Podría llegar a la granja en diez minutos y volver con Kit y una grúa para remolcar el coche hasta la carretera antes de que Brodie se despertara.
Tiró un beso hacia la cabaña y, dándose media vuelta, se apresuró en dirección a la granja.
Brodie dio un par de vueltas todavía medio dormido. Le dolía todo el cuerpo, como si hubiera estado metido en una hormigonera, pero a la vez se sentía satisfecho e increíblemente dichoso. Se volvió hacia Emmy, pensando en despertarla con un beso, abrazarla y decirle lo mucho que la amaba. Pero Emmy no estaba allí.
Por un instante no se lo imaginó.
Se puso la camiseta de rugby. Vio la bolsa de Emmy abierta, todo dentro revuelto y un montón de ropa mojada junto a la puerta. Rescató unos calzoncillos de tela tipo short y unos zapatos empapados y se los puso antes de salir.
– ¿Emmy? -la llamó; la bruma cubría el paisaje de una liviana gasa dorada-. ¿Emmy? -pero nadie respondió.
Brodie se quedó de piedra al darse cuenta de adonde se había ido, y entonces rugió como lo haría un animal dolorido al sentir que la pena y la rabia se apoderaban de sus sentidos.
Egoísta, mimada y empeñada en hacer todo a su manera, lo había intentado todo para librarse de él. Y en cada ocasión a él le había resultado tan fácil perdonarla. Incluso aquella mañana, encerrado en la celda de la comisaría, no se le había ocurrido pensar que su manera de actuar tuviera algo personal.
Pero en ese momento sí se sentía utilizado, y pasara lo que pasara en las horas siguientes se le metió en la cabeza que la señorita Carlisle no se saldría con la suya. Una vez que hubiese terminado con Kit Fairfax, se encargaría de que sufriera por lo que había hecho.
Pero primero tenía que vestirse; no podía presentarse delante de ellos como si fuera un mendigo.
Su bolsa estaba aún en el coche y fue a buscarla. Se desnudó y se secó con la camiseta de rugby; luego se puso una camisa limpia, el traje de verano que había llevado puesto en el tren y unos zapatos limpios y secos. Se puso una corbata y se peinó. Finalmente tomó el maletín del asiento trasero y cerró la puerta irritado, antes de ponerse en camino a la granja.
Detrás de él se escuchó el crujir del metal y finalmente el coche sucumbió ante la fuerza de gravedad.
Brodie ni siquiera se volvió. Después de caminar poco menos de un kilómetro, una casa de piedra surgió delante de él a la vuelta de un recodo.
Fairfax había heredado una finca próspera y muy bien cuidada; parecía que sobornarlo le iba a costar más de cien mil libras. Aunque quizá Mark Reed tuviera razón; quizá el dinero y las fincas era todo lo que hacía falta para que Carlisle cambiara de opinión, ya que el amor había sido incapaz de convencerlo.
¿Cómo había llegado a pensar que la hija era diferente al padre? Los dos estaban cortados por el mismo patrón; ambos eran personas egoístas que no entendían de otra cosa que no fuera salirse con la suya, a cualquier precio.
Cruzó el patio, llamó a la puerta y entró sin esperar contestación. Emerald Carlisle y Kit Fairfax se volvieron, ambos con una copa de vino en la mano; había una maleta en el suelo.
– Está claro que he llegado a tiempo -dijo-. No deberíais perder el tiempo brindando por vuestra maravillosa escapada.
– ¡Brodie! -exclamó Emmy, dejando la copa sobre una mesa y corriendo hacia él-. Íbamos ahora mismo a buscarte en el Jeep; Kit va a remolcar el coche a la carretera.
– El coche está en el fondo del barranco; creo que hará falta algo más que un Jeep para sacarlo de ahí.
– ¿Le apetece un poco de vino, señor Brodie? -le ofreció Kit.
– ¿No os parece un poco pronto para celebrarlo? -dijo secamente-. Acabemos antes con las formalidades -se dirigió hacia la gran mesa de madera maciza que dominaba la cocina y colocó allí su maletín, sacando de él el informe que Carlisle le había dado-. ¿Sería tan amable de sentarse, señor Fairfax? Esto no nos llevará mucho.
– Brodie… -Emmy empezó a decir con tono vacilante; se acercó a él-. ¿Tom? -le puso la mano en el brazo-. ¿Qué pasa? -miró hacia la puerta, donde estaba la maleta-. No habrás pensado que… Ya mismo íbamos a buscarte…
Estaba acostumbrado a ocultar sus sentimientos, pero en esa ocasión la expresión de su rostro no pudo disimular el dolor que sentía.
– Seguro que sí… una vez que consiguieras lo que querías: hablar cinco minutos con Fairfax para asegurarte de que entendía bien lo que tenía que hacer.
– No… cariño…
¿Cariño? ¿Qué más quería de él, por todos los santos? Su corazón, su pensamiento y finalmente su cuerpo eran suyos. ¿Es que también quería que le entregara su alma?
– ¿Fairfax? -dijo dirigiéndose al joven de cabellos rubios que los miraba perplejos-. Me gustaría acabar con esto.
Kit, consternado por el tono de voz de su visitante, miró a Emmy buscando una respuesta. Pero ella no podía ayudarlo, pues también miraba a Brodie como si no pudiera dar crédito a sus oídos.
– No me cabe duda de que Emerald le habrá explicado ya el propósito de mi visita -no esperó a que se lo confirmara-. Gerald Carlisle cree que no es usted el marido adecuado para su hija.
– Pero Emmy dijo…
Brodie no estaba de humor para escuchar lo que le había dicho Emmy.
– Y me ha autorizado a ofrecerle una suma de cien mil libras -continuó diciendo, como si Fairfax no hubiera hablado-, con la condición de que usted desaparezca del mapa y no vuelva a verla nunca más-. Sacó una hoja que Carlisle le había dado para que el hombre la firmara-. Firme esto y el cheque le será librado en la moneda que prefiera.
Fairfax tenía el tipo de tez que se ponía colorada cuando estaba furioso o avergonzado. En ese momento la cara se le puso muy colorada.
– No puedo creer lo que estoy oyendo -dijo.
Brodie percibió su irritación.
– ¿Quiere eso decir que esperaba más? Bueno, podríamos ofrecerle un poco más. ¿Ciento veinte?
– ¡Será desgraciado! -Fairfax dio un paso adelante y le soltó un golpe tan inesperado que a Brodie no le dio tiempo a reaccionar.
El puñetazo le tiró hacia atrás, se pegó con la espalda en la pila y se resbaló hasta el suelo sin poder evitarlo. ¿Se trataba aquello de una negativa a aceptar el dinero?
– ¡Tom! ¡Tom, cariño…! -Emmy se apresuró junto a él y se arrodilló a su lado, colocándole la cabeza sobre sus rodillas.
Olía a Chanel, a agua de lluvia y al amor que habían compartido, y todo lo que deseaba hacer era abrazarla y decirle lo mucho que la amaba. Porque no podía odiarla, nunca podría odiarla por mucho que hiciera.
– Tráeme un poco de agua, Kit, rápido -Brodie sintió que le ponía los labios sobre la frente-. No voy a casarme con Kit, nunca ha sido mi intención casarme con él…
Abrió los ojos.
– ¿Nunca?
Lo miró a los ojos.
– ¿Pero no estabas inconsciente…?
– Sólo es que me dolían los ojos… Háblame de Kit -entonces, de pronto, todo pareció encajar-. Espera, no me digas nada. Ha sido por el dinero, ¿no? Tú querías conseguir el dinero para que pudiera comprar el traspaso de su estudio -se incorporó con dificultad-. ¿Pero ¿por qué era tan importante que hablaras con él antes de hacerlo yo?
– Porque él no sabía nada del asunto. Si Hollingworth no me tratara como a una niña de tres años, negándose a dejarme disponer de un poco más de dinero, no tendría que haber recurrido a toda esta farsa. Para ellos no soy más que una nena estúpida en la que no se puede confiar.
– Entonces, te acordaste de lo que pasó cuando te escapaste con Oliver Hayward y decidiste intentarlo de nuevo, ¿no es así? -Brodie se echó a reír-. Betty tenía razón.
– ¿Betty?