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– Será mejor que acabemos pronto porque se me está agotando la paciencia, Burt. No pienso servir de cabeza de turco otra vez.

Leigh se sentía desengañada. Wade casi no la había mirado desde que había salido del baño. ¿No se daba cuenta de que ella era su coartada y que aquella vez no estaba dispuesta a abandonarle? Ella era su aliada y no tenía dificultad en saber lo que estaba pensando Burt.

– Como ya he dicho antes, será mejor que la chica se vaya -dijo Burt, levantando la ira de Leigh.

– Pienso quedarme -replicó ella, sentándose cerca de Wade.

Para él era obvio que los dos parientes no se llevaban bien. Tenía la sospecha de que una de las razones que ella tenía para quedarse era provocar a Burt. El jefe de policía clavó sus ojos en Wade como solía hacerlo cuando quería intimidar a la gente.

– Hay una niña desaparecida y da la casualidad de que vive en tu misma calle. Quiero saber con exactitud lo que hiciste anoche. A qué hora cenaste, a qué hora te acostaste. Quiero que me cuentes todo.

Wade cruzó los brazos sobre le pecho. Una expresión ofendida y disgustada apareció en su rostro.

– Eso parece una acusación en toda regla, Burt. ¿Por qué quieres saber todo lo que hice anoche?

– Puedes pensar lo que quieras. Soy el jefe de policía de una ciudad tranquila y respetuosa de la ley y de pronto desaparece una niña. La última vez que sucedió lo mismo fue la última vez que tú estabas aquí. Incluso el más estúpido puede imaginar por qué te hago estas preguntas. No creo que tú esas un estúpido.

Los dos hombres se midieron con la mirada por encima de la mesa. Su antagonismo era palpable. Leigh rompió el silencio descargando un palmetazo sobre la mesa y atrayendo su atención.

– Eso es una estupidez, Burt. El jefe Cooper habría arrestado a Wade si hubiera habido la menor prueba en su contra. ¿Nunca has pensado que no fue así porque no tuvo nada que ver con el secuestro de la pequeña Sarah?

– Ahora no hablamos de Sarah sino de Lisa Farley. Si continúas interfiriendo en mi investigación voy a pedirte que te vayas. Y esta vez, no aceptaré un no por repuesta. Ha desaparecido una niña y pretendo averiguar lo que le ha sucedido.

– Pero Wade no ha tenido nada que ver -insistió ella, ignorando el tono autoritario de su cuñado.

– Si es verdad, no tendrá objeción en responder a mis preguntas. Sólo hago mi trabajo.

– Burt tiene razón -intervino Wade.

Se sentía irritado porque ella había adoptado el papel de su defensora doce años tarde. Tenía que colaborar en la investigación por mucho que le molestara. Luego podría olvidarse de la estúpida idea de quedarse en Kinley y marcharse de aquella ciudad dejada de la mano de Dios.

– No tengo nada que ocultar y quiero saber lo que le ha pasado a Lisa, como todo el mundo. ¿Qué quieres saber, Burt?

Una hora más tarde, Wade acompañó a Burt a la puerta. Leigh se quedó en el comedor meditando sobre la discusión que habían mantenido. Lo único que había habido en común era la mutua desconfianza. Burt había aprovechado todas las ocasiones para introducir acusaciones veladas en sus preguntas, Wade las había ignorado metódicamente. Sin embargo, le había prestado toda su colaboración y sus respuestas habían sido inocentes. El problema era que carecía de coartada. Ella estaba segura de que Burt no el había creído que se había pasado toda la noche frente a un ordenador sin escribir una sola palabra.

– Espero que encuentres a tu hombre, Burt -dijo Wade.

Burt entrecerró los ojos y lo miró de arriba abajo.

– No te quepa la menor duda, Wade.

– No te ha creído ni una palabra -dijo Leigh cuando se cerró la puerta.

Wade se apoyó en la puerta y consideró su decisión de cooperar. Quizá debería haber exigido que hubiera un abogado presente durante la discusión. Todo era una locura. No había hecho nada excepto volver a Kinley para el funeral de su madre. No obstante, comenzaba a ver claro que las cosas se podrían muy mal para él si Lisa Farley no aparecía.

Se sentía cansado y furioso. Su corazón le decía que no podía confiar en Leigh a pesar de que ella se mostraba ansiosa de ayudarle. Ella llevaba un vestido azul que resaltaba el violeta de sus ojos y la hacía parecer aún más hermosa. Se mordía el labio en lo que parecía ser un gesto de preocupación ausente. No era momento de pensar en qué aspecto tendría en la cama, con los labios hinchados por sus besos y los dedos enredados en sus cabellos pero la imagen apareció en su mente. Leigh era tan inconsciente de su atractivo que hubiera sido una locura no desearla.

Volvió a pensar en la manera en que se había enfrentado a Burt para proporcionarle la coartada que hubiera necesitado doce años antes, pero no le produjo satisfacción. Comenzó a subir las escaleras. Se detuvo a mitad de camino y la miró haciendo un esfuerzo para que el dolor que veía en su cara no le afectara.

– Vuelve a tu trabajo, Leigh -dijo con dureza-. Hace doce años necesité tu ayuda, ahora no.

Leigh se quedó sola durante varios minutos completamente perpleja antes de poder salir de aquella casa.

Capítulo cinco

Wade salió de su casa pensando que habían sido dos días miserables. Se había pasado la mañana sentado ante el ordenador sin que las palabras fluyeran para construir una ficción mientras que su vida había tomado un curso extraño.

Los Culpepper se habían ido de la casa de al lado después de la tragedia de Sarah y Wade no reconocía a la mujer que cuidaba las flores de su jardín. Wade la saludó, pero ella se apresuró a apartar la mirada. Empezaba a esperar aquellos desaires aunque nunca se acostumbraría.

Había cambiado el Chevrolet por un Mustang menos serio. Siempre le había ayudado a despejar la cabeza conducir con el viento agitándole los cabellos. Iba a necesitarlo. No había sido una buena idea quedarse en Kinley, pero la decisión de marcharse ya no dependía de él. Hacía dos días que Burt Tucker se había encargado de dejarlo bien claro. Wade se había dado cuenta de que el coche patrulla pasaba demasiado a menudo por su calle desde el secuestro de Lisa, Sin embargo, cuando había ido a la gasolinera para llenar el depósito de su coche, el vehículo blanco y negro de la policía se le había acercado.

– ¿Vas a algún sitio, Wade? -había preguntado Burt en su tono despectivo habitual.

– No creo que sea asunto tuyo, Burt.

El jefe de policía había soltado una de sus carcajadas que indicaban desconfianza.

– Pues yo creo que sí. Me parece que tengo derecho a mantener bajo control todos los cabos de esta investigación, si entiendes a lo que me refiero. Si yo fuera tú, no se me ocurriría irme a ningún sitio.

– Y a mí me parece que también tengo mis derechos. Si me estás ordenando que no me vaya de la ciudad no esperes que te haga mucho caso. No soy ningún patán de Kinley para pensar que lo que tú dices es la palabra de Dios. Tengo la ley de mi parte, Burt. Puedo ir y venir si me da la gana y tú no puedes hacer nada por impedirlo.

La sonrisa había desaparecido de los labios de Burt mucho antes de que Wade dejara de hablar. Por el contrario, la ira tiñó su rostro de rojo.

– No estés tan seguro. Puedo acusarte de secuestro y si eso no funciona, puedo llamar a la policía de Manhattan y decirles lo que sospecho de ti. Me imagino que un escritor de moda como tú no se sentirá muy cómodo con ese tipo de información en los periódicos.

– ¿Sabes una cosa, Burt? He pasado muchos años pensando demasiado bien de ti. Creía que tenías tanta inteligencia como un caracol. Ahora me doy cuenta de que eres aún más estúpido.

Wade sacó unos billetes de su cartera para pagar al estupefacto empleado de la gasolinera que había oído su discusión. Subió a su coche y salió de la ciudad a pesar de las amenazas del jefe de la policía. No creía que lo siguieran. No podía marcharse sin que le resultara imposible poner a la venta la casa con toda la ciudad convertida en un hervidero de rumores en su contra. Ni siquiera le habían dejado tiempo para recuperarse de la muerte de su madre.