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Al sonreír se le dibujó un hoyuelo en la mejilla; y sin saber por qué Brodie sintió unos terribles deseos de besarlo.

En vez de ello la tomó de la mano para cruzar una calle y abrazó sus largos y frágiles dedos con la palma de su mano. ¿Qué tenía aquella chica que le daban ganas de protegerla a cada instante? Le hacía sentirse como un chaval, confuso y atontado, con aquel deseo creciente hacia ella latiéndole en las venas.

Emmy no era la primera mujer que le había hecho perder la cabeza. No había hombre que hubiera llegado a los treinta y uno sin haber tenido sus experiencias. Pero ella era la primera que había deseado amar y cuyos deseos y necesidades siempre antepondría a los suyos propios.

Temía perderla al día siguiente. Pero si Kit Fairfax se mostraba firme, y si él era el hombre que ella deseaba, sabía que haría todo lo que estuviera en su mano para ayudarlos. ¿Sería esa la diferencia entre la lujuria y el amor?

No le soltó la mano mientras caminaban de vuelta al hotel por el borde del puerto, y ella pareció estar tan contenta de que marcharan con las manos entrelazadas.

Aquel era uno de esos momentos perfectos y agridulces que podría almacenar para recordarlo en un futuro de soledad, pensaba al tiempo que notaba el menudo anillo de compromiso de Kit Fairfax que ella llevaba puesto en la mano izquierda. La había visto juguetear con el solitario toda la noche, como queriendo amarrarse a todo lo que representaba. Brodie se torturó pensando en ello pero no le soltó la mano.

– ¿Es ese el barco en el que te gustaría montarte? -le preguntó Emerald, deteniéndose mientras señalaba uno de los yates grandes.

– Sí, ése es -contestó él-. No es exactamente un QE2, pero es una maravilla -añadió, apoyándose en la barandilla y colocándole la mano debajo del brazo.

– Sí, es precioso; quizá si fuera bien acompañada no notaría tanto el bamboleo -se volvió a mirarlo-. Dime, Brodie. Si pudieras embarcarte ahora mismo, ¿adonde irías?

Se quedó en silencio un momento, recordando los días en Marsella llenos de sol cuando aún le quedaba todo por demostrarse a sí mismo y al mundo. Y ya lo había conseguido. Había salido de un pueblo minero y en ese momento estaba del brazo de una rica heredera en el sur de Francia. Pero de pronto se dio cuenta de que a no ser que ella fuera para él, nada tenía importancia. Ella aún lo miraba, esperando una respuesta. ¿Adonde iría?

Brodie le recitó un bello poema que hablaba de las islas griegas y Emmy se dio cuenta que bajo la expresión severa del abogado palpitaba el corazón de un poeta, de un aventurero.

Pero lo cierto era que eso lo supo desde el primer momento en que lo vio, y también cuando él no la traicionó. ¡Dios mío, cómo odiaba todo lo que le estaba haciendo! Un día más… Sólo un día más.

– Te pido un itinerario y tú me sales con Byron -dijo intentando disimular el temblor en su voz-. Ni más ni menos que el Don Juan; no se puede decir que seas aburrido, Brodie -entonces la sorprendió un pequeño bostezo.

– Con que no soy aburrido, ¿eh?

Sonrió; su cara levemente iluminada por las luces de las barcas y el reflejo de aquellas sobre el agua.

– No, Brodie -dijo-. Digas lo que digas, hoy no ha sido un día nada aburrido -se estiró y le besó la mejilla-. Gracias por ser tan bueno con lo del coche.

¿Bueno? Lo dejó mudo. ¿Qué habría esperado que hiciera? ¿Gritarle? Dios mío, la amaba, la amaba. En veinticuatro horas había entrado en su vida y la había vuelto del revés. Sabía sin duda alguna que moriría por ella con gusto.

Sin embargo, al día siguiente tenía que hacer todo lo que estuviera en su mano para persuadir a un hombre del que ella creía estar enamorada para que no se casara con ella. Si tenía éxito en su cometido, ¿pensaría entonces que era bueno?

¿O estaría tratando simplemente de desarmarlo?

Resistió la tentación de volverse y besarla en la boca. En vez de ello le tomó la mano y se la llevó a los labios, besándole la punta de los dedos.

– No lo vuelvas a hacer -dijo con voz engolada, volviéndose hacia el hotel.

– No, no lo haré -caminaron un poco más-. ¿Brodie?

– ¿Sí?

– ¿Mañana me dejarás que hable primero con Kit, sólo unos minutos?

Se volvió a mirarla, pero ella tenía la vista fija frente, para no mirarlo a los ojos.

– No, Emmy -dijo, con el corazón en un puño-. Si él te ama, no tendrás nada que temer.

Emerald, tumbada sola en la enorme cama, no podía dormir de lo preocupada que estaba. Tenía que hablar con Kit antes de que Brodie empezara con él o bien todos sus planes se irían al garete.

Le dio vueltas al solitario que llevaba al dedo; aquel maldito anillo no le quedaba bien y tenía que tener el dedo doblado todo el tiempo para que no se le cayera. Bueno, un día más y podría quitárselo, menos mal, pero primero tenía que hablar con Kit, explicarle la situación antes de que Brodie empezara a presionarlo. Necesitaba trazar un buen plan en vez de intentar escaparse cada vez que se le presentaba la oportunidad. Lo había intentado tres veces ya y no le había llevado a ningún sitio.

Oía a Brodie en la otra habitación. ¿Qué estaría haciendo? ¿Paseándose por la habitación, incapaz de dormir en aquel incómodo sofá? Era la segunda noche que se veía obligado a cederle la cama a Emmy, que era un poco menos alta que él y pesaba bastante menos; lo mínimo que podía hacer era ofrecerle, de corazón, que cambiaran de cama.

Se levantó, caminó a tientas hasta la puerta y la abrió unos centímetros. Brodie se había sentado en una butaca al otro lado de la habitación. Llevaba puesto un pantalón de chándal fino y el pecho desnudo. Detrás de la butaca había una lámpara de pie que sus atléticos hombros de una luz dorada.

Era tan apuesto que el corazón le dio un vuelco y deseó poder abrir la puerta de par en par y correr hacia él, echarle los brazos a las rodillas y rogarle que la llevara en ese fantástico viaje por las islas griegas. Si al menos levantara la vista y pudiera verle los ojos. Entonces vio que tenía el informe abierto sobre las rodillas y que estaba demasiado concentrado en lo que había escrito Mark Reed como para notar su presencia. Estaría estrujándose el cerebro, intentando imaginar el tipo de hombre que era Kit Fairfax y las posibilidades que había de que aceptara el dinero y desapareciera del mapa.

Una mezcla de emociones se agolpó en ella, imperando sobre todas el resentimiento. Se suponía que Brodie era como su caballero valeroso, y lo había sido hasta entonces, pero al día siguiente sería diferente.

Y si al día siguiente se iban a producir los resultados que deseaba, más valía que empezara a pensar y dejara de soñar.

Cerró la puerta y se metió en la cama; necesitaba urdir un plan.

No le llevó mucho pensarlo, ya que no le quedaba mucho donde elegir, ni le sobraba el tiempo. Abandonó la idea de cruzar sigilosamente la pieza durante la noche; el riesgo era demasiado grande y, si la pillaba, ya no tendría otra oportunidad.

No; esperaría a que Brodie se metiera en la ducha a la mañana siguiente. Seguramente le dejaría utilizar el baño antes que él; luego, mientras él se lavaba, podría escapar. No haría más que llevarse el bolso, dejaría su bolsa y las pinturas sobre la mesa para no levantar sospechas inmediatamente.

Aunque casi ni necesitaría el bolso, pues no le hacía falta más que los quinientos francos que se había escondido, un pañuelo, una barra de labios y la libretita donde estaba apuntado el camino a seguir para llegar hasta la granja.

Si al menos pudiera estar segura de que tendría bastante para el taxi… pero no sabía la distancia que había entre Aix y el pueblo, ni lo lejos que quedaba la granja del pueblo. Le había costado mucho trabajo que Kit le proporcionara las direcciones a seguir, y tampoco estaba muy enterado de las distancias.