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– No creo que pueda ser de mucha ayuda. Sólo tenía siete años. Me acuerdo claramente del día en que me enteré que Sarah había desaparecido, pero no recuerdo absolutamente nada de aquella noche.

– Dinos lo que recuerdes, Joyce -dijo Leigh, tratando de no desanimarse-. Incluso lo que a ti te parezca inconexo puede ser importante.

– No sé lo que esperas sacar de todo esto, Leigh -intervino la señora Cooper.

Joyce ignoró el comentario de su madre y arrugó la frente tratando de recordar.

– Me acuerdo que siempre llevaba aquella estúpida manta roja a todas partes -dijo Joyce, riendo-. Era muy soñadora. Decía que era una alfombra voladora que iba a llevarla a muchos sitios exóticos.

– ¿Alguna vez habló de escaparse? -preguntó Wade.

– Siempre. Tenía libros de fotografías. Solía enseñarme los sitios a los que quería ir. No es que fuera infeliz en su casa, sólo tenía un espíritu muy aventurero. Le gustaban sitios como Hawai, Nueva York o Florida. Pero no creo que se escapara. Sólo teníamos siete años.

– ¿Recuerdas si habló de escaparse poco antes de desaparecer? -insistió Wade.

– No. Ni siquiera recuerdo que tuviera que dormir en mi casa aquella noche. Lo hacíamos tantas veces que no tengo un recuerdo claro. Sólo recuerdo que una mañana me levanté y mamá me dijo que había desaparecido. Nunca he logrado comprenderlo…

La voz de Joyce se apagó y se quedó en silencio.

– ¿Y usted, señora? ¿No recuerda algo más? -preguntó Leigh, aceptando que Joyce no podía proporcionarles más información.

Mary guardó silencio un momento, como si no quisiera contestar.

– Nada importante. Recuerdo que fui a ver cómo dormía Joyce y me pareció extraño que Sarah no estuviera con ella. Nunca planeábamos nada, pero siempre parecían encontrar la manera de estar juntas. Ojalá lo hubieran estado aquella noche.

Leigh estaba sentada en su porche disfrutando de la noche. La entrevista en casa de los Cooper había sido tan oscura como la noche sobre Kinley. Se preguntó si no estaban pasando por alto algo obvio o si una niña de siete años podía desaparecer por sus propios medios sin dejar ni rastro. Mientras más hablaban con la gente relacionada con el caso más inexplicable se hacía el misterio. Leigh frunció el ceño. Si alguien quería incriminar a Wade eso suponía que alguien muy cercano, un amigo o un vecino, era un loco peligroso. ¿No era una amenaza para toda la ciudad?

El sonido de unos pasos en la oscuridad hizo que el corazón le diera un vuelco. La silueta de un hombre apareció en la negrura. Al acercarse pudo ver que se trataba de Wade y respiró aliviada. Su cuerpo se relajó, pero su corazón comenzó a latir aún más deprisa.

– ¿Te importaría decirme qué haces sentada aquí a oscuras? Es una noche de lo más negra. Ni siquiera se ven las estrellas.

Wade tenía una voz rica en matices y profunda. Sin embargo, a Leigh le gustaba más la de antes cuando todavía conservaba el acento del sur. Se preguntó si la ausencia de acento se debía a que consideraba el sur como un mal recuerdo y si eso la incluía a ella.

– Sólo estaba pensando.

– ¿En mí? -preguntó él, sentándose a su lado y rozándole el muslo con la pierna.

Leigh sintió escalofríos. Se abrazó a sí misma aunque hacía calor. Deseó haber llevado encima algo más que unos pantalones cortos y una camiseta.

Asintió para que no supiera hasta qué punto le afectaba su proximidad.

– En ti, en Sarah y en que las piezas no encajan. Sigo creyendo que hay una pista clave para todas las respuestas. Pero, por ahora, no damos con ella.

Wade guardó un silencio desengañado. ¿Cuándo había comenzado todo aquello? ¿Cuándo se había vuelto Leigh tan seria, tan introspectiva? ¿Cuándo había dejado de hablarle de sus pinturas y de sus sueños para empezar a hablar de secuestros y misterios? ¿Y cuándo había empezado él a soñar despierto?

– Joyce dijo que Sarah hablaba mucho de escaparse.

Leigh asintió.

– Era una niña con espíritu aventurero que pensaba que el mundo debía ser algo más que Kinley. Quería viajar y conocerlo.

Se calló pensando en que ella había sido igual, pero no había cumplido sus sueños. Se preguntó si a Sarah le había sucedido lo mismo.

– Quizá no la raptaran delante de su casa -apuntó Wade-. ¿Y si decidió escaparse aquella noche? Pudo haberle dicho a Martha que iba a dormir con su prima, esconderse y aprovechar la noche para desaparecer sin ser vista.

– ¿Y entonces qué? Una niña de siete años no puede llegar muy lejos antes de aprender que escaparse no es tan fácil como parece.

– Es posible que procurara no llamar la atención.

– Muy bien. Supongámoslo. Pero no cambia nada el hecho de que no pudo llegar muy lejos por sus propios medios, de modo que el secuestrador sigue siendo alguien de Kinley. Y eso nos lleva otra vez al principio.

– Es una pesadilla, Leigh. Por alguna razón que no logro entender, soy el vínculo entre el secuestro de dos niñas inocentes. Incluso aunque no tuviera nada que ver, me siento responsable. Me estaba volviendo loco pensándolo en casa de mi madre y decidí unirme a la búsqueda de Lisa Farley. Cuando estaba en el bosque me encontré con Ben y Gary Foster. Me di cuenta de que no buscaban a Lisa, me observaban preguntándose qué haría yo allí. No se les ocurrió que la buscaba como todo el mundo. Pensaron que estaba borrando las pistas.

– No puedes estar tan seguro, Wade -protestó ella.

– Claro que estoy seguro. La gente de Kinley no se fía de mí y yo no me fío de ellos. ¡Demonios, Leigh! Ni siquiera confío completamente en ti y tú eres la única persona que me cree.

– Martha también te cree. Y Ena creía en ti.

– ¡Ah, Ena! -exclamó él, saboreando el nombre de su madre-. Es gracioso. Sólo la veía un par de veces al año, pero la echaba constantemente de menos. Nunca me había dado cuenta de lo importante que era para mí. Cuando la llamaba por teléfono me daba la impresión de que hablar conmigo era su tarea más importante. Era una mujer muy fuerte y segura de sí misma.

– Crió un hijo muy fuerte.

Wade rió, aunque lo que había dicho Leigh no tenía ninguna gracia.

– ¿Y por qué me afecta todo el cotilleo de la ciudad? ¿Y por qué tengo ganas de azotar a Burt y a los Foster?

– No seas tan duro contigo mismo, Wade. Hace años te hubieras peleado. Ahora eres un hombre maduro. Entonces eras muy impulsivo, hacías lo que querías sin importarte las consecuencias.

Wade pensó que acertaba y se equivocaba al mismo tiempo. Había madurado, pero el niño que había en su interior seguía viviendo y había algunos impulsos que no podía controlar. Unos impulsos que se encendían con el deseo que creía ver en sus ojos violetas, con la suavidad del cuerpo que tenía a su lado.

– ¿Quieres decir que hace años te habría besado si hubiera querido hacerlo?

Wade le puso una mano en el hombro y la hizo mirarle. Leigh le contempló sin hablar y él no vio nada que le disuadiera de besarla.

– Porque ahora mismo, siento grandes deseos de besarte.

Se abrazaron como atraídos por un imán. Sus alientos se entremezclaron, sus bocas se encontraron y sus lenguas se unieron con una urgencia apasionada. Wade le rozó los pezones y ella gimió de placer. Volvió a tocarla y Leigh cerró los ojos ante la oleada de placer ardiente que le traspasaba el cuerpo hasta concentrarse en el núcleo de su feminidad que ansiaba ser satisfecho.

Las manos de Wade le abarcaron los pechos y se sintió arder de deseo. La besó en el cuello, en la garganta, en la boca. Leigh volvió a sentirse como la adolescente que no había podido dominarse sobre la hierba hacía doce años. Se sentía como la mujer que nunca había dejado de amar a su primer amor.

Wade había deseado acariciarla desde el momento en que la había visto en el cementerio, pero no se había imaginado que pudiera ser tan ardiente. Su piel era más sedosa, sus curvas más plenas, su respuesta más apasionada. Se había endurecido aún antes de tocarla y notaba que perdía el control. Si no se detenía pronto, no sería capaz de parar. Pero no quería que aquella sensación cesara, no cuando hacía tanto tiempo que no la experimentaba.