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– No estás herido. ¿Por qué tiene un ojo morado Gary Foster?

A Wade le pareció entender de pronto. Leigh también se disponía a juzgarla.

– ¡Ah, vamos! Los chismes corren rápido en una ciudad pequeña. ¿Tú también vas a preguntarme qué hice para provocarle?

– Claro que no -contestó ella, preguntándose por qué habría llegado a esa conclusión.

– ¿Y debo esperar otra cosa? ¿No eres de Kinley? Eres una de ellos. A veces ocurre, necesitáis una cabeza de turco y yo estoy disponible. ¿Qué desaparece una niña? Pues bien, Wade tiene que haberlo hecho. ¿Qué Gary acaba con un ojo morado? Ha tenido que ser culpa de Wade que es un chico malo.

Wade hablaba en un tono violento y sarcástico que ella no alcanzaba a explicarse.

– ¿Qué dices? No todo el mundo va a por ti. Yo no.

Leigh retrocedió un paso. Wade no parecía el hombre que ella amaba. Tenía una expresión de rabia a duras penas contenida que estaba dirigida hacia ella.

– Abre los ojos y mira a tu alrededor, Leigh. ¿Por qué te empeñas en defender esta maldita ciudad donde nada es lo que parece? Es un sitio bonito lleno de mala gente. No entiendo cómo puedes vivir aquí.

– No estamos hablando de mí -dijo ella sin entenderle muy bien.

– Claro que sí. Creía que eras distinta pero, al parecer, me equivoqué. Dime, ¿por qué no te has ido?

– Tenía que llevar la tienda, Wade. Mi madre y mi hermano dependen de mí.

– ¿No te das cuenta de lo ridículo que suena? -se rió él-. ¿Cuánto tiempo llevas engañándote a ti misma? Drew es un hombre que puede cuidar de sí mismo. Y si tanto te preocupa la seguridad de tu madre, vende de una vez la maldita tienda. Ninguno de los dos te necesita.

– Eso no es cierto -musitó ella.

– ¡Un cuerno! ¿Sabes lo que pienso? Creo que necesitas hacerte la mártir, que tienes que convencerte a ti misma de que no tienes otra opción excepto la de quedarte aquí. Porque si no te darías cuenta de que nunca has intentado irte de verdad. Abandonaste tus sueños, abandonaste tu pintura, me abandonaste a mí, pero jamás abandonarás Kinley.

– ¿Cómo puedes decir eso después de lo de anoche? ¿No significó nada para ti?

– Quizá fuera por los viejos tiempos.

Leigh no necesitaba escuchar más. Unas lágrimas ardientes empezaron a rodar por sus mejillas. Sólo quería irse. Abrió la puerta y salió corriendo a la última luz del atardecer.

Wade sintió que parte de su rabia se marchaba con ella. Estaba furioso por cómo le había tratado la ciudad y lo había descargado en ella. No le había dado opción a explicarse e incluso se había negado a admitir que lo sucedido la noche anterior había significado algo para él. También se había negado a admitirlo ante sí mismo. No podía perdonarla, pero tampoco podía olvidarla.

Con un suspiro cerró la puerta tras de sí. Quizá no estuviera seguro de por qué había dormido con ella, pero sí sabía que le debía una disculpa. Comenzó a caminar hacia la casa de Leigh.

Leigh estaba demasiado cansada tras la carrera para correr más de una manzana. Redujo el paso el resto del camino, pero no pudo parar la tormenta de pensamientos que se arremolinaban en su cerebro. ¿Cómo podía haber dicho esas cosas? Seguía llorando, pero tenía que admitir que Wade tenía razón. Había renunciado a sus sueños y se había resignado a una vida provinciana. También le había abandonado a él. Pero no era la estúpida que él pretendía y tampoco se había acostado con él sólo en recuerdo de los viejos tiempos.

Cuando alcanzó a ver su casa se paró en seco. Estaba cansada y la distancia era bastante, pero pudo distinguir que la puerta principal estaba abierta de par en par. Se acercó despacio, secándose las palmas de las manos en los pantalones.

Entró sin preocuparse de cerrar a sus espaldas. Reinaba un silencio absoluto, pero Leigh sabía que algo andaba mal. Desde la desaparición de Lisa había puesto especial cuidado en cerrar puertas y ventanas cuando salía de casa. ¿Por qué, entonces, la puerta estaba abierta como una invitación descarada?

En la planta baja todo estaba como ella lo había dejado por la mañana. Subió la escalera escuchando los latidos de su propio corazón. Cuando se asomó a su habitación el terror le heló la sangre en las venas. Parecía que un ciclón hubiera pasado por allí. El contenido de armarios y cajones yacía esparcido por el suelo. Las lámparas habían sido estrelladas contra la pared y la cama acuchillada.

Se llevó la mano a la boca para ahogar un grito y echó a correr escaleras abajo hacia la puerta. Necesitaba escapar del mal que había invadido su casa, pero tropezó en la oscuridad con un pecho masculino que le bloqueó la salida. Enloquecida, Leigh comenzó a golpear aquel pecho.

– ¡Leigh! ¡Para! Soy yo, Wade.

La voz obró el sortilegio y Leigh se detuvo de inmediato.

– ¡Gracias a Dios que eres tú! -exclamó ella, derrumbándose contra su pecho.

– ¿Quién creías que era? -preguntó él abrazándola, extrañado por su reacción.

Wade esperaba recriminaciones y furia, no afecto. Leigh se le abrazaba tratando de recuperar el aliento. Cuando se calmó, ia separó de sí lentamente.

– Cuando he llegado, la puerta estaba abierta. Alguien ha arrasado mi habitación.

Wade lanzó un juramento y la abrazó con ternura.

– ¿Y no se te ocurre otra cosa que meterte en la casa sabiendo que ha entrado alguien? ¡Por Dios! Podía haber estado dentro.

A Leigh le sorprendió su enfado pero se recuperó en seguida y se apartó de él.

– Por suerte, no estaba.

Leigh parecía tan pequeña e indefensa que Wade tenía ganas de darse un buen golpe. La había estado hiriendo cuando ella necesitaba que la confortara. Había algo terrible en Kinley y había llegado a irrumpir en la casa de Leigh. Sintió un escalofrío al pensar en lo que podría haber pasado. Ninguno de los dos lo había hecho, pero era muy posible que la persona que había entrado en la casa fuera la misma que había asesinado a Sarah.

– Prométeme que serás más precavida de ahora en adelante.

Wade sentía el impulso de abrazarla otra vez, pero sabía que la situación era demasiado seria. Leigh asintió.

– Supongo que no lo pensé. Nunca me había sucedido algo parecido.

– Vayamos a tu habitación -dijo Wade, tomándola de la mano.

Wade entrecerró los ojos cuando vio el caos que reinaba en el dormitorio. No tenía sentido, no había sido algo metódico. Las ropas habían sido tiradas en todas direcciones. Pasó una mano por la cama hecha trizas. Habría podido jurar que la habían desgarrado con un cuchillo de monte, pero la deducción no arrojaba ninguna luz sobre el misterio porque todo el mundo en aquella ciudad tenía un cuchillo de monte. ¿Y cuál era la motivación? ¿Qué tenía que ver con la desaparición de las dos niñas?

– ¿Falta algo?

– No tengo nada de valor en la casa excepto algunas joyas. Supongo que no sabré si faltan hasta que no haya ordenado todo este lío.

La voz se le quebró y Wade estuvo al instante junto a ella, acunándola contra su pecho mientras lloraba. Era un llanto lleno de incertidumbre y temor, un llanto que le partía el corazón.

– Me fastidia decirlo, pero creo que deberíamos llamar a Burt -susurró él.

Capítulo nueve

Burt examinó el desastre de la habitación. Wade y Leigh estaban a su lado. Ella tenía los ojos enrojecidos por el llanto. Burt suspiró e hizo un gesto negativo con la cabeza.

– No me gusta el aspecto de todo esto. No señor, no me gusta nada.

Se acercó a la cama y observó las desgarraduras.

– Parece que han usado un cuchillo de monte. Y ahora, Leigh, vamos a ver si lo he entendido bien. Has venido a casa desde el almacén y la puerta estaba abierta. Has subido y has descubierto esto. Luego ha dado la casualidad de que ha aparecido Wade.

– No exactamente. Fui a ver a Wade antes de venir a casa. Tuvimos una… discusión y él me siguió hasta aquí.