– Pensé que estarías a muchos kilómetros de distancia a estas horas.
Emmy se detuvo, vacilante al oír su voz, pestañeando para que sus ojos se adaptaran a la sombra del interior del edificio. Entonces lo vio, y deseó también echarle los brazos al cuello y pedirle que la perdonara. Pero al verlo tan rígido no se atrevió; sabía que llevaría algo más que un beso para que lo hiciera en esa ocasión.
– Yo también -dijo encogiéndose de hombros-. Podría haber estado lejos ya, pero me quitaron todo lo que llevaba en el bolsillo al salir del autocar.
– ¿De verdad? -dijo con sorna-. ¿Y has venido a denunciar ese horrendo crimen a la policía? Son muy eficientes, créeme; tengo experiencia de primera mano…
– Brodie… -empezó a decir, pero luego se lo pensó mejor; no pensaba rogarle para que la comprendiera-. No. He venido a contarle a la policía lo que he hecho y a acogerme a tu perdón; pero ya veo que has conseguido salir de aquí solo.
– He salido gracias a la ayuda de unos cuantos amigos. Sin embargo, te aviso que no estoy muy dispuesto a perdonarte en este momento, Emerald -la miró disgustado e irritado-. ¿Por qué no llamaste a Fairfax para pedirle que viniera a buscarte?
– El único número que tenía para localizarlo estaba en mi libreta, y lo único que me ha dejado el carterista ha sido el pañuelo.
– A lo mejor sospechó que ibas a necesitarlo cuando te diera alcance.
– Lo siento, Brodie; de verdad. No debería haberlo hecho -él no se inmutó-. Ha sido horroroso, ¿no?
– He tenido mejores mañanas -dijo yendo hacia la puerta, dándole la oportunidad de elegir entre seguirlo o no; Emmy lo siguió, ya que no le quedaba otra alternativa-. Al menos tuviste la decencia de decirles que el coche era robado. A la policía no le costó más de cinco minutos llamar a la agencia del alquiler para averiguar que era mentira. A partir de ahí se inclinaron a creer que el que decía la verdad era yo…
– ¿Qué les has contado?
Se detuvo y se volvió a mirarla.
– Que soy un abogado que está haciendo lo posible para intentar que una mujer muy pesada no se meta en líos.
– ¡Oh! ¿Llamaron a mi padre para confirmar tu historia? -preguntó.
– No fue necesario. En mi despacho pudieron asegurarles que yo no soy ningún secuestrador, o un pervertido o nada de lo que les hayas contado. Y también, claro está, Monsieur Girard les confirmó que me conoce desde hace diez años.
– Lo siento, Brodie; no se me ocurrió nada mejor en ese momento.
– No sigas diciendo que lo sientes, Emerald. Lo volverías hacer sin dudar ni un instante si pensases que podías largarte con el coche.
Recordó las nauseas que había sentido cuando vio a la policía deteniéndolo… Cuando el autocar arrancó, hubiera deseado poder correr hacia él.
– No Brodie, no lo haría…
– Soy consciente de tu desesperación, Emerald. Quizá debieras contarme por qué exactamente estás tan desesperada. ¿Lo discutimos mientras comemos? -le ofreció-. Ya que te has quedado sin desayunar…
La formalidad de su expresión era tan cortante… y eso de que hubiera empezado a llamarla Emerald. Bueno, ¿y qué podría esperar? Podría haber reaccionado peor. Lo que estaba claro era que no iba a echarle los brazos al cuello, diciéndole que se alegraba de verla.
– Gracias -respondió-, pero la verdad es que en este momento no tengo hambre.
– No hace falta que te pongas en plan víctima, Emerald; no voy a darte una paliza.
– No me estoy haciendo la víctima -dijo algo irritada-; es que no tengo hambre.
Y era cierto, pues tenía un nudo de angustia en el estómago. Se metió en el coche y bajó la ventanilla para que entrara un poco de aire en el sofocante espacio del coche. Se volvió hacia Brodie mientras éste ocupaba el asiento del conductor.
– Y ni por un momento he pensado que fueras a darme una paliza -y entonces algo dentro de ella la impulsó a añadir-. Sólo que ibas a propinarme un azote, o algo así.
Sus ojos se oscurecieron peligrosamente.
– Dios mío, Emmy… -entonces, arrepintiéndose de aquel arrebato, añadió simplemente-. Acabarías con la paciencia de un santo.
Satisfecha de haber al menos roto el hielo, le sonrió.
– No eres ningún santo, Brodie, aunque me doy cuenta que has estado intentando todo lo posible para dar esa impresión. ¿Adonde vamos?
– La policía, en un intento por recompensarme, quiso ayudarme y averiguó el paradero del señor Fairfax. Creo que cuanto antes vayamos a hablar con él y terminemos con toda esta tontería, mejor. ¿No crees?
– Eso ha sido lo que he estado intentando hacer desde que me escapé por la ventana del cuarto de los juguetes, Brodie. Pero te aseguro que no es ninguna tontería; si hubieras accedido a dejarme hablar con él a solas durante un par de minutos antes de hacerle la proposición de mi padre no me habría escapado esta mañana.
– ¿Para qué? -se volvió brevemente a mirarla-. ¿Qué es lo que le vas a prometer? ¿Doblar la cantidad que tu padre quiera ofrecerle para librarse de él?
Se puso hecha una furia.
– ¿Crees en serio que haría eso? -explotó-. ¿Después de lo de Oliver?
– No sé lo que harías, Emmy; supongo que lo que más molestase a tu padre.
– Esto no tiene nada que ver con mi padre.
– ¿Ah, no? ¿Es que no estás empeñada en casarte con un hombre que sabes que tu padre no acepta solamente para mortificarlo por la forma en que rompió tu romance con Hayward?
– ¡No! -le chocó que pudiera imaginar tal cosa-. Las cosas no son así, en serio.
– ¿En serio? Entonces, por qué no me cuentas cómo son -sugirió, algo más suave-. A lo mejor podría ayudarte.
– No puedo. Y aunque te lo explicase, no podrías ayudarme. ¿Es que no te das cuenta, Brodie? Sólo estoy intentando hacer lo mejor para todos.
– Entonces, que Dios nos asista si decides hacer lo peor.
Emerald se volvió a mirar hacia la carretera.
– La verdad es que no quiero volver a hablar de esto.
Se encogió de hombros, ahogando un bostezo.
– Lo que tú digas.
Al llegar a un cruce sacó un trozo de papel del bolsillo de la camisa y lo consultó antes de girar a la izquierda.
– ¿Se te da bien hacer de copiloto? -le preguntó, pasándoselo.
– ¿Te fías de mí?
– Simplemente me imagino que estás tan harta de todos estos jueguecitos como yo -volvió a bostezar disimuladamente.
– ¿Estás bien, Brodie? -le preguntó Emmy, fijándose por fin en las ojeras que tenía-. ¿Quieres que conduzca yo?
– No quiero que conduzcas; quiero que me ayudes a seguir el camino correctamente. Nos quedan aún muchos kilómetros, Emmy.
– ¿Cuántos?
– Tú tienes el papel, calcúlalo tú misma -le echó una mirada-. ¿Estás empezando a arrepentirte por no haber aceptado mi oferta de comer algo?
– Bueno… Aunque podríamos pararnos en el pueblo -dijo con esperanza-. Sé que hay un café allí; es donde le he dejado mensajes a Kit.
– Muy bien, Emmy; no voy a dejar que te mueras de hambre. Yo tampoco he desayunado mucho y no me vendría mal tomar algo refrescante.
Se pasó la manga de la camisa por la frente y levantó la mirada al cielo. El azul intenso había pasado a plomizo y se veía oscuro y amenazador.
Continuaron el camino, atravesando escarpadas montañas, bosques y suaves terrenos de cultivo salpicados de tonos rojizos y verdes brillantes.
A primera hora de la tarde se detuvieron a la puerta de un pequeño café en la plaza del pueblo. Tenía que ser aquél, ya que era el único que había. Entraron huyendo del bochornoso calor y Brodie pidió dos zumos de limón bien fríos y una botella de agua mineral. Emmy le dejó que hablara él; tenía demasiado calor y estaba demasiado cansada como para ni siquiera pensar en Kit.
– El patrón le va a pedir a su mujer que nos prepare un par de tortillas francesas -le dijo, sentándose a la mesa junto a ella.