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– Todo este tiempo he mantenido la esperanza de que Sarah estuviera en algún sitio viviendo la vida que les gusta a los adolescentes. Nunca he podido imaginarme su pelo rubio y sus ojos azules en una mujer adulta. Quería que estuviera viva, pero en mi interior siempre he sabido que estaba muerta. ¿Por qué me cuesta tanto aceptarlo?

Era una pregunta para la que no había respuesta. Leigh no pudo hallar palabras para que se sintiera mejor. Pensó que si la gente de la ciudad pudiera verlo en ese momento, sabrían que un hombre con un corazón de oro como Wade jamás le haría daño a nadie y mucho menos a una criatura.

– ¿A qué te referías cuando dijiste que se lo dirías? -preguntó él con una voz extraña que carecía de su autoridad habitual.

Leigh bajó la cabeza. No quería causarle más dolor, pero sabía que tenía que decírselo.

– Burt quiere hablar contigo, pero estoy segura de que se trata de una simple formalidad.

Una cortina oscura le veló el rostro. Leigh había llegado a pensar la noche anterior que las sombras habían empezado a disolverse. Sin embargo, el sol brillaba, los pájaros trinaban y las sombras acechaban por todas partes.

– Necesito vestirme -dijo él, saliendo de la cama.

Una lágrima rodó por la mejilla de Leigh. Después la siguió otra, y otra…

– Cuéntame todo lo que sepas -le dijo Leigh a Ashley.

Estaban en la cocina de su hermana bebiendo café. El cuarto era alegre, pero Leigh no estaba de humor para disfrutar de la decoración.

– En serio, Leigh, te lo he contado casi todo por teléfono.

Ashley tenía un aspecto cuidado y sofisticado. Leigh todo lo contrario. Se había dado una ducha rápida y se había vestido con una camiseta grande y unos pantalones cortos viejos. Calzaba un par de zapatillas de tenis ajadas.

– No comprendo por qué has venido corriendo hecha una facha -la sermoneó Ashley-. Podías haberte maquillado un poco.

– Ashley, por favor. Cuéntame lo que ha pasado. Burt tiene que haberte contado todo con pelos y señales.

– ¡Pues claro! Ya sabes que los hermanos Foster se presentaron voluntarios para buscar a Lisa. Todos los demás se mantenían en los terrenos más cómodos, de modo que decidieron ponerse sus botas de pescar y buscar en los pantanos.

– Me parece bastante lógico.

– Por lo que se ve, hay una senda que sale del Camino Viejo. A lo mejor la conoces. Los Foster comenzaron a buscar por ahí. No llevaban ni una hora cuando tropezaron con los huesos de la pobrecita Sarah. Ben comentó que no los hubieran encontrado de no haber llovido tan poco últimamente. El pantano se ha secado en algunas zonas y el esqueleto era visible en el barro. ¿Leigh? ¿Leigh, cariño, qué te pasa?

Leigh se había quedado pálida. La senda, el camino. El esqueleto había sido descubierto junto a su remanso secreto donde ella y Wade habían hecho el amor por primera vez. Parecía demasiado cruel para ser cierta. Comenzó a temblar. ¿Acaso sabía el asesino que ellos se veían en ese lugar? ¿Habían dejado el cuerpo de la pequeña allí cerca para incriminar a Wade?

– ¿Leigh? ¿Leigh? ¡Dime que estás bien!

El pánico de su hermana la sacó de su pesadilla. Alzó los ojos y vio que el miedo de Ashley era real.

– Estoy bien, Ashley. Es sólo que lo que me has descrito es demasiado horrible. No comprendo cómo alguien pudo hacer una cosa así.

– Lo sé, querida. No dejo de pensar en lo horrible que puede ser que secuestren a Michael o a Julie. No creo que pudiera soportarlo. Ha sido un golpe de suerte que encontraran los restos de Sarah. Burt dice que ha tenido que ser alguien que conozca las mareas porque incluso con la marea baja el cuerpo quedaba cubierto. Sólo porque este año hay sequía hemos podido encontrarla. Hace años, hubiera sido imposible.

Ashley se sentó y las dos hermanas estuvieron un rato en silencio, sumidas en sus propios pensamientos.

– Leigh, por favor no me malinterpretes -dijo Ashley con una delicadeza que era inusual en ella-. Estoy preocupada por ti y por Wade. ¡No! Deja que acabe. No me ha costado mucho imaginar dónde estaba cuando Burt me ha dicho que no conseguía localizarle esta mañana. Sé que te ves con él.

Leigh cruzó los brazos sobre el pecho y le lanzó una mirada asesina, diciéndole a las claras que detestaba el papel de hermana mayor que estaba interpretando, Ashley la ignoró por completo.

– Claro que no querrás que hable de estas cosas, pero he de hacerlo. Sé que crees en la inocencia de Wade, pero la mayoría de la gente piensa lo contrario. No veo otra cosa que desventajas en tu asociación con él, no puede salir nada bueno de todo esto. Si hasta has llegado a decir mentiras para protegerle.

– Ashley, no es ninguna mentira. Estaba con él la noche en que Sarah desapareció. ¿Por qué no quieres creerlo?

– Supongo que es precisamente eso, no quiero creerlo.

La sinceridad de Ashley era tan absoluta como inesperada. Leigh la miró de una manera completamente nueva y vio que estaba profundamente preocupada por ella.

– No quisiera que te metieras en problemas. Tengo el presentimiento de que va a ser un asunto muy feo.

Leigh le tomó una mano por encima de la mesa.

– Tengo que implicarme, Ashley. Ya me callé una vez y sólo conseguí que mucha gente sufriera. Tengo el deber de decir lo que sé.

Ashley asintió comprensivamente. Leigh sintió remordimientos por todas las veces que le había colgado el teléfono o le había dicho que se ocupara de sus propios problemas. Ashley distaba mucho de ser la hermana perfecta, pero había demostrado que se preocupaba por ella.

– No puedes creer en serio que Wade secuestró a esas niñas, ¿verdad?

Ashley fijó la vista en el suelo y frunció los labios.

– Eso es lo que me preocupa querida. No lo sé. De verdad que no lo sé.

Wade caminó por la calle principal echando chispas. Burt había tenido el descaro de llamarle a la comisaría de policía y acusarle veladamente.

Le ponía enfermo que todo el mundo le acusara cuando el verdadero criminal debía estar riéndose a carcajadas viendo lo bien que marchaba su macabro plan. Burt no tenía ninguna prueba en contra suya. ¿Cómo iba a tenerla si Wade no tenía nada que ver con los crímenes?

Se pasó una mano por la frente sudorosa y maldijo el calor del sur. Sonrió para sí mismo al pensar que no debía extrañarse ya que Kinley era el mismo infierno en la tierra.

Unos gritos en la calle le hicieron volver la cabeza. Abe Hooper ocupaba el centro de la calzada desierta. Wade no le había visto desde que se había ido, pero no parecía haber cambiado. Debía tener más de sesenta años y seguía con las ropas desastradas, sin afeitar y borracho.

– Arrepentíos -gritaba, aunque no pasaba nadie-. Arrepentíos de vuestros pecados u os condenaréis eternamente.

Lo último que quería Wade era una discusión con el borracho oficial de la ciudad. Divisó la ferretería a pocas casas de donde se encontraba y decidió refugiarse allí con la excusa de comprar pintura. Su dormitorio no había sido pintado en mucho tiempo. Tenía la idea de que un poco de trabajo físico le aliviaría de las tensiones.

Entró en el establecimiento y tuvo que alzar la voz para hacerse oír por encima del ruido del aire acondicionado. A los pocos momentos, Sam había reunido unas brochas y una lata grande de pintura.

– Hace calor, ¿eh? -dijo Sam, mientras le cobraba.

Sam no sonreía, pero tampoco lo miraba con recelo. Wade casi no se acordaba de él probablemente porque Sam no tenía hijos de su misma edad.

– Demasiado. Pero todo en Kinley ha sido excesivo desde que he vuelto.

– No todo el mundo presta oídos a las habladurías.

– Tampoco todo el mundo es tan buena persona como usted -se despidió Wade.

No había razón para que hubiera de encontrar la sospecha y la desconfianza en toda la ciudad, pero le alegraba que no estuviera presente en todas partes.