– Invítame a tu casa -susurró.
Leigh asintió de inmediato. No podía negarse como no podía negar el deseo que sentía. ¿Por qué no lo había admitido antes? Wade se separó de ella y se puso en pie sujetándola contra él.
Subieron las escaleras hasta el dormitorio, pero Leigh sintió que una nube la transportaba. Sin embargo, al llegar a su habitación la colcha blanca y rosa hizo que se pusiera tensa. Ningún hombre había estado allí. Lo consideraba el santuario donde podía soñar despierta y en la intimidad. Le miró a los ojos y la tensión se esfumó. Al fin y al cabo, la mayoría de sus ensoñaciones habían tratado de él.
– Leigh, quiero que estés segura. No quiero que haya arrepentimientos esta vez.
– No me he arrepentido ni entonces ni ahora -dijo ella, poniéndose de puntillas para besarle.
Sus labios eran suaves y cálidos como el edredón que usaba en las noches de helada. También tenían aquella misma impresión de familiaridad. Dibujó sus contornos con la lengua sabiendo que el inferior era un poco más lleno. Wade profundizó el beso con un ansia que la dejó sin aliento y toda la habitación empezó a girar. De pronto estaban en la cama sin que Leigh pudiera decir cómo habían llegado hasta allí.
Sin embargo, sus manos parecían saber qué hacer con exactitud. Las dejó correr sobre su cuerpo, deslizándolas por la espalda y por las nalgas. Wade gimió y pasó las suyas sobre su vientre hasta alcanzar los pechos. Ella arqueó la espalda mientras sus pezones se adelantaban para darle la bienvenida.
Leigh alzó los brazos para ayudarle a que le quitara la camiseta. Luego Wade se sentó para despojarse de la suya mientras Leigh admiraba la perfección de su pecho desnudo. Wade Conner ya no era un chico sino un hombre.
Leigh se quitó el resto de la ropa hasta quedar desnuda y temblando de deseo. Wade dudó un momento, pero acabó de desnudarse y ella vio que su deseo era tan urgente como el suyo.
Cuando sus cuerpos se unieron sobre la cama, Leigh tuvo la impresión de que nunca se habían separado. Se abrazaron con ansia. Más tarde encontrarían tiempo para hacer el amor con calma. Wade era un amante considerado que procuraba dar tanto placer como recibía. Quería retardar el momento de entrar en ella, pero sentía que estallaba.
– Ahora, Wade -jadeó ella como si le hubiera leído el pensamiento-. No esperes más.
Antes de que acabara la frase ya estaba en su interior. Una alegría infinita que era todo sexo y a la vez no tenía nada que ver con él la llenó. Wade le introdujo la lengua en la boca y en aquel instante empezaron a moverse al unísono. Adoptaron un ritmo en perfecta sincronía, como si hubieran sido amantes durante doce años, como si estuvieran hechos el uno para el otro.
Leigh le había perdido. Sus años habían estado vacíos porque aquel hombre era el único que podía llenarlos. Algo extraño y maravilloso estalló en su interior y al mismo tiempo el cuerpo de Wade se convulsionó. Los ojos de Leigh se llenaron de lágrimas antes de regresar a la tierra. Wade sintió las lágrimas en sus propias mejillas.
– ¿Qué ocurre, Leigh? ¿Te he hecho daño?
Leigh estuvo a punto de echarse a reír ante lo absurdo de la pregunta. Wade la había transportado a un lugar en el que nunca había estado. ¿Pero cómo podía decirle que lloraba por todo lo que habían perdido y habían vuelto a encontrar? Acababan de redescubrirse y no quería poner una nota triste en el comienzo de su nueva relación.
– Sólo me siento feliz.
Wade sonrió y, al cabo de un momento, rodó hacia un lado.
– He deseado hacer esto desde el primer momento en que te vi -dijo él con una sonrisa triste.
– Yo también -confesó ella.
Estaba feliz porque al fin Wade lo había confesado, pero se sentía triste porque parecía que la verdad no le agradaba. Estaban abrazados, no porque la deseara conscientemente, sino porque no había podido refrenarse. Se dijo a sí misma que debía ser paciente. Quizá algún día la perdonara por el pasado y volviera a enamorarse de ella. Ella ya estaba segura de quererle. Siempre había sido así y así seguiría siendo. Sin embargo, era demasiado pronto para decírselo.
– Wade, no quiero remordimientos.
Wade guardó silencio porque sabía que los tendría más tarde. Mantener sus sentimientos a un nivel trivial mientras dormía al lado de Leigh no iba a ser fácil. Sabía que tenía que volver a poseerla. Peor no era el momento de decirle que no debía esperar demasiado de él. La besó y Leigh se quedó dormida entre sus brazos, más feliz de lo que había sido desde su adolescencia.
Capítulo ocho
Se despertaron en mitad de la noche para hacer el amor dulce y lentamente. La atmósfera fue tan maravillosa que más tarde Leigh no supo decir si había sucedido en realidad.
Leigh cerró los ojos con fuerza, intentando no escuchar el timbre insistente que le martilleaba los oídos, pero no funcionó. Unas manos la zarandearon con cuidado para despertarla. Abrió los ojos y descubrió a Wade mirándola.
– Tu teléfono está sonando, dormilona.
Leigh miró el reloj. Eran las nueve y media. Llegaba tarde al trabajo. Tenía que ser su hermano el que llamaba. Mientras ella intentaba despejarse para contestar, Wade se apartó hasta que sus cuerpos dejaron de tocarse. Había intentado irse durante la noche, pero ella se había acurrucado contra él y no había sido capaz. Tendría que tener más cuidado en el futuro si pretendía mantener su relación a un nivel trivial.
Leigh notó su retirada, pero el teléfono seguía sonando.
– Dígame.
– ¡Por Dios, Leigh! ¿Por qué no estás en la tienda? -dijo Ashley y Leigh le hubiera colgado de no advertir una nota de desesperación en la voz de su hermana-. No importa. Ha ocurrido algo terrible. Ben y Gary Foster han estado rastreando los pantanos esta mañana y han encontrado un esqueleto. Burt está casi seguro de que pertenece a la pobre Sarah.
– ¿Cómo pueden estar seguros de que se trata de Sarah?
– No están absolutamente seguros pero, ¿quién más puede ser? El juez ya ha ido allí. Dice que aunque los huesos no están intactos se trata del esqueleto de un niño. Es algo horrible. ¿Cómo va a tomárselo Martha?
– ¿Han encontrado alguna pista sobre Lisa Farley?
– No. Leigh, Burt ha estado intentando localizar a Wade para hacerle algunas preguntas.
– ¿Por qué? -preguntó Leigh a sabiendas de que su cuñado no iba a agradecerle su interferencia.
– Ya sabes la respuesta, querida. Wade siempre ha estado bajo sospecha. Es natural que Burt deba interrogarle. A propósito, si le ves, querrás decirle que Burt le está buscando. Parece que no lo encuentra por ninguna parte.
– De acuerdo -contestó ella, aunque suponía que su hermana ya había adivinado que estaba con ella-. Se lo diré.
Leigh colgó y se volvió para observar la expresión severa de Wade. Había pasado mucho tiempo corriendo sin camiseta a pleno sol, la única parte de su cuerpo que estaba pálida era la cara. Leigh se cubrió los pechos con la sábana. No le parecía adecuado discutir algo tan desagradable mientras estaban desnudos.
– Han encontrado a Sarah -dijo Wade, antes de que ella pudiera hablar.
– Los hermanos Foster han encontrado un esqueleto en los pantanos esta misma mañana. Buscaban a Lisa. Todavía no están seguros, pero es el esqueleto de un niño. Es probable que sea el de Sarah.
Wade se quedó inmóvil durante un momento. Se le había roto el corazón cuando se había enterado de la muerte de su madre, pero no había sido nada comparado con aquello. Ena había muerto a una edad avanzada, pero estaban hablando de una niña que había sido raptada en la oscuridad de la noche.