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– También me gusta la manera que tienes de sonrojarte -dijo él, apoyando los codos sobre la mesa-. Y yo no diría que es sonrojarse, sino más bien un delicado tono sonrosado.

La puerta del restaurante se abrió y ambos volvieron la cabeza. Ben y Gary Foster entraron. Ben apartó la mirada, pero Gary se los quedó mirando. El ojo morado resaltaba en su cara.

– Nos mira como si pensara que yo soy el Lobo Feroz y tú Caperucita.

– ¿No te gustaría que habláramos de vuestro altercado?

Wade se enderezó distanciándose de ella. Estaba seguro de que encontraría una excusa para Gary como la encontraba para todo Kinley. Sin embargo, sentía curiosidad por saber lo que opinaría.

– ¿No sería más sencillo que me preguntaras por qué le golpeé?

– Muy bien. ¿Por qué le golpeaste?

– Por muchas razones. La principal fue que dijo algo desagradable sobre mi madre.

Leigh se mordió los labios. Siempre había oído que Gary tenía una lengua afilada, pero a ella no le había mostrado nunca ese aspecto de su personalidad. Wade se contenía bastante para ser un hombre inocente acusado de las mayores infamias. Sin embargo, no sabía cómo decirle que estaba con él.

Wade malinterpretó su silencio y no pudo reprimir un comentario amargo.

– Ya ves. Te equivocabas al decir que había madurado. Estoy seguro de que piensas que no debería haberle hecho caso.

– Tienes razón. Creo que deberías haber pasado de largo. Pero si yo hubiera estado en tu lugar, creo que también le habría golpeado.

– ¿Qué? -exclamó él, sorprendido-. ¿Arriesgarte a dar una mala nota en tu precioso Kinley?

– Sólo es un pueblo, Wade -respondió ella, mirándolo desafiante-. El sitio no es lo importante, sino la gente.

– Si Kinley no importa tanto, ¿por qué no te has marchado?

– Supongo que nunca he tenido una razón lo bastante fuerte como para decidirme.

Wade pensó de inmediato que él debería haber sido esa razón. No obstante, ella nunca le había dado oportunidad de pedirle que se fuera con él.

– ¿Y qué me dices de tu pintura? ¿No era una buena razón para irte?

Leigh dejó escapar un suspiro. Hacía tanto tiempo que no hablaba de sus cuadros que no estaba segura de poder explicarse. Pero sabía que si se negaba a contestar, Wade jamás volvería a confiar en ella.

– No. Tan sólo pinté un cuadro más cuando te fuiste, después perdí el deseo de pintar. No estoy segura del motivo. Tengo la sensación de que fue tu marcha y la desaparición de Sarah. Aquello pareció dejar sin vida la ciudad y yo siempre me había inspirado en las cosas vivas, cosas que irradiaban alegría. No sé si esto tendrá sentido para ti.

– ¿Estás diciendo que simplemente renunciaste? -preguntó él, pensando que entendía más de lo que le hubiera gustado.

– Es una manera de decirlo -suspiró ella, sabiendo que también había renunciado a sí misma-. Quizá tuvieras razón al decir que me he estado engañando poniendo a mi madre y a Drew como excusa.

– Fui muy duro contigo anoche. No debería haberte dicho que hice el amor contigo por los viejos tiempos.

– No importa -dijo ella con los ojos cargados de tristeza-. No siempre sabemos por qué actuamos de una manera determinada.

Mel llegó en aquel momento con su pedido de hamburguesas, patatas fritas y batidos.

– Las he hecho yo mismo. Espero que os gusten -dijo orgulloso antes de irse.

Wade se sintió aliviado por aquel respiro. Leigh pensó desanimada que el hombre que amaba todavía albergaba un mar de resentimiento contra ella.

– Para ser comida rápida está muy buena.

Leigh se limitó a asentir. Era obvio que él se arrepentía de haber reconocido que el hacer el amor había significado algo. Decidió que quizá no consiguiera que la amara, pero podía ayudarle a limpiar su nombre.

Otra pareja entró en el establecimiento lanzando miradas de sospecha hacia Wade. Aunque los dos conocían a Leigh ninguno la saludó.

– Me parece que no ha sido tan buena idea salir -comentó Wade-. No creo que nos sirva de nada. Nadie quiere hablar con nosotros.

– Pero tenemos que intentarlo, Wade. Sólo nosotros podemos hacerlo.

– De acuerdo. Dispara. ¿Quién crees que secuestró a Sarah?

– Alguien a quien no le gustas -contestó ella, dándose cuenta de que Gary les observaba desde el otro lado del comedor-. Cuanto más lo pienso más me convenzo de que lo preparó para que todo el mundo creyera que habías sido tú. Los restos de Sarah han sido encontrados en nuestro remanso. ¿No lo sabías? Creo que alguien depositó allí el cuerpo con la intención de que lo encontraran. El hecho de que hayan tardado tanto se debe a que quien lo hizo no conocía bien las mareas.

– Es una con jetura bastante traída por los pelos. Hay otras explicaciones mucho más plausibles. Quizá alguien que conocía las mareas lo puso allí porque no quería que fuera encontrado.

– Quizá. ¿Pero por que habían de secuestrar a tu vecina? ¿Por qué no a la mía o a la de mi hermana? ¿Por qué Sarah?

– Estás diciendo que la secuestraron porque vivía en la casa de al lado. Supongamos que es verdad. ¿Quién puede odiarme tanto como para asesinar a una niña inocente para colgarme el crimen?

– Yo iba a preguntarte lo mismo -contestó ella, observando consternada cómo fruncía el ceño.

– Everett.

– ¿Everett? ¿Cómo se te ha podido ocurrir eso?

– Para mí tiene lógica. Vive enfrente de mí y de los Culpepper en aquella época. Pudo haberme visto hablando con Sarah aquella noche y esperar a que me fuera para actuar.

– Pero es ridículo que…

– Es quien más desearía quitarme de en medio. Está enamorado de ti, Leigh. ¿Y si sabía lo nuestro hace doce años? ¿Y si se volvió tan loco que no pudo soportarlo? Eso incluso podría explicar la desaparición de Lisa. Yo he vuelto a la ciudad y nos ha visto juntos. Si funcionó una vez, puede volver a funcionar.

– Brillante. Sólo que tu teoría tiene un fallo.

– ¿Cuál?

– Everett es incapaz de hacer daño por no hablar ya de asesinar. Una vez que cenó en mi casa una mosca estaba molestándonos. Yo estaba ocupada con la comida y le dije dónde estaba el matamoscas pero se negó a usarlo. Me dijo que nunca había matado nada. Al pensarlo me di cuenta de que ni siquiera le he visto pisar una hormiga.

Leigh tenía razón. El Everett que Wade conocía era la personificación de la mansedumbre.

– Quizá sea un fallo en mi teoría, pero sigue siendo la más plausible. Es cierto que está locamente enamorado de ti.

– Lo sé y yo le quiero. Sólo que de otra manera. Me gustaría que algún día pudiera aceptarlo.

– Tampoco le gustas a Gary Foster -continuó ella-. Fue a la tienda el otro día y me dijo que me mantuviera lejos de ti. Supongo que ésa es la razón de que nos esté mirando todo el rato.

– ¿Qué tratas de insinuar?

– Que quizá encontró el esqueleto porque sabía dónde buscar exactamente.

– Aguarda un momento -dijo Wade-. Estás hablando del hombre más pulcro que he conocido nunca. En el instituto lo peor que hizo fue olvidar el monograma en una de sus camisas.

– Y tú olvidas que siempre te ha guardado rencor -dijo ella, ignorando el sarcasmo.

– No creía que tú lo supieras. Es gracioso, han pasado quince años y tengo la impresión de que lo recuerda como si hubiera sucedido ayer. El día del altercado me miró con verdadero odio.

– Tengo entendido que te dedicabas a molestarle.

– Era una tontería. Entonces, él era la estrella del equipo de baloncesto y se jactaba como un pavo. Pero yo sabía que podía derrotarle en un uno a uno. Cuando le reté, no podía imaginarme que se lo diría a medio instituto. Yo creí que sólo seríamos él y yo y la cancha vacía…

– Pero se presentó todo el mundo. Incluso Ashley estuvo allí. Lo sé porque recuerdo cuándo me lo contó.