– Es un consuelo. Por lo menos le gusto al jefe Cooper.
– El jefe Cooper murió de un infarto hace un par de años. Ahora es el jefe Tucker.
– ¿Burt Tucker?
Wade se arrepintió de no haber querido saber nada de Kinley durante tantos años, aunque saber que Tucker era el jefe de la policía no hubiera cambiado la animosidad que existía entre ellos. Ya en el instituto había mostrado unos celos irracionales hacia Wade por causa de Ashley. Aunque a él no le había interesado, ella había dejado bien claro que aceptaría cualquier intento de aproximación de Wade.
– Si es el mismo Tucker que yo recuerdo, estoy seguro de que se mostrará dispuesto a creer lo peor de mí.
Leigh dio un paso hacia él. Quería decirle que estaba de su lado, que sentía mucho haberlo dejado alguna vez.
– Nadie te ha acusado todavía.
Unos ojos grises se clavaron en ella. Fue un momento que Leigh recordaría hasta el fin de su vida porque toda la situación se redujo a los términos más simples. Eran un hombre y una mujer que habían desconfiado el uno del otro durante mucho tiempo, ahora él quería que fuera sincera.
– ¿Y tú, Leigh? ¿Crees que lo he hecho yo?
Leigh vio en sus ojos la vulnerabilidad y el desafío. Wade jamás admitiría lo importante que para él era su respuesta.
– Por supuesto que no. ¿Piensas que hubiera venido?
– ¿Por qué has venido?
– Quiero ayudarte.
Wade tuvo la vaga sensación de que algo fallaba, había algo en todo aquello que no tenía sentido.
– ¿Y por qué iba a necesitar tu ayuda?
– Si lo piensas un momento te parecerá obvio. Una niña desaparece y a continuación tú te vas de la ciudad. Al cabo de doce años regresas y desaparece otra.
Leigh hizo una pausa. Sentía la pasión que dominaba su voz, la dilatación de sus senos.
– ¿Qué tratas de decirme? -preguntó él, aturdido.
– Está claro. Alguien intenta comprometerte. Debemos averiguar de quién se trata.
Wade se pasó una mano por la cara. Él era un hombre que escribía para ganarse la vida, pero hacía diez minutos que tenía la sensación de vivir la escena de una novela. En la vida real no ocurrían aquellas cosas.
– A mí me parece una locura. Si en Kinley vive un loco de atar, ¿por qué iba a esperar doce años para golpear otra vez? Ya sé que hay mucha gente a la que no le gusto pero, ¿qué ganarían con incriminarme? No le veo el sentido.
– Ya sé que no, pero no hay ninguna otra explicación.
– Quizá sea una coincidencia. Alguien intenta hacerte cargar con las culpas. Lo sé, Wade. Lo presiento.
Las palabras inflamadas de Leigh tocaron una fibra sensible en el corazón de Wade. Dejó a un lado su desconfianza en ella. Sentía el impulso de acariciarla y apartarle de la frente sudorosa los cabellos sueltos. Ella parecía una leona dispuesta a defender sus cachorros. Wade si dio cuenta de que era a él a quien defendía. Deseaba creer que podía contar con ella, pero no podía evitar preguntarse por lo que la motivaba. Quizá no fuera su enemiga, pero no estaba dispuesta a considerarla su amiga. Se había equivocado una vez y no estaba dispuesto a volver a pagar un precio tan alto.
Unos golpes fuertes resonaron en la puerta. El lazo invisible que se había formado entre ellos desapareció.
– Tiene que ser Burt -dijo ella.
Wade erigió de nuevo sus defensas contra ella y contra todo Kinley. Abrió la puerta. Aunque no era un hombre pequeño, Burt le sacaba la cabeza y pesaba veinte kilos más. Había sido el clásico matón de la escuela, pero se había convertido en la ley de la ciudad. Le dirigió a Wade una sonrisa carente de alegría.
– Te daré tres oportunidades de que adivines el motivo de mi visita, Wade. Pero creo que te bastará con una -gruñó como si la situación le pareciera divertida.
– Yo también me alegro de verte, Burt. Pasa.
Era una ironía que en el sur los antagonistas se trataran por el nombre de pila. Había habido animosidad entre ellos desde los tiempos de la escuela. Después, Burt le había retado a una pelea consumido por los celos. Wade se había marchado sin levantar una mano, pero Burt se lo había tomado como un insulto, le había parecido una manera de decir que no merecía la pena pelearse por Ashley.
Burt entró en la casa. Leigh apareció ante él con el gesto desafiante y el pelo revuelto. Burt masculló una maldición.
– ¿Qué demonios haces aquí, Leigh?
– Buenos días, Burt -saludó ella, tratando de ignorar el disgusto de él y su propia irritación.
Burt pensaba que ser el representante de la ley le daba derecho a expresar su opinión sobre los asuntos de todo el mundo incluidos los de ella.
– Le contaba a Wade lo que ha sucedido con Lisa Farley.
Burt sonrió torcidamente, como si sospechara que Wade ya sabía lo que le había sucedido a la pequeña.
– Bien, ahora que se lo has contado quiero que te vayas -ordenó el policía.
Casi todo lo que Burt decía era una orden. Leigh pensó en discutirle porque no era asunto suyo pero miró a Wade.
– ¿Tú también quieres que me vaya?
– Eso depende de ti.
La respuesta no aclaró sus dudas. Sin embargo, ya lo había abandonado en una ocasión y no tenía intención de repetirlo.
– Entonces me quedaré.
Burt se acomodó en una de las sillas del comedor como si se preparara para una larga charla.
– Tengo todo el día, Wade. En este momento es contigo con quien tengo que hablar.
Wade ignoró la acusación implícita en el tono del policía y se dirigió al baño.
– ¿Y qué significa eso, Burt? -preguntó ella en cuanto Wade cerró la puerta-. No tienes todo el día. Una niña ha desaparecido y un lunático anda suelto.
– ¿Y qué hace aquí una chica tan lista como tú? ¿Qué diría tu madre si lo supiera? Tiene razón, Wade Conner no es una buena persona.
Leigh se llevó las manos a las caderas. Había algo en la forma en que Burt llevaba sus asuntos que la había inquietado desde pequeña.
– Ahórrame el sermón. En todo caso sería yo la que debería sermonearte. Si conocieras sólo un poco a Wade no estarías perdiendo el tiempo aquí. Deberías estar averiguando lo que le ha pasado a la niña.
– Estoy tratando de averiguarlo. Creo que Wade puede ayudarme en mis conjeturas. ¿Por qué estás tan segura de que no estoy tras la buena pista? ¿Olvidas lo que le pasó a Sarah Culpepper hace doce años?
– Nunca podré olvidarlo. Sé que Wade no tuvo nada que ver porque estaba conmigo aquella noche. Mis padres se habían ido de la ciudad y yo me escapé para estar con él. Volví a casa entre las tres y las cuatro de la madrugada. No pudo hacerlo.
El velo que había ocultado su secreto durante años había caído al fin. Hubo un largo silencio. Cuando Burt habló, sus palabras rezumaron desconfianza.
– Wade puede cuidarse de sí mismo sin que tú intervengas.
– Es la verdad, Burt -dijo ella sorprendida de que no la creyera-. No me inventaría nunca algo así.
– Los recuerdos se enturbian con el paso de los años -replicó el policía en el mismo momento en que Wade entraba en el comedor.
– ¿Qué se enturbia? -preguntó Wade, mirando a los dos parientes.
Burt hizo un gesto para expresar que lo que había dicho Leigh no merecía la pena de repetirse.
– Leigh se empeña en que estaba contigo la noche en que raptaron a Sarah Culpepper.
Wade le clavó una mirada y vio que estaba desesperada porque Burt no la creía. Quizá la malinterpretaba y estaba desesperada porque necesitaba su perdón. Años atrás, esa confesión hubiera significado todo para él. Habría significado que ella no se avergonzaba de lo que habían compartido. Pero ya no significaba absolutamente nada.
– Creí que querías hablar de Lisa Farley -dijo Wade.
No podía dejar que el pasado volviera. Sabía que Burt quería inculparle por la desaparición de la niña y necesitaba tener la mente clara. Se sentía irritado. ¿Qué derecho tenía Burt a sospechar de él? ¿Qué derecho tenía la gente de Kinley de tratarle como si fuera un criminal?