ello le recordaba a una de esas comedías románticas de los años cuarenta, con Cary Grant; excepto que en esa ocasión no había nada gracioso, al menos para él.

Cerró los ojos sin saber lo que le ocurría; no era normal en él perder la cabeza por una cara bonita. Pero, de no ser así, habría llamado a su padre y le habría contado todo en vez de estar con ella en Marsella, compartiendo la suite de un hotel. Entonces ¿por qué no había obrado con más sentido común?

Por encima de la mezcla de olores del tráfico y el puerto, el olor de Emmy seguía en su memoria, junto con la sensación de tenerla entre sus brazos, el sabor de su boca cuando sus labios se unieron a los suyos, y sabía por qué.

Ella no lo había hecho adrede: había querido distraerlo, atontarlo… y había conseguido seducirlo por un momento. Recordó su manera de mirarlo un rato antes, con aquellos ojazos verdes, dorados, cuando intentaba disculparse. Le había costado toda su fuerza de voluntad reprimirse y no tomarla de nuevo entre sus brazos.

Maldita sea, tendría que haberla llevado directamente hasta donde estuviera Fairfax y haber arreglado todo aquella noche. La había llevado hasta allí para hacer que se retrasara, aunque no por bien de ella sino por su bien. Quería conocerla, comprender lo que la empujaba a hacer todo aquello. Y podía jurar que no era un amor apasionado por Kit Fairfax, o quizá quisiera creerlo…

Decidió llamar a su despacho para ver si tenía algún mensaje de Mark Reed.

Del investigador no había ninguno, pero Gerald Carlisle le había dejado varios.

– Está loco por saber si has hablado con un tal Fairfax -le dijo Jenny-. Supongo que sabes a quién se refiere.

– Desgraciadamente, sí, y la respuesta es no. He descubierto que está en el sur de Francia y espero poder hablar con él mañana, eso es todo. ¿Algo más?

– Esto, me preguntó si habías visto a su hija, pensó que a lo mejor la habías llevado hasta Londres en el coche. Le dije que a mí no me habías comentado nada -hizo una pausa-. Sólo querías que te reservara una suite, ¿verdad?

– Sí, Jenny, entendiste bien.

– Me alegro. Ah, por cierto, no me explicaste por qué tuviste que pedir prestado ese Volkswagen lila.

– No, Jenny, no te lo he explicado y, si sigues interrogándome así, no te lo pienso contar.

– Pues entonces llamaré a Betty y se lo preguntaré.

– ¿Betty?

– Sí, esa señora tan dulce que llamó para darte las gracias por haberle devuelto el coche tan rápidamente y por los preciosos regalos -Jenny hizo una pausa-. Me pidió que te dijera también que las cartas dicen que no te fíes de las apariencias en los asuntos del corazón, que las apariencias engañan. ¿Entiendes?

– Igual que entiendo todo lo que está pasando esta semana -replicó mordazmente-. Si vuelve a llamar, pregúntale si puede localizar a Kit Fairfax a través de las cartas.

– No esperaré a que me llame ella, la llamaré yo ahora mismo. Tom, ¿quieres que le diga al señor Carlisle que su hija está contigo, o prefieres que no se entere?

– Puedo conseguir otra secretaria en cualquier momento, Jenny. Les pediré que te sustituyan por una de esas rubias de piernas largas.

– Y yo que pensaba que las pelirrojas de piernas largas eran las favoritas del mes. Le daré recuerdos a Betty de tu parte, ¿vale?

Al volver a la suite, Brodie se dio cuenta de que Emerald le había tomado la palabra cuando le había dicho que se tomara todo el tiempo necesario. Estaba envuelta en un albornoz cuando llamó a la puerta de la habitación.

Al verla se detuvo bruscamente.

– Lo siento, pensé que ya te habrías vestido.

– ¿Ah sí? -dejó un momento el pincel de la máscara de pestañas para mirarlo y entonces se dio cuenta de que tenía una mancha en el pantalón-. ¿Te ha sentado bien la copa?

– No en especial -se dirigió al cuarto de baño-. ¿Si te paso los pantalones se los darás a Madame Girard, por favor? Está esperando fuera para pasarles una esponja y plancharlos.

Dejó la máscara de pestaña y se quedó esperando a la puerta del baño mientras él se quitaba los pantalones.

– Tanta intimidad resulta deliciosa, Brodie -le dijo desde el otro lado de la puerta-. ¿Pero crees que es lo que mi padre tenía en mente cuando te ordenó que no te detuvieras ante nada para impedir que me casara con Kit?

– ¿Que no me detuviera ante nada? -Brodie no recordaba que Gerald Carlisle se hubiera expresado sus instrucciones en aquellos términos-. Me parece un poco exagerado.

– A grandes males, grandes remedios. Kit, tú lo sabes, no es el tipo de hijo político que desea mi padre.

– De eso ya me había dado cuenta -Brodie empezó a vaciarse los bolsillos del pantalón en una pequeña mesita justo pegada a la puerta del baño-. ¿Qué inconvenientes ve en el chico?

– ¿Es que no te has leído ese informe tan extenso que te ha dado?

– No del todo; lo cierto es que no he tenido mucho tiempo -no había podido sacarlo y leerlo en el tren al lado de ella y la verdad era que no le apetecía nada leerlo; prefería conocer la historia por boca de Emmy, durante la cena.

– Bueno, pues déjame que te cuente -dijo Emerald amablemente-. Kit es pintor, la cual, por sí sola, es una razón suficiente como para eliminarlo de la lista de yernos. Luego, viene el problema del dinero, que no tiene…

– Y por ello está a punto de perder su estudio.

– No va a perderlo.

– Sí se casa contigo, no lo perderá.

Lo miró furiosa.

– Y por último, y seguramente esto es lo peor, lleva el pelo por los hombros. ¿No cree que esta combinación le hace ser el marido menos adecuado?

– No necesariamente…

– A Hollingworth le decepcionaría mucho oírte decir eso, Brodie, y lo mismo pensaría mi padre. ¿Estás seguro de ser el hombre adecuado para hacer el trabajo? No es demasiado tarde; todavía podrías llamar a Hollingworth y sacarlo de su matanza ritual por tierras escocesas.

– Simplemente un marido de lo menos adecuado para ti. Mientras que tú, Emerald, podrías ser el sueño de Fairfax hecho realidad -para ser sincero el sueño de la mayoría de los hombres, y eso sin la herencia de millones de libras de su abuela.

– Eso es muy cínico por tu parte, Brodie. ¿Es que no crees en el verdadero amor?

– No cuando una de las partes tiene tantas ventajas.

– Todavía no conoces a Kit en persona -contestó ella, al tiempo que él le pasaba los pantalones-, por lo que no estás en posición de juzgar. Algún día se convertirá en un gran artista.

– ¿Y tú serás su inspiración? No te veo como el tipo de mujer que desee vivir a la sombra de otra persona.

Lo miró sorprendida.

– Será mejor que le dé estos pantalones a Madame Girard si queremos salir a cenar esta noche.