Cuando salió ya no se veía a Abe Hooper pero su alivio duró poco al ver acercarse hacia él a Gary Foster. Con su pelo rubio y sus ojos castaños, Gary parecía el chico de la puerta de al lado. Sin embargo, nunca había habido entre ellos algo remotamente parecido a la buena vecindad.
– Vaya, vaya. Pero si es el hijo pródigo que ha vuelto -dijo Gary sarcásticamente-. ¿Por qué no me dices dónde has metido a Lisa y nos ahorras a todos el trabajo de buscarla?
Wade pasó de largo ante él con la intención de prestar oídos sordos a sus bravatas, pero lo que oyó a continuación le hizo detenerse.
– No vas a salirte con la tuya, aunque Leigh mienta para salvarte.
Wade se dio la vuelta y lo miró duramente. Se sentía en desventaja porque no sabía de qué estaba hablando.
– ¿Qué insinúas?
– No te hagas el tonto -rió Gary-. ¿Vas a decirme que no sabes que Leigh va diciéndole a todo el mundo que estaba contigo cuando Sarah desapareció hace doce años? Por suerte, en esta parte del país, todos tenemos el suficiente sentido común como para saber que no es cierto.
La noticia le afectó. Ya sabía que Leigh se lo había confesado a Burt, pero no tenía idea de que había corrido la voz. ¿No se daba cuenta de que su confesión llegada con doce años de retraso aún le haría parecer más culpable a los ojos de todos? Dio media vuelta para alejarse, pero Gary no tenía intención de dejar que se marchara con tanta facilidad.
– Es una suerte que tu madre haya muerto. El ataúd cerrado le impedirá ver en qué te has convertido.
Wade no pensó, se limitó a reaccionar. Dejó la pintura y las brochas sobre la acera, se acercó a Gary y disparó su puño derecho. El puñetazo le alcanzó en la mejilla izquierda tirándolo al suelo.
Wade giró sobre sus talones, recogió sus cosas y se alejó con paso tranquilo. Foster se quedó sobre la acera maldiciéndole y amenazándole con que tendría que arrepentirse. Lo irónico era que Wade ya estaba arrepentido. Golpear a Gary por el honor de su madre le había hecho sentirse bien por un momento. Pero era algo que a Ena no le habría gustado y tampoco le iba a ayudar a solucionar sus problemas. Lo más probable era que los complicara aún más.
A Leigh se le hizo muy largo el día en el almacén. Cada vez que sonaba el teléfono corría a cogerlo con la esperanza de que fuera Wade. Había intentado llamarlo sin resultado y la tienda empezaba a darle una sensación de claustrofobia. Salió a la calle y se apoyó contra la pared.
Hacía un hermoso día de primavera que no podía ocultar la gelidez que se había apoderado de la ciudad. Mirara donde mirara, veía los muros cubiertos con carteles de Lisa Farley encabezados por la palabra «Desaparecida». Al otro lado de la calle, el campo de juego de la escuela estaba vacío. Faltaba una semana para las vacaciones de verano, pero no había ni carreras ni gritos de los niños excitados ante meses de libertad.
Los niños ya no volvían a sus casas jugando y empujándose. Un poco antes de la hora de salida, las madres se congregaban en la puerta y se los llevaban firmemente cogidos de la mano. Leigh comprendía su reacción, pero no podía perdonarles el que culparan a Wade de sus miedos.
– Hay poco trabajo hoy, ¿verdad, Leigh? -dijo una voz junto a ella.
Leigh se sobresaltó. Había estado tan abstraída en sus pensamientos que no había oído a nadie acercarse. Gary Foster la saludaba con una media sonrisa. Leigh respiró aliviada. Gary Foster era un hombre atractivo que provenía de lo que su madre denominaba «una buena familia». Había salido unas cuantas veces con él, pero sus besos nunca habían encendido la chispa que una sola mirada de Wade provocaba. Le había rechazado con tacto, sabiendo que luego tendría que escuchar las recriminaciones de su madre. Gary era uno de los pocos solteros de Kinley que tenía el beneplácito de su madre. Gary también tenía un ojo morado.
– Ha sido un mal día, Gary -contestó ella, entrando en la tienda-. Y a juzgar por tu ojo me atrevería a decir que tú tampoco has tenido mucho más suerte.
Gary ignoró el comentario y cogió algunos paquetes de pilas.
– La linterna se ha quedado sin pilas. Se me ha ocurrido hacer una buena provisión por si tenemos que salir a buscar a Lisa esta noche.
– ¿Todavía nada? -preguntó ella, aunque sabía la respuesta.
– No. Todo el mundo ha perdido las esperanzas desde que mi hermano y yo encontramos los restos de Sarah. Pero todavía no hemos hallado un indicio que nos lleve tras la pista de Lisa.
– ¿Han comprobado que se trata de Sarah?
– Ahora están seguros. El doctor Thomas todavía tenía su ficha dental y coincide con el esqueleto. Por desgracia, los restos han estado en el pantano demasiados años y no puede saberse lo que le sucedió. Claro que es bastante improbable que llegara hasta allá por sus propios medios, de modo que hemos de suponer que fue asesinada.
– Siento que la encontrarais vosotros. Debe de haber sido muy desagradable.
Gary asintió y Leigh vio una luz, que bien podía ser dolor, en sus ojos.
– Al menos Martha ya sabe lo que le sucedió. Podía haber sido peor la incertidumbre de no saber si continuaba con vida.
Leigh le dio el cambio, pero él no se movió del mostrador.
– Leigh, me he enterado de que sales con Wade Conner.
– No creo que sea asunto tuyo -dijo ella, preguntándose si había alguien en la ciudad que no lo supiera.
– Ya sé que no es de mi incumbencia, pero quizá deberías pensártelo antes de volver a verlo. Todo el mundo le señala a él, no hace falta que te lo diga.
Gary la miró con preocupación tratando de evaluar su reacción. Fue aquella mirada lo que le salvó de las iras de Leigh.
– Desde luego, no es de tu incumbencia. Y también te equivocas de medio a medio con Wade. ¡Por el amor de Dios, abre los ojos! Es una novelista de éxito que ha vuelto de Nueva York para los funerales de su madre. No ha regresado para arrebatar a una pequeña inocente a sus padres y hacerle algo horrible. La persona que lo ha hecho está enferma. ¿Me oyes, Gary? Enferma. Y Wade, un hombre cariñoso y sensible, es la víctima y el centro de las sospechas de todos. Nunca van a atrapar al verdadero criminal mientras toda la atención esté centrada en Wade.
Gary dio un paso atrás, como si intentara escapar de su defensa ardiente.
– Siento que te enfades, pero te conozco desde hace mucho tiempo y me preocupo por ti. Sé que harás lo que te dé la gana, pero por lo menos, piensa en lo que te he dicho. Acuérdate de mis palabras, Leigh. Vas a arrepentirte de haber puesto los ojos en Wade Conner.
Se acercó a la puerta, pero se detuvo en el último momento para mirarla.
– A propósito. Ese hombre cariñoso y sensible es quien me ha puesto el ojo así.
Gary salió antes de que Leigh tuviera tiempo de responder. ¿Por qué habían reñido? Podía tener algo que ver con las desapariciones. Sin embargo, si Gary tenía un ojo morado, ¿no estaría herido Wade?
A las seis de la tarde, Leigh cerró la tienda y salió a buscarla. Se le había ocurrido la idea de que la gente podía haber tomado la justicia por su mano en contra de Wade. Empezó a correr sin preocuparse de que se le había soltado el pelo ni de que la gente se quedaba mirándola. De alguna manera sabía que un linchamiento no era posible en aquellos tiempos, pero no por eso dejó de correr.
Aunque el día estaba nublado llegó a la casa empapada en sudor. Sin preocuparse por las apariencias, golpeó la puerta hasta que se abrió de un tirón.
Wade apareció salpicado de pintura, pero sin ninguna herida visible. Se sorprendió al verla de aquella forma. El pelo le caía suelto por la espalda y el sudor bañaba la camiseta vieja y los pantalones cortos que llevaba. Sólo Leigh podía presentarse así y parecer hermosa.
– Si vas a tomar por costumbre aporrear mi puerta será mejor que te dé una llave. Puede que salve mis oídos.