– Me dijo que las apariencias engañan.
– Ah.
– ¡Emmy! ¿Es eso cierto? -preguntó Kit-. ¿Les hiciste creer…? No puedo creer que hicieras algo tan tremendo.
– ¿Tremendo? ¿Qué tiene de tremendo? -preguntó-. Si mi padre no me hubiera mandado seguir después de vernos en el teatro en aquel evento caritativo, nunca se me hubiera ocurrido.
– ¿Fue por eso por lo que me pediste que te hiciera un retrato?
Emmy sonrió.
– ¿Con qué excusa si no iba a poder pasar tantas tardes en tu estudio?
– ¿Y por qué insististe tanto en pasar la noche en el sofá diciendo que estabas bebida cuando apenas habías probado el vino?
– Lo siento -dijo ella.
– Más te vale.
– Lo sé, pero mi padre es un hombre muy rico y no hace nada para promocionar las artes…
Brodie se echó a reír.
– Todos esos planes para nada.
– No -dijo Emmy-. No tiene por qué ser para nada. Me gustaría que pudiera quedarse con el dinero. No vas a decir nada, ¿verdad cariño? Por favor, Tom, mi padre espera que llegues a un acuerdo con Kit; estará contento si…
– Pero no lo necesito, Emmy -intervino Kit-. Tengo esta granja y unas tierras junto al mar. Ahí es donde iba cuando apareciste tú. Tengo una reunión con un abogado para vender uno de los chalés.
– ¿Un qué?
– Un chalé; uno de los tres que mi padre me ha dejado. La verdad es que, de no haber sido por la tormenta no me habrías encontrado aquí -echó una mirada a su reloj de pulsera-. Oye, ¿por qué no os ponéis cómodos? Estaré de vuelta mañana… No, mañana no; pasado mañana. Brodie, ahora mismo me paso por el pueblo y lo arreglo todo para que vayan a sacar el coche del barranco. Sólo tenéis que dejar las llaves bajo el florero cuando os vayáis, ¿vale?
Brodie levantó una mano para darle a entender que lo había oído: la boca la tenía demasiado ocupada besando a Emmy.
– ¡Brodie!
Brodie entreabrió los ojos al escuchar la voz de Emmy que le sacaba del sueño y le sonrió a la cara, aún somnolienta.
– Hola cariño -le dijo suavemente mientras la besaba; ella protestó un poco, riendo, pero él la echó sobre la cama con firmeza-. Oh no, cuando despiertas a un hombre, cariño mío, tienes que pagar una multa -dijo-. A ver… ¿qué puede ser?
– Brodie…
– Pensé que ayer por la noche habíamos acordado que me llamaras Tom -dijo, besándole el hombro-, ya que ahora nos conocemos un poco mejor.
– Tom…
– Eso está mejor. Ahora, volviendo a lo de la multa… ¿Un beso, quizá, aquí? ¿O mejor aquí? ¿O qué te parece aquí?
De pronto su cuerpo se puso rígido.
– ¡Tom! -dijo con tal urgencia que él se detuvo y la miró.
Pero Emerald no lo miraba a él, sino que miraba hacia la puerta. Se volvió y a la entrada del dormitorio vio los perplejos rostros de Gerald Carlisle y James Hollingworth.
– Iba a decirte que había oído un ruido en el piso de abajo -dijo Emmy débilmente-. Por eso te había despertado; pero se me olvidó.
Gerald Carlisle tenía una cara que parecía que le iba a dar un infarto.
– ¿Le importaría explicarme qué diablos cree que está haciendo, Brodie?
– Estoy siguiendo sus instrucciones -dijo-. Usted dijo que utilizara cualquier arma que estuviera en mi mano para impedir que Emerald se casara con Kit Fairfax.
Gerald Carlisle se lo quedó mirando fijamente; luego hizo lo mismo con su hija.
– Me rindo -dijo-. Haz lo que quieras; con tu pan te lo comas, hija.
Brodie arqueó una ceja y miró a Emmy.
– Ya le has oído, mi vida; puedes relajarte.
A Emerald le dieron ganas de echarse a reír ante la extraña reacción de su padre.
Brodie, con el rostro inexpresivo, se volvió a Carlisle y Hollingworth.
– Como han podido comprobar, caballeros, la señorita ha hecho su elección. Por favor, cierren la puerta al salir.
Tom Brodie contempló al hombre sentado detrás de la ornamentada mesa mientras esperaba. No le importaba esperar; tenía todas las cartas en la mano y estaba seguro de que Gerald Carlisle lo sabía.
– ¿Qué es exactamente lo que quiere de mí, Brodie? -preguntó finalmente-. Quiero decir, cien mil libras no va a hacerle cambiar de idea, ¿verdad?
– No pero si tiene tanto dinero para invertir, se me ocurren un par de sitios buenos.
– ¿Cuánto? -replicó sin rodeos.
Brodie no perdió los estribos. Ya se había imaginado que querría ponerle a prueba.
– Solamente quiero a su hija; y su bendición, por supuesto.
– Entonces, ¿ha venido a pedir su mano en matrimonio como un pretendiente a la antigua usanza?
– Pensé que así era como lo hacían los caballeros. Le habría empezado a hablar de mi familia y mis perspectivas de vida, pero imagino que Hollingworth ya habrá venido a informarle de todo.
– Pues sí… Y el hombre ha tenido la cara de decirme que Emmy tuvo suerte al encontrarte.
Brodie sonrió para sus adentros: James Hollingworth no le había dicho nada de eso.
– Nos encontramos el uno al otro; y creo que el que más suerte ha tenido he sido yo.
– Ya lo creo que piensa eso -lo miró furioso-. Si os casáis, ¿dónde vais a vivir? El apartamento de Emerald no es lo suficientemente grande…
– El mío sí que lo es.
– ¿Un almacén transformado en vivienda en la orilla sur del río? -dijo con tono desdeñoso-. No; necesitaréis una casa. Supongo que será mejor que sea ese mi regalo de bodas… Haré que mi agente…
– Todo a su tiempo, señor Carlisle.
– Pero…
– Nosotros mismos podemos buscar casa, cuando nos venga bien mudarnos. Y seré yo el que la compre.
Gerald Carlisle, que ya había echado mano al teléfono, se quedó inmóvil. Entonces su expresión se dulcificó y se echó a reír.
– Por Dios, Brodie, creo que Emmy se topó con su media naranja cuando se cruzó en tu camino. Sea como sea, vuestra vida de casados no os resultará aburrida.
Brodie, reconociendo en Gerald Carlisle a un padre que se preocupaba tremendamente por su hija, sintió al pronto un sentimiento de cariño hacia aquel hombre.
– No, supongo que no, pero también me imagino que el amor nunca puede ser algo aburrido. Yo la amo de verdad y haré todo lo que esté en mi mano para hacerle feliz.
– ¿En serio? -Carlisle se levantó-. Supongo que entonces todo lo que queda por hacer es fijar fecha y tomarnos una copa para celebrarlo.
Cuando Tom se levantó a estrechar la mano de Gerald Carlisle, Emmy entró en la habitación sin llamar.
– Queridos, todo está arreglado ya. He hablado con el vicario y la boda será el último sábado de septiembre.
– ¿Este septiembre que viene? -preguntó Gerald Carlisle asombrado.
– Bueno, podríamos haber esperado a octubre… -le echó el brazo a su padre y lo miró-, pero tu agenda está repleta de torneos de caza durante los meses de octubre y noviembre. Luego llega la navidad y me niego rotundamente a casarme en pleno invierno… -se estremeció visiblemente-. Saldríamos todos con la piel de gallina en las fotografías -se volvió a mirar a Tom y le tomó también del brazo-. Claro que, si pensáis que es demasiado trastorno, supongo que podríamos olvidarnos de las formalidades y simplemente fugarnos…
– Septiembre me parece estupendo, Emmy -intervino su padre rápidamente-. ¿Tom, qué te parece a ti?
– Si no puede ser antes… -contestó Tom sonriendo a su futura esposa.
– ¿Crees que Betty podrá venir a la boda? -preguntó Emmy.
– Nos pararemos de camino a casa y se lo diremos.
Gerald Carlisle pensó en preguntarles quién era aquella tal Betty, pero decidió no hacerlo.
– Supongo que será mejor que le pida a la señora Johnson que nos traiga una botella de champán -dijo yendo hacia el teléfono. Pero entonces se paró al ver a Emmy abrazada a su prometido y poniéndose de puntillas para besarlo, añadió-. Creo que será mejor que vaya yo a buscarla -murmuró, aunque los dos enamorados ya no lo escuchaban.