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– Quizá el señor Hollingworth piense que podría arrepentirse más tarde -dijo sin comprometerse.

– ¡Hollingworth! -repitió el nombre como si le diera asco-. Me trata como si tuviera dos años; incluso me sermonea si me gasto algo más de mi mensualidad.

– ¿De verdad?

– Es mi dinero -dijo-, y se supone que puedo hacer con él lo que quiera.

Brodie se sirvió una segunda taza de café, sin querer mirarla a los ojos que seguramente brillarían de indignación.

– No hace más que su trabajo.

– ¿Y hará usted el suyo con el mismo empeño?

Finalmente se sintió lo suficientemente seguro como para mirarla a los ojos.

– Si se refiere a que intentaré persuadir a Kit Fairfax de que casarse con usted no le conviene, entonces me temo que sí.

– ¿No hay nada que pueda hacer para disuadirlo?

– ¿Por qué iba a querer disuadirme? Si la ama, nada de lo que yo pueda decir podrá hacerle cambiar de opinión.

Emerald no contestó. ¿Por qué demonios se había tenido que marchar Hollingworth aquella semana precisamente? El tipo era un anticuado pero siempre salía con lo mismo. A Hollingworth no se le ocurriría jamás dudar de su sinceridad, pero tras unos minutos en compañía de Brodie sintió que él no era igual. Tenía que llegar hasta Kit Fairfax antes de que lo hiciera él.

– Hábleme de Fairfax -la invitó Brodie.

Emmy lo miró con recelo.

– ¿Qué es lo que quiere saber?

– ¿Cómo lo conoció?

– Vino a Aston's para hacer una tasación.

– ¿Es la sala de subastas?

– Sí; trabajo allí.

A Brodie no se le había ocurrido que Emerald Carlisle pudiera tener un trabajo.

– ¿Estaba comprando o vendiendo?

– El contrato de arrendamiento de su estudio cumplirá dentro de poco -entonces se dio cuenta de la trampa, aunque ya demasiado tarde-. No es fácil conseguir un préstamo siendo un pintor -añadió a la defensiva.

– Eso depende del éxito que tenga.

– Él tiene mucho talento y muy pronto tendrá éxito; pero de momento… -se encogió de hombros.

– Entiendo que pueda ser difícil -también entendía la razón que pudiera llevarle a estar interesado en pescar a una crédula heredera-. ¿Y fue amor a primera vista?

Ella vaciló un instante antes de contestar.

– ¿Qué más da?

Brodie se fijó en el sencillo anillo de compromiso que llevaba al dedo.

– Y ahora está en Francia esperando a que se una a él. ¿Me va a decir dónde está?

Ella suspiró ligeramente.

– Ya le he contado demasiadas cosas.

Aquel suspiro no lo convenció, pero no quiso presionarla más. Se excusó un momento y se levantó. Había visto un teléfono en el vestíbulo de la entrada; prefería llamar desde allí para que Emmy no se enterara de que iba a hacer una llamada.

Marcó el número.

– Mark Reed, Investigaciones -respondió una voz.

– Mark, soy Tom Brodie. Tengo entendido que has estado investigando a Kit Fairfax para Gerald Carlisle.

– ¿Y qué pasa?

– Me he enterado de que está en Francia. ¿Sabes dónde puede estar?

– Ni idea. A mí me pidieron que averiguara todo lo posible acerca de Kit Fairfax cuando la señorita Carlisle empezó a interesarse por él.

– ¿No has averiguado si tiene a alguien en Francia? ¿Amigos o parientes? ¿Alguien con quien pueda pasar unos días?

– No, que yo sepa. Lo que sí sé es que él no tiene dinero para alquilar un apartamento -Reed hizo una pausa-. Supongo que podrías intentarlo por la otra parte; me imagino que la señorita Carlisle tiene un buen número de amigos viviendo en granjas renovadas en la Dordogne o la Provenza donde quizá podrían encontrarse.

– Mira a ver lo que puedes indagar, ¿quieres? A lo mejor ha dejado algún número de contacto a algún vecino en caso de emergencia.

– Puede ser, aunque yo no lo describiría como el tipo de hombre al que le inquietan las emergencias; parece un tanto despreocupado.

– Haz lo que puedas.

Pensó en llamar a Gerald Carlisle, pero decidió no hacerlo. Le habían dicho que Emerald Carlisle no era asunto suyo. Bueno, una vez que la hubiera dejado en su apartamento dejaría de serlo.

Cuando volvió a la mesa, Emmy había ido a empolvarse la nariz. Pagó la cuenta y echó un vistazo a su reloj de pulsera, calculando el tiempo que les llevaría llegar a Londres, mentalmente cambiando las citas que tenía en los próximos días mientras daba con el paradero de Kit Fairfax.

– ¿Todo bien, señor? -preguntó la dueña mientras limpiaba la mesa.

– Sí, muy bien, gracias. Pero es que… -volvió a mirar el reloj, pensando que Emmy llevaba ya mucho rato empolvándose la nariz, sobre todo cuando sabía que no llevaba polvos encima. De repente le entró la preocupación-. Le importaría entrar en el aseo de señoras para ver si mi acompañante se encuentra bien.

– Claro que no -volvió al momento, su tranquilo semblante algo más turbado-. La joven no está en los aseos, señor; pero le ha dejado un mensaje. Será mejor que venga y lo vea usted mismo.

Emmy lo había escrito en el espejo, utilizando para ello jabón líquido de color verde:

Gracias, Don Quijote. Le enviaré una invitación para la boda.

La ventana del baño estaba abierta y la hoja se movía ligeramente con la suave y cálida brisa veraniega.

No le hacía falta mirar al aparcamiento para saber que su coche no estaba allí; sabía perfectamente lo que había hecho. Miró en el bolsillo de la americana para confirmar que mientras estaba al teléfono ella le había quitado las llaves. Luego se había escapado por la ventana del servicio.

Si conducía con la misma soltura con que hacía todo lo demás, probablemente estaría ya a muchos kilómetros de allí. Su única esperanza era que la parara la policía por exceder el límite de velocidad. Pensó en llamar a la policía local para informarlos de que le habían robado el coche; una noche en el calabozo le pararía los pies a la señorita Carlisle.

Aunque le entraron ganas de hacerlo, lo desechó inmediatamente. Parte de su responsabilidad era mantener a Emerald lejos de la publicidad de los periódicos. Estaba seguro de que a Gerald Carlisle le daría un ataque si llevaban a su hija ante el juez por robar el coche de su abogado y la prensa se cebaba en ello. Y después del ataque, Carlisle querría saber qué estaba haciendo ella en el coche de Brodie.

No podía creer que fuera tan imprudente, tan estúpida. Ya había comprobado hasta dónde podía llegar para salirse con la suya. Le entraron ganas de empezar a maldecir pero se quedó callado; desde el momento en que Emerald Carlisle había aleteado sus largas y sedosas pestañas subida a aquella cañería, él había sido como un muñeco en sus manos.

No podía perder más tiempo reprochándose interiormente por no haberla ignorado cuando sus ojos le suplicaron que no la delatara, encaramada a la cañería. Lo que tenía que hacer, sin más demora, era meter al genio de nuevo en la lámpara; pero para eso tenía que atraparlo primero.

– Betty -le dijo a la dueña del mesón-. Necesito un coche; inmediatamente. ¿Hará el favor de ayudarme?

Capítulo 3

Emerald no podía creer la suerte que había tenido; había salido de Guatemala para meterse en Guatepeor. Al llegar al mesón había visto un teléfono en el vestíbulo. Decidió hacer una llamada a cobro revertido para buscar ayuda en cuanto Brodie se levantara al baño, no fuera que se le ocurriera devolverla a su padre.

Esperó a que fuera al baño pero, desgraciadamente, cuando llegó al teléfono, vio que él lo estaba utilizando. Brodie no la vio porque estaba vuelto de espaldas.

Volvió a la mesa y se fijó en la chaqueta de Brodie, colgada de la silla vacía y de pronto se le ocurrió una idea… No perdió tiempo y pasó a la acción, metiendo la mano en el bolsillo y sacando las llaves del BMW. ¡Sí! Miró hacia el vestíbulo. ¿Se atrevía a llevárselo? Brodie se pondría enfermo, frenético.