Emmy, temblando de frío y de miedo, estaba ya totalmente empapada, con la ropa llena de barro pegada a la piel.
– Espera aquí -gritó Brodie-. No te muevas.
Lo miró fijamente, como incapaz de entender lo que le decía, aterrorizada, con la lluvia cayéndole por la cara. En ese momento, Brodie supo a ciencia cierta que la amaba, que moriría por ella si fuera necesario; pero no era cosa de ponerse a declararle su amor. En su lugar se inclinó y la besó con ímpetu en la boca.
Emmy se olvidó por un momento de la tormenta, del miedo que tenía; todo lo que sentía era un calor que la invadía al tiempo que Brodie la besaba. Pero cuando fue a abrazarlo, a devolverle el beso, él se dio media vuelta y cruzó la carretera hacia el coche.
– ¡Brodie! -su voz se la llevó el viento y él no la oyó-. Te quiero, Brodie -gritó.
Él se volvió a medias, como si sus palabras finalmente hubieran logrado penetrar el estruendo de la tormenta. Pero sin previo aviso, el suelo bajo sus pies se desmoronó y desapareció de su vista.
Capítulo 10
Emmy se tiró al suelo y cruzó la carretera arrastrándose.
– ¡Brodie! -llamó con voz ronca-. ¡Por favor, vuelve! ¡Ay, cariño por favor, no te hagas daño! ¡Te quiero tanto! Debería habértelo dicho antes.
Su cara apareció de pronto por debajo de ella. Tenía la mejilla llena de barro y el agua le goteaba de las cejas y le corría por el mentón. Se pasó la manga de la camisa por la cara pero no sirvió de mucho.
– Creía que te había dicho que te quedaras allí -dijo con respiración entrecortada.
– Pensé que te habías caído; pensé que… -vaciló, dándose de pronto cuenta de que había expresado unos sentimientos que necesitaba analizar un poco más. ¿La habría oído? La expresión de su rostro no revelaba nada de eso.
– ¿Qué te habías creído, Emmy? -ella meneó la cabeza-. He venido a rescatar tu bolsa antes de que el coche se cayera al río -le tendió la mano para ayudarla a bajar-. Venga, hay una cabaña…
Emmy le dio un manotazo en la mano y se puso de pie apresuradamente.
– ¿Mi bolsa? ¿Te has arriesgado el pellejo por unos cuantos trapos? -no podía creer que pudiera haber sido tan loco. ¡Lo amaba! ¿Cómo se atrevía a jugarse la vida cuando ella lo amaba?-. Estúpido, idiota… -le gritó-. ¿Cómo has podido hacerlo?
– Hubiera sido suficiente con darme las gracias -dijo, cuando pensó que había terminado.
– ¿Gracias? -lo miró, fuera de sus casillas-. ¿Qué clase de mema crees que soy?
Entonces, cuando fue a darle un puñetazo en el hombro, se resbaló en el barro y se cayó. Brodie se acercó a ella y la agarró de la camiseta para aminorar su bajada, abrazándola al tiempo que caían juntos por aquel terreno desigual. Finalmente llegaron a una parte más llana y dejaron de rodar, sus cuerpos una maraña de piernas y brazos.
Por un instante se quedaron mirándose sin aliento, sonriendo un poquito por la caída.
– Vamos a volver y nos tiramos otra vez, Brodie -dijo Emmy finalmente.
Brodie se puso serio.
– Tengo una idea mejor.
Ella estaba encima de él, con las caderas sobre las suyas, con lo que no necesitó de ninguna explicación para interpretar sus deseos.
Brodie le apartó los mechones de cabello empapado de la cara y le acarició las mejillas, electrizándola con sus dedos. Había algunos momentos perfectos en la vida, y aquél era uno de ellos.
Por todo lo que había pasado, por Kit y por su padre, y porque sabía que Brodie no estaba en situación de tomar la iniciativa, Emmy supo que tendría que ser ella la que diera el primer paso.
Brodie no dejó de mirarla mientras le apartaba unos mechones de pelo de la frente, ni tampoco cuando le acarició la garganta, pero sus ojos se tornaron más oscuros, más brillantes, más cargados de deseo.
Él no se movió cuando ella empezó a desabotonarle la camisa lentamente. Se la abrió para que la lluvia le mojara directamente el pecho desnudo y le besó la piel dorada, húmeda. No se movió, pero Emmy notó cómo aguantaba la respiración y se estremecía de pies a cabeza cuando ella lo provocó, mordisqueándole los diminutos pezones con delicadeza. Empezó a gemir cuando Emerald comenzó a pasarle la punta de la lengua por el cuello.
De pronto sintió una necesidad urgente de sentir la lluvia sobre su piel desnuda. Se levantó, levantó los brazos y se quitó la sucia camiseta y después el sujetador de encaje.
Comprobó cómo se estremecía de deseo al tiempo que se balanceaba hacia delante hasta que le rozó el pecho con los enhiestos pezones. Pero aun así se limitó a mirarla mientras que, muy lentamente, su boca se iba acercando a la de él.
Primero le dibujó la sensual curva del labio inferior con la lengua. Lo tenía empapado de agua, por lo que lo tomó entre sus propios labios y lo succionó como si estuviera libando el néctar de una flor. Entonces enterró la lengua en su boca y de ahí en adelante a ninguno de los dos le interesó quién llevaba la voz cantante.
Solamente tenían la urgente necesidad de librarse de la ropa que se interponía entre la piel de ella y la de él. Durante largo rato se exploraron mutuamente con las manos y los labios, demostrando un hambre feroz. Entonces, Brodie, ignorando los gemidos de protesta, dejó de besarla momentáneamente, se puso de pie y la levantó en brazos para llevarla hasta la cabaña del pastor.
El interior de la choza estaba oscuro pero seco y la temperatura era mucho más agradable que fuera. El suelo estaba cubierto por una cama de hierbas y brezo secos que despidió un olor dulce y suave cuando se tumbaron sobre ella.
– Brodie -empezó a decir Emmy.
Pero él le tapó la boca, primero con los dedos y luego con los labios; después de eso las palabras sobraban. El momento era perfecto, el hombre era perfecto y, además, lo amaba. Eso era todo lo que importaba; las explicaciones podrían esperar hasta más tarde.
Emmy se despertó con la claridad dorada que entraba por la rendija de la puerta de la choza. Se separó de los brazos de Brodie y se puso de pie para mirar por la rendija. La tormenta había pasado y el sol brillaba, haciendo que todo emanara vapor. Sacó la cabeza por la puerta y la brillante luz del sol le hizo más consciente de su desnudez. Miró a su alrededor y divisó su bolsa y, como no se veía a nadie por allí, fue a por ella de una carrera.
Brodie no se movió, ni tampoco lo hizo mientras se ponía unas braguitas secas y un vestido arrugado.
Se arrodilló junto a él con la intención de acariciarle la mejilla, pero al recordar lo cansado que le había visto mientras conducía, se lo pensó mejor. Los efectos de dos noches durmiendo en un sofá empezaban a dejarse sentir.
No quiso estorbarlo, y en vez de ello sacó una camiseta de rugby dada de sí que se ponía para dormir y le tapó los costados con ella.
Se sentó un momento a su lado, sonriendo mientras lo observaba dormir tan tranquilamente. El pelo se le había secado, pero lo tenía muy alborotado.
– Oh, Brodie -murmuró, acariciándole la cabeza-. Te quiero tanto.
Él no se movió. Puso la esfera de su reloj de pulsera al fino haz de luz que entraba por la rendija de la puerta y vio que eran algo más de las cinco. Deberían ponerse en camino antes de que oscureciera, y no tardaría mucho, pues no tenía ni idea de cuánto les quedaba por andar.
Recordó que había mirado el papel con las direcciones por última vez en el coche y fue allí a buscarlo. El suelo de la parte delantera del coche estaba al mismo nivel que su cabeza y, al asomarse por el hueco que había donde estuviera la puerta del conductor, vio el trozo de papel en el suelo, exactamente donde él la había abrazado.
Estiró el brazo y lo agarró entre los dedos, retirándolo rápidamente al notar que el coche se balanceaba un poco.
Al comprobar el camino, vio que la granja no estaba muy lejos; a menos de un kilómetro según lo indicado por la policía. Miró a la carretera que humeaba bajo el calor del sol de la tarde; luego miró hacia la choza y pensó en Brodie allí dentro.