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– Muy bien.

– Hace días que Fairfax no viene por aquí.

– Estupendo -apoyó la cabeza sobre los brazos-. ¿Hace siempre tanto calor aquí?

– Creo que se avecina una tormenta -ella emitió una especie de gruñido de desaprobación-. No me digas que te dan miedo los truenos.

– No -dijo sonriendo-. Lo que me dan miedo son los rayos.

El patrón se acercó con la comida.

– Oh, mira, aquí viene nuestra comida: tortillas, ensalada y aceitunas. ¡Qué buena pinta tiene todo!

Brodie se puso a hablar con el patrón y Emmy, atenta a la conversación, logró entender un poco de lo que decían.

– ¿Va a haber una tormenta? -preguntó.

– El parte ha anunciado una para esta noche, pero parece ser que llevan diciendo lo mismo desde hace varios días.

– ¿Y tú que crees?

– Soy abogado, Emmy, no metereólogo; pero no creo que falte mucho -dijo agarrando el tenedor y empezando con la tortilla.

– ¡Vaya ánimos! -dijo Emmy.

– Si tienes otro plan mejor, soy todo oídos.

– No. Si hemos llegado hasta aquí, es mejor que terminemos con todo esto cuanto antes -alargó el brazo para alcanzar el pimentero.

– ¿Dónde está tu anillo de compromiso?

– Ah, me lo quitó el mismo chico que se llevó el dinero.

– ¿Del dedo?

– Me quedaba un poco grande y decidí metérmelo en el bolsillo.

La verdad era que no parecía estar demasiado disgustada por haberse quedado sin el anillo que le había regalado Kit Fairfax.

– ¿Has terminado? ¿Te apetece algo más?

– No. Sólo necesito ir a refrescarme un poco; no tardaré nada.

– Tómate todo el tiempo que quieras, Emmy, pero, si decides hacer otro truco de los tuyos y desaparecer, yo me doy la vuelta y me voy directamente a Marsella. Ah, el coche está cerrado, por si acaso estabas pensando en llevarte tus bolsas.

– No tengo intención; no merecería la pena. Ahora ya sabes dónde está Kit, Brodie, y llegarías allí antes que yo. Sé perder.

La observó mientras se iba hacia el baño. ¿Sabría de verdad perder? Sin saber por qué no terminaba de creérselo.

Sacó el móvil y marcó el número de Mark Reed.

– No hay necesidad de perder más tiempo con este asunto, Mark. Ya he averiguado dónde está Kit.

– Sí, parece ser que su padre, un francés llamado Savarin, murió hace poco y el joven señor Fairfax ha heredado su granja de la Provenza, una viña, un olivar y muchas hectáreas de terreno fértil, aparte de unas estupendas propiedades en la costa. Según la persona que me informó de todo esto, Fairfax no tiene intención de volver a Inglaterra de momento. Todo ha ocurrido muy a tiempo pues el contrato de alquiler de ese estudio que tiene está a punto de cumplir.

A Brodie le extrañó una cosa.

– ¿Por qué no le pidió dinero a su padre para el estudio?

– Parece ser que llevaban años sin hablarse. El padre abandonó a la madre, una historia muy corriente, y cuando su madre retomó su nombre de soltera, Fairfax, el chico hizo lo mismo.

»El hijo se negó a reconocer al padre, pero según la ley francesa, el padre no podía desheredar a su hijo. Bueno, quizá el honorable Gerald no estará tan disgustado cuando conozca la elección de su hija, después de todo. Me preguntó por qué no se lo habrá contado.

– ¿Quién sabe? Quizá simplemente quiere que su padre acepte al hombre que ama, sea adecuado o no. Gracias por tu ayuda, Mark; no la olvidaré.

– Tampoco lo hará el honorable Gerald; mi factura por servicios prestados promete ser memorable.

Brodie se quedó con la mirada perdida, mirando ausente por la puerta del café. Mark le había dicho algo importante. Se frotó los ojos con fuerza; estaba tan cansado…

– Estoy lista, Brodie.

Levantó la vista y vio a Emmy delante de él.

– Muy bien. Vayámonos entonces -pagó al patrón y salieron del establecimiento.

Salían por la estrecha y escarpada carretera asfaltada que salía del pueblo cuando cayó la primera gota de agua en el parabrisas.

– ¿Cuánto nos quedará? -dijo Emmy un poco nerviosa, mirando por el cristal hacia el cielo, que se oscurecía por segundos. Había unas cuantas ovejas pastando en la colina delante de ellos y también los animales empezaron a mostrarse inquietos, cobijándose bajo el saliente de una roca.

– Creo que una vez que atravesemos la colina, podremos ver la granja.

Encendió el limpiaparabrisas, pero durante unos minutos nada ocurrió. Entonces, sin previo aviso, empezó a caer la lluvia como un torrente, cortándoles la visibilidad y oscureciendo el paisaje al tiempo que las varillas del limpiaparabrisas luchaban por limpiar el cristal de agua.

Brodie apretó las manos alrededor del volante. Los baches que habían sido rellenados de tierra se hundieron con la fuerza del agua y el coche empezó a pegar botes sobre la desigual superficie.

Emmy se agarró con fuerza al asiento y rezó para que no cayera ningún rayo. Ninguno de los dos dijo nada de dar la vuelta, pues no había ningún lugar donde hacerlo en la estrecha carretera.

– Quizá deberíamos pararnos -sugirió Emmy inquieta-. Al menos hasta que amaine un poco.

– Esto podría durar horas.

– Todo esto es culpa mía -gimió-. Podríamos haber estado aquí hace horas; ayer incluso si no hubiera mentido con lo de volar… -pegó un gritito al tiempo que estalló un relámpago tras la montaña, seguido de un trueno.

Brodie paró el coche y se volvió a mirarla.

– Emmy, cariño -empezó a decir, pero en ese momento otro rayo, aún más brillante, hizo que Emmy se echara sobre él, escondiendo la cara en el hueco del hombro.

– Abrázame, Brodie, no puedo soportarlo.

Emerald temblaba contra su cuerpo. Podría haber mentido al decir que le daban miedo los aviones, pero, desde luego, aquel temor a los rayos era real. Se desabrochó su cinturón y el de ella, arropándola con sus brazos y murmurando palabras tranquilizadoras entre su pelo, palabras de amor que él sabía que ella no podría oír.

El ruido era increíble: el feroz tamborileo de la lluvia, ráfagas de viento que mecían el coche con violencia y después el rugir del trueno, acercándose más a ellos con cada relámpago, hasta que uno estalló delante de ellos, partiendo el cielo en dos. La lluvia siguió cayendo, como una impenetrable cortina de agua.

Algo muy pesado aterrizó encima del coche, abollando el techo por la parte de atrás y por si fuera poco, hundiendo la parte posterior del coche en un gran bache del camino.

– ¿Qué ha sido eso? -preguntó Emmy, clavándole las uñas en el pecho.

Una oveja. Debía de haber resbalado en la pendiente que se elevaba delante de ellos. Brodie había visto al pobre animal rodando por la ladera de la colina.

– No ha sido nada; la rama de un árbol -le dijo.

La lluvia comenzó a caer aún con más fuerza y el coche empezó a resbalarse por la pendiente. Brodie sabía que tenían que hacer algo, pero rápidamente. Miró a la chica que temblaba entre sus brazos; tendría que tomar una decisión. O bien ponía el coche en marcha e intentaba continuar, o bien salían de allí antes de que fuera demasiado tarde y fueran a hacerle compañía a la oveja al fondo del barranco.

Conducir resultaba prácticamente imposible, pues no se veía más allá de un metro por delante del coche, y a Emmy estaba a punto de darle un ataque de histeria.

– Emmy -la zarandeó levemente-. Tenemos que salir de aquí -gritó para que lo oyera.

Pero ella no parecía haberlo oído.

– Cariño, por favor -pero ella no lo oyó de lo aterrorizada que estaba.

Abrió la portezuela e inmediatamente una ráfaga de viento la arrancó. Brodie no se molestó en volver a gritar; salió de allí como pudo, arrastrando a Emmy con él e instantes después la parte de atrás del coche dio una vuelta al tiempo que la parte inferior se arrastraba por el borde de la carretera y se resbalaba por el terraplén.