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– Buena idea, y por si acaso se te había ocurrido hacerles algo a los pantalones, te aviso que tengo otros.

– Prometo que esta noche me portaré bien. Tengo hambre y sé que, si rajara los pantalones con mis tijeras de manicura, me castigarías a irme a la cama sin cenar.

– Muy posiblemente, y sería mi obligación asegurarme que no te escaparas de aquí -esbozó una sonrisa diabólica, traviesa-. Eliges tú.

Y de pronto dejó de mirarlo y echó una ojeada a la cama y él notó como un leve rubor le coloreó las mejillas antes de que volviera sus grandes ojos color avellana hacia él. Por un segundo el tiempo pareció detenerse y nada importaba salvo esas dos personas a solas en una habitación…

Alguien interrumpió el instante llamando con fuerza a la puerta y Emmy se dio la vuelta y salió del dormitorio sin mediar palabra.

Brodie cerró la puerta del cuarto de baño y se apoyó contra ella al tiempo que emitía un largo suspiro. Hacía mucho tiempo que no sentía la necesidad de darse una ducha fría, pero en ese momento creyó necesitarla. De pronto se le ocurrió que, para ser un abogado al servicio de su padre, estaba pasando demasiado rato en diferentes habitaciones con Emerald Carlisle.

Lo cual, si ella estaba enamorada de Kit Fairfax tal y como decía, no debería de haber planteado ningún problema. Entonces, ¿por qué resultaba tan turbador para ambos?

Capítulo 6

Cuando abrió la puerta para darle los pantalones a Madame Girard, Emerald estaba temblando. Volvió sigilosamente al dormitorio, pero Brodie no estaba allí; sólo se oía el ruido del agua tras la puerta del baño.

No perdió el tiempo. Se quitó el albornoz y se puso un vestido de punto de seda color albaricoque por encima de la rodilla que le marcaba perfectamente la figura. De pronto se le antojó demasiado corto y el escote bastante pronunciado y coquetón. ¡Dios mío, y qué ganas tenía de coquetear!

Pero no sólo de coquetear; cada vez que Brodie estaba cerca de ella, no podía pensar en nada más que en acariciarle la piel desnuda. Ella sabía que él sentía lo mismo, pues lo había visto reflejado en sus ojos momentos antes. Era como si hubiera una fuerza irresistible entre ellos, una fuerza que los atrajese, y cuanto más tiempo transcurría, más intensa parecía volverse.

¿Y por qué en ese momento precisamente, cuando resultaba tan imposible?

Temblaba por la intensidad misma de sus sentimientos. No podía esperar hasta el otro día por la mañana para fugarse, pues según iban las cosas quizá al día siguiente fuera ya demasiado tarde. Tendría que hacerlo inmediatamente; miró a su alrededor buscando las llaves del coche y, en ese momento, recordó que Brodie se había vaciado los bolsillos en el cuarto de baño.

Todavía estaba corriendo el agua de la ducha y las mamparas de cristal esmerilado que la rodeaban le impedirían verla. El corazón le latía a toda prisa cuando abrió la puerta una rendija. En una pequeña mesita estaba la cartera de Brodie y las llaves del coche. Agarró las llaves con cuidado y, cuando ya iba a cerrar la puerta, se detuvo y, metiendo de nuevo la mano, sacó mil francos de la cartera. Después de todo, pensaba Emmy, como se había guardado el de ella no le faltaría dinero.

Cerró la puerta del baño, se puso unos zapatos de tacón bajo y agarró el pequeño bolso de mano donde había metido ya quinientos francos. Aun así vaciló y echó una mirada a la puerta del baño; odiaba tener que marcharse así, sabiendo lo que él pensaría de ella.

El ruido del agua cesó y Emmy aguantó la respiración. ¿Por qué diablos titubeaba? En un momento, Brodie saldría detrás de ella, sabía que no se quedaría parado y que actuaría inmediatamente. Corrió escaleras abajo y, al pasar por el vestíbulo, ignoró un grito de asombro de Monsieur Girard.

Le temblaban tanto las manos al intentar abrir el coche que temió que se disparara la alarma, pero finalmente consiguió abrir la puerta sin problemas y saltó al asiento del conductor.

– Respira hondo, Emmy -se decía a sí misma-. Respira hondo. Él todavía no sabe que te has ido y esta vez ni siquiera sabe adonde vas.

Puso en marcha el coche y volvió la cabeza. ¿Izquierda o derecha? ¡Qué lío! ¿Por qué tenían que conducir por la derecha nada más que en Inglaterra? Sí… era a la derecha. Menos mal que no venía ningún coche por la calle. Pisó el acelerador y empezó a retroceder.

– ¡Emerald! -rugió Brodie desde la ventana del primer piso con tanta fuerza que le recordó a un buen número de episodios desagradables en su vida.

Pero no se detuvo a averiguar si Brodie hecho una furia se parecía a su padre o no. Pisó con fuerza el acelerador y salió del aparcamiento. De repente, detrás de ella se oyó el chirrido de unos frenos y un crujido metálico que la precipitó hacia delante. Con las prisas se había olvidado de ponerse el cinturón, pero el airbag funcionó perfectamente, salvándola de la peor de las consecuencias de su propia estupidez.

Aun así no la salvó de un torrente de insultos en francés, que no fue capaz de comprender.

Pero un francés furioso no era nada comparado con lo que podía esperar de Brodie. Levantó la cabeza para verlo, pálido como un fantasma y temblando de rabia, al tiempo que abría la puerta del coche.

– ¿Te has hecho daño? -la voz le temblaba también; tenía un poco de espuma de afeitar debajo de la oreja y estaba descalzo, cubierto simplemente con un albornoz.

Muy pronto se vieron rodeados de un corro de curiosos, y cada uno quería dar su versión de los hechos. Todos halaban en voz alta y Emerald se sintió confusa. Lo que más hubiera deseado era que Brodie le diera un abrazo y la consolara; pero él no iba a hacer eso, sino que le gritaría por portarse como una estúpida, irresponsable y con razón. Entonces se tapó los oídos y cerró los ojos.

Pero él le apartó las manos y pronunció su nombre.

– ¿Emmy? -dijo con un hilo de voz.

Al volverse a mirarlo se dio cuenta de que no estaba enfadado, de que no le importaba el coche, ni la gente, o el hecho de que se hubiera comportado como una perfecta imbécil. Sólo le importaba ella.

En ese momento podría haberle echado los brazos al cuello y haberlo besado, pero se limitó a negar con la cabeza.

– No, no estoy herida -dijo, y sintió un leve escalofrío recorriéndole el cuerpo.

Él se dio cuenta.

– ¿Estás segura?

– Sí, segura -dijo algo irritada. Por mucho que deseara que la abrazara, besarlo no era una buena alternativa.

Pero él no hizo caso a sus modales y la ayudó a salir del coche como si se tratara de un objeto delicado, frágil. Ella supo que necesitaba su ayuda cuando notó que las piernas le fallaban y se cayó entre sus brazos. Él la agarró con más fuerza y repitió su nombre.

– ¿Emmy?

Oh, Dios mío, era tan gentil y se mostraba tan preocupado por ella que le dieron ganas de echarse a llorar por lo injusto que era todo. Pero al notar las lágrimas en los ojos bajó la cabeza y la apoyó contra su pecho para que él no se diera cuenta.

– Lo siento, Brodie -murmuró-. Lo siento muchísimo.

Él le contestó diciéndole algo tranquilizador, estaba casi segura de que le había besado la cabeza Aquello no hizo sino empeorar la situación, especialmente porque el dueño del coche se había acercado a ella para insultarla más directamente y no le importó incluir a Brodie en su retahíla de insultos.

Brodie empezó a hablar en voz baja con el hombre, y aunque no entendió todo, sí entendió que se estaba cargando él con las culpas, diciéndole que ella estaba disgustada porque habían tenido una pelea.

Los presentes empezaron a murmurar entre ellos pronunciando frases comprensivas, y oyó que alguien decía la frase affaire de coeur, como si aquello lo explicara todo. Entonces vio que se mandaban callar los unos a los otros.

– ¿Emmy? -ella levantó la vista-. Me temo que todos están esperando a que nos demos un beso y hagamos las paces -murmuró.