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– ¿Y cómo puede ayudaros una vieja como yo? -preguntó Martha sin apartar los ojos del mar.

– Señora Culpepper, ha ocurrido algo terrible -dijo Leigh con toda delicadeza de que fue capaz-. Otra niña pequeña ha desaparecido. Su nombre es Lisa Farley y su familia vive pocas casas de donde vivía usted. Tenía que pasar la noche en casa de una amiga, pero cambió de idea y volvió andando a su domicilio. Hay sólo unas cuantas manzanas, pero no llegó.

Martha continuó sentada tan inmóvil que Leigh pensó que no la había escuchado. Poco a poco, su cara adquirió una expresión de infinita tristeza.

– ¿Cuántos años tiene?

– Ocho -dijo Wade tan dolorido como Martha.

Sarah le había adorado como el hermano mayor que nunca había tenido. Sarah había desaparecido a los siete años.

– ¡Ay, Dios! -exclamó la mujer, llevándose la mano a la boca.

– Todo Kinley cree que he sido yo, señora Culpepper. Siguen sin confiar en mí. Mucha gente continúa pensando que yo fui el responsable de la desaparición de Sarah.

– ¡Claro que no fuiste tú! -exclamó Martha-. Sólo un tonto de remate podría pensar una cosa así.

– ¿Y por qué cree usted que no fue Wade quien lo hizo? -preguntó Leigh.

Dos pares de ojos sorprendidos se clavaron en ella. Los de Wade eran más penetrantes porque la pregunta le parecía absurda viniendo de alguien que conocía la verdad.

– Porque es cierto, por eso.

– No me refiero a eso -insistió Leigh-. Ya sé que Wade no lo hizo; lo que pregunto es cómo lo sabe usted. ¿Por qué está tan segura de que no tuvo que ver con la desaparición de Sarah?

– Cuando tengas mi edad sabrás algunas cosas sobre las personas. Sé que Wade no la secuestró porque no es la clase de persona que va por ahí haciéndole daño a la gente. Y mucho menos a Sarah. Yo siempre supe que era la niña de sus ojos.

– Tiene usted una razón, señora Culpepper -musitó Wade.

– Además -continuó Martha, mirando a Leigh fijamente-, Ena y yo estábamos al tanto de que Wade desaparecía todas las noches para verse contigo. Hubiera apostado mi vida a que estaba contigo aquella noche.

Leigh abrió mucho los ojos. Miró a Wade, pero éste también estaba sorprendido y trataba de digerir la información. Para él era nuevo saber que su madre supiera las razones que tenía para no querer volver a Kinley.

– Sin embargo, no consigo entender por qué necesitáis mi ayuda -prosiguió Martha-. No he vuelto por Kinley en diez años.

– Tengo una teoría sobre el secuestro de Lisa -le explicó Leigh-. Deje que se la cuente. Creo que Sarah y Lisa han sido secuestradas por la misma persona. Hace unas pocas semanas que Wade regresó para el funeral de su madre. No había vuelto desde la desaparición de Sarah. Ahora ha desaparecido otra niña y toda la ciudad acusa a Wade. No puedo aceptar que sea una coincidencia extraordinaria. Creo que alguien trata de inculparle.

– Sigo sin entender por qué venís a mí. Ni siquiera conozco a los Farley. -No hemos venido a hablar de Lisa. El jefe Tucker nos ha hecho saber que no desea nuestra ayuda. Hemos venido para hablar de Sarah.

– Creemos que la única manera de averiguar lo que le ha pasado a Lisa es saber qué le ha ocurrido a Sarah -concluyó Wadesin mucha convicción.

– ¿Acaso creéis que no lo hemos intentado nosotros? -preguntó Martha evidenciando todo el dolor y la derrota de una mujer vieja-. Mi marido lo intentó tantas veces que acabó con su corazón. No pudo encontrar ni el más mínimo indicio. ¿Qué os hace pensar que podréis después de todo este tiempo?

Leigh se dijo a sí misma que ella tenía que conseguirlo. Había sido una adolescente egoísta y asustada y ahora tenía que corregir sus errores. Pensó que había tenido un tesoro entre los brazos y había dejado que se le escapase. Sabía que Wade pensaba como Martha y le sorprendió la ironía que encerraba aquella situación.

Si un mes antes se hubiera tropezado con Wade en Nueva York, habría bajado la cabeza rezando para que no la reconociera. Y se encontraba en una terraza de Charleston hablando con una mujer cuya sobrina había sido de una manera triste e indirecta la causa de que su relación se destrozara.

Su vida había descrito un círculo completo. No podía permitir que Wade siguiera pagando las consecuencias de su cobardía, no podía permanecer de brazos cruzados mientras una nueva tragedia se desarrollaba ante sus ojos.

– Señora Culpepper, no tengo hijos y no puedo hacerme una idea de lo terrible que puede ser perderlos. Sé que no debe ser fácil para usted hablar sobre esto y también sé que es probable que no saquemos nada en limpio, pero tenemos que intentarlo. Ha desaparecido otra pequeña y otra madre está sufriendo. El jefe de policía cree que fue Wade el que lo hizo. Va a convertirse en una repetición de lo que pasó hace doce años si no hacemos algo para evitarlo. Inténtelo con nosotros. Por favor.

Martha guardó silencio. Wade no podía apartar la mirada de Leigh. El día anterior le había dicho que todo había acabado hacía mucho cuando sabía que no era cierto. Sus ojos brillaban de tal manera que no hubiera podido negarle nada en aquel momento. ¿Qué era ella? ¿Un traidor o un salvador, amiga o enemiga, una amante o alguien que le había utilizado?

– Fue una noche tan oscura que ni siquiera se veían las estrellas -comenzó Martha-. Recuerdo haber mirado por la ventana y haber pensado que era una noche propicia para los secretos, una noche hecho para estar con quien te amara y en ningún otro sitio. Sin embargo, no me preocupé por mi pequeña. Creí que estaba a salvo en una casa donde también tenía afecto y calor. Tampoco mi marido se preocupó. Habíamos trabajado todo el día en el jardín y nos encontrábamos muy cansados. Sarah se había ido a pasar la noche a casa de su prima Joyce y los dos pensábamos que seguía allí.

Martha ocultó el rostro tras sus manos y sacudió la cabeza.

– Lo he pensado muchas veces. Se me ocurrió llamarla por teléfono para desearla buenas noches y decirle que la quería, pero estaba tan agotada que me fui a la cama en seguida.

– No lo entiendo -dijo Wade, aprovechando la pausa-. ¿Por qué estaba tan segura de que Sarah se encontraba en casa de su hermana?

– Mary vivía a sólo dos casas de la mía. Sarah pasaba tanto tiempo allí como en nuestra propia casa. Se puso el pijama muy temprano y me dijo que iba a arreglar su bici y después a dormir con su prima. Hacía frío y le dije que se pusiera un jersey.

– Miré por la ventana y vi a Wade ayudándola con el pinchazo. En aquel momento el viejo reloj de pie dio las seis, pero como era noviembre ya era de noche. Sarah llevaba uno de esos pijamas que tienen los zapatos incorporados. Tenía estampados unos corazones rosa, ¿o eran púrpuras? También llevaba un jersey verde y una manta roja. Se la llevaba a todas partes porque pensaba que daba suerte.

Martha sonrió con tristeza ante la ironía. Daba la impresión de que había olvidado que había dos personas escuchándola.

– Me retiré de la ventana y nunca más he vuelto a verla. Nunca llegó a casa de Mary. Mi hermana se imaginó que se había dormido en mi casa. Pero eso no lo averiguamos hasta la mañana siguiente, cuando era demasiado tarde.

Se hizo un silencio tan intenso que Leigh podía oír las olas en el malecón. Martha miraba hacia la bahía como si en el azul inmenso pudiera encontrar las respuestas que llevaba buscando tanto tiempo. Sus ojos estaban secos pero reflejaban un dolor profundo.

– Lo siento -dijo Wade.

– Ha pasado mucho tiempo. Muchas veces he intentado decirme que está en el cielo, pero no ayuda mucho. Sigo deseando que estuviera aquí conmigo.

Leigh comprendió que Martha quería quedarse a solas con su dolor y se levantó. Wade la siguió. Le puso una mano en el hombro y se sorprendió de la fragilidad de aquella mujer.

– Gracias por hablar con nosotros, señora Culpepper.