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– ¿Wade? -preguntó al contestar.

Hubo un momento de silencio durante el que Leigh pudo escuchar la respiración de alguien. Después colgaron y el pitido telefónico fue lo único que oyó. Era la tercera vez que le sucedía en unos pocos días. Leigh colgó el teléfono y se resignó a cenar sola.

Con el plato de comida en las manos se sentó ante el televisor para reflexionar sobre los acontecimientos del día. Wade le había preguntado por qué estaba tan decidida a limpiar su nombre y había llegado el momento de hacer examen de conciencia. El problema era que estaba tan confusa que no sabía la respuesta. Veía a Wade como un chico de veinte años y, al mismo tiempo, como un hombre maduro que despertaba en ella sentimientos que creía muertos hacía años. Era cierto que quería enmendar sus errores y hacer las paces, pero había mucho más. Verlo otra vez había sido como un relámpago que le había abierto el corazón y recargado los antiguos sentimientos. ¿Podía enamorarse otra vez de él?

Le sorprendió el timbre de la puerta. Se levantó preguntándose si el objeto de sus pensamientos estaría al otro lado. Medio esperando que se tratara de él y medio rezando para que no lo fuera, abrió la puerta.

– Hola, Leigh. Espero que no te importe que pase a verte -dijo Everett, subiéndose las gafas-. ¿No soy una molestia?

– No te preocupes -suspiró ella-. Pasa, pasa.

Le indicó el sofá para que se acomodara. Everett se sentó de tal modo que las rodillas estaban al mismo nivel que su pecho. Everett se había cambiado de ropa, pero su camisa azul de manga corta y sus pantalones negros le hacían parecer como si siguiera en la contaduría municipal. Se subió las gafas de nuevo y la miró intensamente. Leigh estaba acostumbrada a sus escrutinios, pero nunca había soportado muy bien la adoración que Everett sentía por ella.

– ¿Qué ocurre, Everett? ¿Se debe tu visita a algún motivo en especial? -preguntó ella en tono amistoso.

Ella se había vuelto a sentar sobre la manta que había extendido en el suelo para cenar.

– Estaba preocupado por ti. Pasé por la tienda esta tarde, pero no estabas.

Leigh se preguntó si Drew le habría informado sobre su viaje. Lo último que le faltaba era que Everett se dedicara a fisgonear en sus asuntos intentando ser algo más que un amigo.

– Muy amable por tu parte, pero no hay de qué preocuparse. Tenía que ocuparme de algunos asuntos, nada más.

Leigh escogió sus palabras con cuidado. Se imaginaba que Everett se pondría celoso si averiguaba que había salido con Wade.

– Siempre me preocupo por ti, Leigh. ¿No sabes lo mucho que me importas?

Claro que lo sabía. Siempre lo había sabido. Pero Everett nunca había querido escuchar cuando ella le repetía una y otra vez que no estaba interesada en ser su amante.

– ¡Oh, Everett! -suspiró ella-. A mí también me importas, pero no de la manera que tú dices. No insistas. Nos conocemos desde que éramos niños. ¿No puedes aceptar que te considere un hermano? Debes saber que te quiero como amigo, pero nada más.

Durante un momento, el cuarto quedó tan en silencio que Leigh pudo oír el tic tac del reloj. El labio inferior de Everett temblaba y tenía los ojos húmedos mientras trataba de recobrar el control de sí mismo. Fracasó pero el cambio fue asombroso. Sus ojos se secaron y la lanzó una mirada gélida.

– Se trata de Wade Conner, ¿no es cierto? -estalló con una voz que no parecía la suya-. Has estado con él hoy. Él es la razón de que sólo quieras que seamos amigos.

– Wade no tiene nada que ver con esto -contestó Leigh, haciendo un esfuerzo por calmarle-. Sabes desde hace años que entre nosotros no puede haber otra cosa que amistad. Me gustaría que lo aceptaras de una vez por todas. No quisiera perderte como amigo.

Con la misma rapidez que se había despertado, su ira murió. De nuevo volvió a parecer un cachorrillo deseoso de complacer a su amo.

– Yo tampoco quiero perderte. No sé qué me ha hecho decir estas cosas. ¿Me perdonas?

Leigh asintió mientras pensaba que había sido ridículamente fácil aplacar el intento de Everett de profundizar su amistad. Quizá se debía a que ya tenía mucha práctica y a que él era un hombre sumamente dulce y pasivo.

– Por supuesto que te perdono, Everett -dijo Leigh mientras observaba su expresión de gratitud.

Wade pensó que Leigh podía estar en lo cierto mientras se acercaba a la casa a la que se habían mudado los Cooper tras la desaparición de Sarah. Quizá tenía sentido hurgar en el pasado y averiguar qué papel habían jugado. A Martha le había dolido hablar, pero la verdad no sería agradable tampoco si llegaban a descubrirla.

Aquella mañana, otro vecino le había negado el saludo y había oído a otro más insinuar que él era un criminal. Aquello le había enfurecido, pero también le había hecho darse cuenta de que era imperioso que limpiara su nombre. Pero eso no era todo. A él le gustaban los niños y Sarah había sido su preferida. Era probable que Lisa también le hubiera gustado. ¿Y si Leigh tenía razón y ellos eran los únicos que podían resolver aquellos crímenes? Debían intentarlo por las niñas.

Había quedado con Leigh en recogerla en la acera al mediodía ya que la residencia de los Cooper estaba al otro lado de la ciudad. La vio poco antes de llegar a la casa.

Leigh andaba deprisa. Se le ocurrió que en los últimos días siempre estaba apresurada. Odiaba las prisas, pero no quería que Wade llegara a casa de los Cooper antes que ella. Por la manera en que Mary Cooper se había expresado por teléfono no creía que le dejara llegar a la puerta si se presentaba solo. Además, le había prometido a Drew que no tardaría más de una hora.

Mary Cooper se había mostrado dispuesta a colaborar hasta que Leigh le había dicho que Wade estaría presente. Mary casi había cancelado la cita.

Intentó ignorar el gozo que invadió su corazón al ver a Wade. Pensó que no era justo que Dios lo hubiese hecho tan atractivo. Unos minutos más tarde, se hallaban en el salón de Mary, frente a sendos vasos de limonada y escuchando sus protestas. Su hija Joyce, que ya tenía diecinueve años, estaba a su lado jugando nerviosamente con su pelo rubio.

– La verdad, Leigh, es que no te entiendo -dijo Mary sin mirar nunca a Wade-. ¿Qué se te ha metido en la cabeza ahora? ¿Investigar el pasado? Martha me llamó ayer para decirme que incluso te habías presentado en Charleston para hablar de mi sobrina.

Leigh reprimió una respuesta airada que pugnaba por salir de ella. Se decía que si perdía los estribos nunca llegaría el fondo del asunto. No tenía que haberse preocupado porque fue Wade quien respondió.

– Siento que se sienta así, señora Cooper. Leigh y yo sólo pretendemos averiguar la verdad. Creemos que Sarah y Lisa han sido raptadas por la misma persona. Ése es el motivo de que fuéramos a hablar con Martha y por eso queremos hablar con Joyce.

– ¿Y si yo creo que fuiste tú quien lo hizo? -preguntó Mary con los labios fruncidos y una mirada dura en los ojos.

Aquella vez le tocó a Wade controlar sus nervios. Respiró profundamente y contó hasta cinco en silencio.

– ¡Oh, mamá! ¿Cómo puedes decir una cosa así? -intervino Joyce-. Mírale. Un hombre como Wade, ¿puedo llamarte Wade, verdad?, no tiene que ir por ahí raptando chicas. Lo más probable es que sean ellas quienes quieran raptarle.

Joyce ignoró el jadeo estupefacto de su madre y le sonrió a Wade abiertamente.

– Os ayudaré en lo que pueda. ¿Qué queréis saber?

– Todo lo que pasó la noche en que raptaron a tu prima -se apresuró a decir Leigh antes de que Mary tuviera oportunidad de hablar.

Joyce hizo una mueca mientras se concentraba para recordar. Wade se dio cuenta de lo bonita que era. Si Sarah hubiera estado viva sería como ella. Se le ocurrió que los chicos de su universidad debían andar locos para conseguir que saliera con ellos.