– ¿Qué fue de él?
– Murió en un accidente en la mina cuando yo tenía doce años; fue una máquina… -dejó de hablar; lo que la máquina le había causado a su padre no era algo muy agradable de contar en la mesa-. Acababan de admitirme en el equipo de criquet del colegio, y a él le encantaba entrenarme; estaba tan orgulloso de mí…
– ¿Nunca te vio jugar? -él contestó meneando la cabeza-. La vida es muy perra, ¿verdad? -y al decirle eso, Brodie pensó que tampoco podría haber resultado muy buen comienzo en la vida que su madre la abandonara cuando era una niña-. ¿Tu madre nunca volvió a casarse? -preguntó Emerald.
– No, siempre decía que papá era una persona demasiado especial como para encontrar a otro, pero una vez que me hice mayor y me independicé, se marchó a vivir con su hermana a Canadá.
– Debe de echarte muchísimo de menos.
– No tiene tiempo. Meg, su hermana, tuvo seis hijos y ellos a su vez han tenido muchos hijos. Tendría que empezar a hacer bebés para convencerla de que vuelva.
– ¿Y por qué no lo haces?
– Porque hacen falta dos personas para hacerlo, Emmy -la miró-. Y dos personas que se compenetren bien.
– Entonces eres uno de esos hombres que cree en eso de hasta que la muerte nos separe, ¿no?
– Creo que si no empiezas al menos con eso en mente, el matrimonio no tiene mucho sentido. El matrimonio es una cuestión de suerte, con que si encima uno no se compromete desde el principio…
– Supongo que tienes razón; supongo que me libré de una buena cuando Oliver escogió aceptar el dinero -Emmy levantó la vista y vio que Brodie también la miraba pensativo-. Ay, mira, aquí llega la comida -sonrió al camarero y éste se puso colorado; cuando volvió a mirar a Brodie ya no la miraba pensativo sino más bien exasperado.
– ¿Es que tienes que hacer eso?
– ¿El qué?
Brodie se limitó a menear la cabeza.
– No me parece bien, Emmy -ella siguió mirándolo, con los ojos abiertos como platos-. Y eso tampoco -dijo, de pronto enfadado.
Capítulo 7
Brodie se reclinó hacia atrás mientras el camarero servía la comida, y aprovechó la oportunidad para recuperarse un poco del beso. ¿A qué diantres estaba jugando aquella chica? ¿Era consciente de lo que estaba haciendo? ¿Es que no se daba cuenta del efecto que tenía sobre él? ¿O lo haría adrede para distraerlo, sabedora de que no estaba en posición de responder a las señales que le enviaba?
A la puerta del hotel lo había besado sin ningún tipo de restricción, y durante unos instantes de aturdimiento se había olvidado de todo excepto de que tenía el cuerpo de Emmy entre sus brazos, de lo bien que se compenetraban, como si fueran las dos mitades de un mismo ser.
Bueno, lo cierto era que él mismo le había rogado que lo hiciera para que fuera convincente, con lo cual merecía todo lo que le pasaba.
Pero lo llega a hacer un poco más convincentemente y le habría resultado difícil recordar el motivo por el que estaban en Francia; también le habría costado dejarla abajo en el vestíbulo del hotel cuando lo único que tenía en ese momento en mente era una gran cama que cada vez se hacía más grande en su imaginación, una enorme cama que le llenaba la cabeza de pensamientos acerca de Emerald Carlisle que nada tenían que ver con el trabajo.
Su deseo por ella, que se había disparado en el mismo instante en que la vio por primera vez, se había cristalizado en una necesidad sorda y permanente, que le daba ganas de quitarse la ropa y tirarse al puerto para calmar ese anhelo.
La situación se le hacía insoportable, así como el pensamiento de lo que podría ocurrir al día siguiente. Porque al tiempo que estaba empeñado en llevar a cabo las órdenes de Gerald Carlisle al pie de la letra, no podía soportar que Emerald sufriera. Sabía que por mucho que hubiera intentado hacer como si el incidente con Oliver Hayward fuera agua pasada, su deslealtad le había dolido profundamente.
– Háblame de tu trabajo, Emmy -dijo bruscamente cuando el camarero se hubo retirado.
Cuando vio que se quedaba callada la miró. Ella lo estaba mirando con una expresión confundida, como azorada. Le hubiera gustado abrazarla, besarla y asegurarle que todo iría bien, pero no podía hacer nada de eso. Lo único que sabía a ciencia cierta era que ella deseaba llegar hasta Kit Fairfax antes que él.
– Por favor -añadió, consciente de que el deseo que le cerraba la garganta había hecho que sus palabras sonaran más como una orden.
– Ya te lo he dicho -dijo tras una larga pausa-. Estoy empleada en Aston's en fase de prácticas. Por el momento estoy trabajando tres meses en cada departamento, pero me gustaría especializarme en juguetes e ingenios mecánicos, es decir, juguetes mecánicos -añadió.
– ¿Cómo esos pajaritos enjaulados que cantan?
Emmy se echó a reír, rompiendo la tensión del momento.
– Algo así, y mucho más. Algunos de ellos son grupos de figuras muy elaborados; hay muy pocos y son muy valiosos. Valen una fortuna, Brodie, incluso cuando se fabricaron ya la valían. Los mejores se hicieron aquí, en Francia.
– ¿De verdad? No tenía ni idea. ¿Los coleccionas?
Lo miró extrañada.
– ¿Crees en serio que Hollingworth me dejaría manejar esas cantidades de dinero?
– No lo sé; no discute los asuntos de los clientes conmigo a no ser que necesite mi opinión como profesional.
– Yo pienso que las mejores piezas deberían de estar en colecciones públicas, para mantenerlas bien conservadas y que todo el mundo pueda disfrutar de ellas. Existen demasiadas maravillas encerradas en casa particulares y nadie les hace el menor caso hasta que alcanzan un valor suficiente para ser subastadas -dijo, claramente apasionada con el tema-. ¡Es una verdadera pena!
Continuaron charlando del tema y Emerald le fue hablando de los ingenios mecánicos que había visto, de los inverosímiles lugares donde se había encontrado algunos de ellos, del increíble precio que alcanzaban en las subastas. Toda aquella charla continuó mientras comían un delicioso postre de tarta de manzana, tomaban café y una copa de coñac.
– Lo siento; en cuanto empiezo a hablar del tema me extiendo y no paro -dijo-. Seguro que te has aburrido como una ostra.
Al recordar el entusiasmo con el que había descrito su trabajo y la clara pasión que sentía por lo que hacía, meneó la cabeza.
– Tú no resultas nunca aburrida, Emmy.
– ¿Lo dices en serio? -preguntó con tal expresión de duda que Brodie se echó a reír.
– Claro. Venga, creo que es hora de que volvamos al hotel. Mañana tienes un día muy ajetreado y me gustaría salir temprano.
– Eres un poco masoquista, Brodie. ¿Es que nunca se te ocurre apagar el despertador y dormir media hora más?
El día anterior le habría dicho que se quedaría media hora más si ella se le unía, pero habían llegado a un punto en el que no podía permitirse coquetear: su deseo por ella era demasiado fuerte.
– Ya veo que nunca has dormido en un sofá -dijo, con cuidado de que su voz no lo delatara.
Emmy lo había hecho, pero en circunstancias que no estaba dispuesta a discutir.
– Te ofrecería la posibilidad de cambiártelo por la cama, pero pensarías que tengo planes de escapar a hurtadillas en cuanto te quedaras dormido.
– Venga, vayamos a mirar los yates un rato -ella lo miró recelosa-. No te preocupes, no voy a echarte nada en la copa.
– ¿Y con qué fin?
– Primero te duermen y luego te meten de incógnito en un barco; cuando despiertas ya estás en alta mar a muchos kilómetros de la costa.
– ¿Y a mí de qué me serviría?
– En tu caso para alejarte del peligro.
– Kit jamás me haría daño -dijo, sus ojos como oro puro en la oscura luz del crepúsculo.