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Pero no podía arriesgarse, además, lo hecho, hecho estaba. Esperaría a llegar al pueblo cercano a la granja de Kit y luego llamaría por teléfono a la policía.

Sabía que Brodie iría detrás de ella. Una vez que todo hubiera terminado, él tendría que reconocer que había tenido una buena razón para hacer todo lo que había hecho. Entonces la comprendería, y la perdonaría también.

Ella haría que la perdonase. Además, no le iba a quedar otra alternativa pues, aunque su intención había sido hacer que se prendara de ella un poquito, sabía sin duda alguna que era ella la que se había enamorado de él como una colegiala. Lo cierto era que le había resultado imposible no hacerlo. Él era su media naranja, su igual, el hombre al que había estado esperando desde que Oliver Hayward la había dejado plantada después de aceptar el dinero de su padre.

Se atraían mutuamente, aunque lo cierto era que a ambos les había limitado la situación. Emmy porque tenía que seguir fingiendo hasta que todo hubiera terminado… y, Brodie, bueno, Brodie tenía un trabajo que hacer.

Aun así, pensaba, habían estado cerca en un par de ocasiones. Pero no se podía anticipar nada hasta que todo se hubiera aclarado, hasta que Kit…

Maldición, maldición. ¿Por qué diablos había resultado todo tan complicado? Si aquella metomentodo de Betty no le hubiera prestado su coche a Brodie nada de todo eso hubiera sido necesario.

Pero parecía que Brodie era capaz de meterse a cualquiera en el bolsillo con sus encantos. Menos mal que no se había dado cuenta de la facilidad con la que podría haberla engatusado… con la facilidad con la que podría haberle hecho olvidarse de todo.

O quizá sí; quizá estaba esperando a que ella tomara la iniciativa y reconociera que no había sido totalmente sincera en cuanto a Kit.

Jugueteó distraídamente con el solitario que llevaba en la mano izquierda. Era un bonito anillo que había adquirido en una tienda de segunda mano. Nunca había dicho que fuera un anillo de compromiso o que Kit se lo hubiera regalado, simplemente se limitó a ponérselo y dejó que su padre sacara sus propias conclusiones. El anillo ya había cumplido su función, pero había llegado la hora de quitárselo. El momento del engaño ya había finalizado.

El joven que estaba sentado al otro lado del pasillo la estaba observando, aparentemente fascinado con los destellos que despedía incluso el más diminuto de los diamantes. Se lo metió en el bolsillo de los vaqueros y se recogió el pelo con una mano para refrescar el calor que sentía en el cuello.

El autobús aminoró la velocidad al llegar a la estación y Emmy se levantó rápidamente, deseosa de salir de allí y organizar todo antes de que Brodie apareciera. Había conseguido que la policía lo detuviera pero su historia era tan inverosímil que muy pronto Brodie probaría que era falsa y lo soltarían.

A la puerta del autobús miró a derecha e izquierda sin saber hacia dónde ir; en ese momento el joven que había estado sentado al otro lado del pasillo se tropezó al bajar las escaleras y cayó encima de ella.

Se disculpó todo avergonzado y se alejó apresuradamente. Otros pasajeros se despidieron de ella y le desearon buena suerte.

Tenía que alejarse de allí enseguida y se puso a buscar una parada de taxis para poder llegar al otro pueblo lo antes posible.

En la comisaría, Brodie permaneció tranquilo, pues sabía que poniéndose nervioso no conseguiría agilizar las cosas. Una vez que los policías se dieron cuenta de que habían sido objeto de un tremendo engaño, se ofrecieron a ayudarlo a dar con la señorita Carlisle.

Emmy tenía hambre, pero no se atrevió a perder tiempo yendo a una cafetería. En vez de ello entró en una pastelería para comprar algo que poder llevarse a la boca en el taxi.

El precio de los pasteles salados era de veintisiete francos. Como no tenía bastante cambio para pagarlos se echó mano al bolsillo donde llevaba los billetes de cien francos. Buscó y rebuscó mientras la mujer aguardaba pacientemente, pero los billetes habían volado junto con el pequeño anillo. Entonces recordó al joven del autobús que se le había caído encima en la parada y se dio cuenta que la había limpiado el bolsillo.

El chico la había visto metiéndose el anillo en el bolsillo; los billetes los había encontrado en el mismo sitio de casualidad.

– Pardon, madame -dijo, yendo hacia la puerta-. J’ai perdu ma monnaie… -bueno, al menos parecía que el idioma empezaba a surgir espontáneamente.

Al volverse para salir un señor que estaba en la tienda le aconsejó que fuera a la comisaría a denunciarlo.

En esos momentos, Brodie ya les habría dicho a la policía quién era Emerald Carlisle y lo que había hecho. La historia no los habría deleitado precisamente, y Brodie estaría de un humor…

Contó el cambio que tenía en totaclass="underline" veintidós francos y unos céntimos no le llevarían demasiado lejos. La única solución que le quedaba era llamar al bar del pueblo con la esperanza de que Kit estuviera allí en ese momento. O que alguien pudiera ir a buscarlo, si es que lograba explicarles la urgencia del asunto. Miró a su alrededor buscando un teléfono y vio una estafeta de correos. Seguramente allí habría uno.

El teléfono no funcionaba con dinero, solamente con fichas por lo que compró unas pocas y volvió a la cabina. Entonces se dio cuenta de que el carterista se había llevado también su libretita, creyendo seguramente que sería una cartera. ¿Cómo demonios se había llevado tantas cosas con un movimiento tan rápido?

No recordaba el número del bar. Además, Kit se lo había dado por si tenía que contactar con él; y sólo había conseguido convencerle para que lo hiciera con el pretexto de que un conocido de ella había visto uno de sus paisajes y quería contratarlo para que le pintara la vista que tenía desde la ventana de cu casa.

Y lo peor de todo era que el camino a seguir hasta la granja lo tenía escrito en la libreta; sin ella nunca sería capaz de encontrar el condenado sitio.

Emmy caminó al sol del mediodía, preguntándose qué podía hacer. ¿Llamar a su padre? ¿Decirle dónde estaba y que no tenía dinero ni para comprarse un bocadillo? ¿O debiera quizá ir a la comisaría y ponerse a merced de Brodie?

Se sacó un franco del bolsillo y lo lanzó al aire. ¿Cara o cruz?

No necesitaba hacer eso; había tomado una decisión desde la primera vez que la besó. No, había sido antes que eso. Desde el momento en que pensó que iba a besarla había adivinado que aquélla sería para ella una experiencia definitiva y que cualquier persona que conociera después sería un anticlímax. Pero no tenía intención de que hubiera otras personas.

Entonces se dio media vuelta y se dirigió a la comisaría.

Capítulo 9

La policía se disculpó con Brodie por las inconveniencias que había sufrido y le ofrecieron su ayuda si la necesitaba. Aceptó sus disculpas, asegurándoles que no tenían nada que reprocharse. En cuanto a ayudarlo, preguntó si podrían proporcionarle la dirección de un inglés que vivía en algún lugar de los alrededores.

No les llevó más de cinco minutos localizar a Kit Fairfax, y finalmente Brodie tuvo la dirección en su mano.

Entonces, al volverse para salir apareció con una visión asombrosa ante sus ojos. Emerald Carlisle, con su cabellera de rojizos bucles brillando al sol, entraba por la puerta de la comisaría.

¡Qué angelical!

A pesar del enfado, le entraron ganas de abrazarla y decirle que no pasaba nada, pero se contuvo.