– Pobre señora -dijo con vehemencia-; me compadezco de ella.
– No, me porté bien -dijo mirándolo-; en serio Brodie. De haber montado algún escándalo le habría dado un patatús… Además, el Museo de Victoria y Alberto me produce tranquilidad -añadió seriamente.
– Ojalá me lo hubieras dicho antes de salir de Londres; habría sacrificado con gusto medio día para ahogar ese torbellino de travesuras.
– La pobre tía Louise se sentía tan responsable que no podía darle un disgusto; es una mujer encantadora.
– ¿Y yo no? -sonrió-. No te preocupes, puedes decirlo; no me ofenderás.
– No te pareces en nada a mi tía Louise -dijo cuidadosamente.
– Y, además, tenías todo el tiempo durante el curso en Oxford para hacer de las tuyas.
– Eso es cierto -lo miró sin alterarse-. También logré licenciarme con matrícula de honor; la verdad es que fueron tres años de mucho trabajo.
La miró un momento y luego meneó la cabeza.
– Lo siento, Emmy; he sido un grosero contigo.
– Sí, es verdad -luego fue y le puso la mano sobre la de él-. Pero no es necesario que te disculpes: me he portado muy mal y tú has sido muy bueno conmigo. No sé qué habría hecho con el hombre que me dio el golpe si tú no hubieras estado ahí.
Por muy dulce que fuera aquel gesto de tocarle la mano, no iba a dejarle creer que le estaba engañando.
– Le hubieras hecho ojitos y le habrías tenido a tus pies en diez segundos.
– ¡No está bien que digas eso! -protestó, retirando inmediatamente la mano.
– ¿No me digas? Olvidas que he tenido experiencia de primera mano con esa técnica tuya, cuando te balanceabas agarrada a la cañería. Y luego también tienes una técnica muy interesante con las medias.
– ¡Yo no te hice ojitos! En ese momento estaba demasiado angustiada como para ocurrírseme, y tuve que ponerme las medias para que los zapatos no me hicieran daño. De todas maneras, Brodie, está muy claro que tú no estás a mis pies.
De eso no estaba tan seguro, pero sabía que decírselo sería cometer una gran equivocación. A la mínima señal de debilidad se lo metería en el bolsillo.
– No, bueno, tengo que pasarme todo el tiempo persiguiéndote, lo cual sería un poco difícil si estuviera de rodillas a tus pies -en ese momento se acercó un camarero y Brodie le preguntó a Emmy qué le apetecía beber.
– San Rafael blanco, por favor -contestó ella.
– Y un Ricard para mí -añadió, abriendo el menú-. Entonces si no vas a tomar bullabesa, Emmy, ¿qué quieres comer?
– Salmonetes a la plancha y una ensalada.
– ¿No preferirías consultar el menú antes de decidir?
– No -sonrió, apoyando los codos sobre la mesa-. Sé lo que quiero.
Brodie se volvió al camarero y le preguntó si era posible pedir solamente salmonetes a la plancha con ensalada. El camarero, sin dejar de mirar a Emmy, le contestó afirmativamente.
– ¿Consigues siempre lo que deseas con tanta facilidad? -le preguntó, después de pedir él.
– No siempre. No conseguí a Oliver Hayward y, si mi padre y tú os interponéis, tampoco conseguiré a Kit.
– ¿Oliver Hayward? ¿Ese es el tipo al que tu padre compró cuando tenías dieciocho años? ¿Todavía estás enfadada con él por eso?
– No; tengo que reconocer que lo de Oliver fue un gran error -respondió, encogiéndose de hombros brevemente-. Lo conocí en ese largo periodo lectivo que te dan entre los exámenes de ingreso y el comienzo de la universidad. Yo estaba en casa de unos amigos de mis padres para pasar el verano y él también. Los días eran largos y llenos de sol y no teníamos nada que hacer a parte de comer, beber, nadar y enamorarnos. Era un chico guapísimo y encantador; el tipo de hombre al que las madres siempre temen -hizo una mueca-. Desgraciadamente, mi madre estaba tan ocupada liándose con tipos como él que nunca me habló de esa clase de chico. Supongo que debería haber agradecido que aceptara el dinero de mi padre; eso me dejó claro el tipo de persona que era -se echó hacia atrás y colocó las manos detrás de la nuca-. Me dijo que lo sentía mucho y me aseguró que tenía el corazón destrozado, pero que se había dado cuenta de que mi padre iba en serio con lo de cancelar la boda. Dijo que prefería no ponérmelo más difícil.
– ¿A ti?
– Sí, a mí. Qué amable, ¿no? -sonrió ampliamente, convenciéndolo así de que ya no quedaba nada de aquella antigua pasión-. El pobre consiguió consolarse comprándose un coche nuevo.
– ¿Estabas enamorada de él en serio, Emmy?
– ¿O simplemente haciendo de rabiar a mi querido padre? Mi delito fue tener dieciocho años y dejarme impresionar por cualquiera -se encogió de hombros-. Me puse hecha una fiera, con papá y con Oliver… El muy sinvergüenza aceptó la primera oferta que le hizo Hollingworth.
– No tuvo agallas y, después de sopesar las diferentes alternativas, decidió que prefería tener cien mil libras en su cuenta a una esposa; particularmente una que le iba a causar tantos problemas -Brodie hizo una pausa-. ¿Por cierto, qué coche tiene Kit Fairfax?
– Ese comentario me parece un poco fuerte, Brodie.
– Sólo ha sido una ocurrencia.
– Pues a ver si se te ocurren cosas mejores, y será mejor que dejemos a Kit al margen de esta conversación.
– Lo que tú quieras -se recostó en la silla y contempló el puerto mientras le daba un trago a la bebida que tenía en la mano-. Sin embargo, me resulta muy extraño; por experiencia sé que la mayoría de las mujeres enamoradas no es capaz de dejar de hablar de su amor.
– Yo no voy a incluirme en esa mayoría.
Le echó una mirada rápida.
– Eso tampoco se me ha escapado -luego señaló un grupo de barcos que tenían delante-. ¿En cuál de esos barcos te gustaría estar en este momento? -lo miró con desconfianza-. Estoy cambiando de tema como me has pedido, Emmy -dijo sin alterarse.
– Ah -miró hacia el puerto-. Pues no me gusta navegar en un barco menor que un QE2; me mareo.
– Lo pasas mal en los viajes, ¿no? Te da miedo volar y te mareas en barco… A mí, me gustaría montar en ese grandote que hay ahí y poner rumbo al mar Egeo, para hacer un crucero por todas esas islas tan maravillosas, recorrer las ruinas, comer en la playa, tomar el sol…
– ¿Es eso lo que solías hacer cuando trabajabas en el barco?
– Pues no, Emmy -le dijo-. Eso era lo que hacían los que alquilaban los barcos. Yo les llevaba cosas y limpiaba lo que ellos ensuciaban.
– ¿Y te lo pasaste bien?
– No siempre, pero a ratos podía tomar el sol y nadar, y algunos de los que alquilaban el barco eran muy amables.
– Te refieres a las mujeres, ¿no? -dijo con sarcasmo.
Él se echó a reír, dejando ver unos bonitos y blancos dientes.
– Quizá sí. Lo que sí puedo asegurarte es que me pasaba las horas muertas trabajando, y que no tenía que pagar alquiler.
Lo miró pensativa.
– Debes de pensar que soy una niña mimada y alocada -dijo, mirando hacia abajo.
– No, no pienso eso. Venimos de mundos distintos, eso es todo. Yo he tenido que trabajar para conseguir todo lo que tengo, pero no pasa nada. Cuanto más te esfuerzas para tener algo, más valor le das.
Pensó en su maravilloso apartamento y en los cuadros que había coleccionado. Todo lo había conseguido con el sudor de su frente; no como ella, que había heredado todo de su abuela.
– ¿De dónde vienes, Brodie? ¿De dónde es tu familia? -él no le contestó inmediatamente; Emmy movió la mano como si fuera a acariciar la suya otra vez pero se lo pensó mejor-. Me gustaría mucho saberlo.
– Mi padre era minero… Un hombre robusto, lleno de vida. Le encantaba jugar al criquet y, además, era muy bueno; también le gustaba caminar… lo cierto es que le gustaba estar al aire libre y respirar aire fresco.