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Alzó la vista y, como conjurada por su pensamiento, allí estaba Leigh. Llevaba un vestido amplio y azul que la hacía parecer como recién salida de un sueño.

– Hola, ¿sigues enfadado conmigo? -preguntó ella con una sonrisa nerviosa.

El atardecer bañaba a Wade en una luz dorada. Leigh no recordaba haber visto otro hombre tan atractivo en pantalones cortos y camiseta. Su mirada recorrió todo su cuerpo y acabó sonrojándose al darse cuenta de que debía estar observándola.

– ¿De dónde sales? -dijo él, ignorando deliberadamente su pregunta.

– Llamé a la puerta y como no me contestaste pensé que podías estar aquí detrás. ¿Y bien?

– Y bien, ¿qué?

– ¿Sigues enfadado conmigo?

– Eso depende de si has traído algo de cenar.

– ¡La cena! ¡Ya decía yo que se me olvidaba algo!

Wade sonrió. Una sonrisa que animó a Leigh. Ella le había herido, pero no podía prescindir de ella como Leigh tampoco podía vivir sin él.

– Quizá puedas reparar tu falta y ayudarme a improvisar algo.

– ¿Estás invitándome a cenar? -preguntó ella con un revoloteo de pestañas conscientemente provocativo.

– La verdad es que te estoy invitando a que hagas la cena. Bueno, si todavía no has cenado. Se me ha ido el tiempo volando. He estado trabajando todo el día y necesito distraerme. Vamos a la cocina.

– ¿Escribes un libro nuevo? Es maravilloso, Wade. ¿Vas muy adelantado? ¿De qué trata? ¿Dónde se desarrolla?

– ¡Eh! ¡Eh! Un artista no desvela sus secretos el mismo día de escribirlos.

Wade abrió un armario y sacó una caja con etiqueta mejicana.

– Vamos a cenar tacos, ¿te parece bien? Estupendo. Yo doraré la carne y tú te encargas de la lechuga, el tomate y el queso.

– No me creo que no puedas adelantarme algo del libro -insistió Leigh de buen humor.

Parecía que la había perdonado. No había asistido a los funerales y la había invitado a cenar. El muro que les separaba persistía, pero podía poner todo su empeño en derribarlo.

– Te diré de lo que no trata. No hay crímenes, ni mutilaciones, ni amodorradas ciudades sureñas. Si quieres saberlo, te diré que está basado en parte en la vida de Ena, pero todavía no he ultimado los detalles. Es la historia de una mujer lo bastante valiente como para dejarlo todo y comenzar una nueva vida.

– Ena se hubiera sentido muy orgullosa. ¡Cómo me gustaría que siguiera con vida!

Trabajaron en un silencio amistoso muy diferente al de su primer encuentro en aquella casa. Entonces habían actuado como enemigos que se observaban mutuamente. A Leigh le parecía imposible que sólo hubiera pasado un mes. Inesperadamente, se echó a reír.

– ¿Qué ocurre? -preguntó él, alzando una ceja.

– Nada. Sólo que no puedo creer que esté haciendo tacos con el célebre autor del Más allá.

Wade se sorprendió. Más allá era una de sus primeras novelas. En ella exploraba las posibilidades de la reencarnación. Contaba la historia de un joven retrasado que tenía destellos de inteligencia tan deslumbrantes que los demás creían que había vivido una vida anterior.

– ¿Lo has leído? Creí que no estaba bien distribuido.

– No lo compré. Sé que no debí hacerlo, pero un día vi el que tenía Ena y me lo llevé. Todavía estaba en la casa de mis padres. Me encerré en mi cuarto y lo leí de un tirón. Creo que es brillante.

– No lo sabía. ¿Has leído algún otro?

– Sí -confesó ella algo avergonzada-. Sabía que se los mandabas a Ena para que los leyera. Tenía la costumbre de dejarlos por ahí cuando los terminaba. Ahora pienso que lo hacía para que yo los leyera. Sabía que me interesaban, pero que nunca se los pediría.

Wade puso la carne picada en la sartén sin saber a qué atenerse con aquella confesión. Justo cuando pensaba que la conocía ella se salía de sus cálculos. ¿Sería posible que se equivocara con ella? Rechazó el pensamiento, era demasiado arriesgado.

Después de cenar, ordenaron la cocina y se sentaron en el porche a tomar el fresco. Wade tenía el brazo sobre el respaldo del balancín, pero sus cuerpos no se tocaban. Leigh se imaginó que eran un matrimonio descansando de las fatigas de un día ajetreado. ¿Se haría realidad su sueño alguna vez?

– Siento haberte tratado rudamente la otra noche -dijo Wade con esfuerzo.

Las disculpas no eran su fuerte y todavía tenía muchos motivos para estar furioso. Pero ella le había ofrecido la paz y él no podía rehusar.

– Quizá tuvieras razón con lo del funeral.

– Yo también lo siento, Wade. Sinceramente, creo que ha sido lo mejor. Y nunca se me ocurrió que quisieras cenar con mi familia. Mi madre y Burt no son precisamente miembros de tu club de admiradores.

Leigh no le contó la discusión con su familia porque no veía necesidad de echar sal en la herida. Wade ya tenía bastantes problemas como para preocuparle con las relaciones que ella mantenía con su madre.

– Lo sé, pero me hubiera gustado que no te avergonzaras de mí ante ellos.

– ¡Wade! No me avergüenzo de ti. Lo que ocurre es que mi familia es… eso, mi familia. Aceptar a la gente no se cuenta entre sus virtudes.

– No habrás seguido husmeando en la muerte de Sarah, ¿verdad? -preguntó Wade para cambiar de tema.

– La verdad es que sí -dijo ella, nerviosa-. ¡Déjame acabar! Abe Hooper estuvo en la iglesia actuando de una forma muy extraña. Interrumpió cada vez que pudo al reverendo desde la puerta.

– Leigh, dijiste que lo dejarías después de lo que ocurrió en tu casa.

– Yo no. Fuiste tú quien lo dijo. ¿Quieres que te cuente lo que ocurrió en el funeral o no?

Wade guardó silencio y Leigh se sintió aliviada de despertar su interés ya que no su aprobación.

– El reverendo comenzó diciendo que nunca sabríamos los motivos de la muerte de Sarah y Abe le gritó que por qué no. Cada vez que el reverendo aludía a los aspectos oscuros de su desaparición o de su muerte, Abe gritaba lo mismo, «¿por qué?». Al final, Burt le hizo salir.

– Y, naturalmente, tú tuviste que seguirle.

– Al principio no quiso hablar conmigo, pero luego cambió de opinión. Pretendió haber visto con sus propios ojos cómo te habías llevado a Sarah aquella noche. Aún intento explicarme por qué diría una cosa así.

Wade se preocupó. Un cerebro trastornado por la bebida. ¿No le había gritado Abe que se arrepintiera de sus pecados?

– ¿Y tú qué crees?

– Yo creo que alguien intenta con todas sus fuerzas que las pruebas apunten hacia ti. Examinemos la evidencia. Vuelves a la ciudad y desaparece otra niña. Encuentran los restos de Sarah cerca de nuestro remanso. Y para completar el cuadro, un viejo chiflado jura que te vio hacerlo.

– Olvidas el descubrimiento de que mi padre estaba loco.

– No olvido nada, Wade. Me limito a enumerar los hechos. Alguien intenta incriminarte y tengo la impresión de que nos estamos acercando. Primero está lo sucedido en mi habitación y luego la llamada de anoche.

– ¿Qué llamada? -preguntó él con todos los sentidos alerta.

– ¡Oh! No fue nada. He estado recibiendo llamadas que colgaban nada más contestar en estos últimos días. Sin embargo, anoche no colgó. Me dijo que me mantuviera lejos del pasado.

– ¿Nada más?

– No. Dijo que me mantuviera lejos del pasado o que me arrepentiría.

– ¿Por qué no me lo has dicho hasta ahora? -dijo él, cogiéndola por los hombros con fuerza.

No podía entenderla. Era tan frágil y, sin embargo, decidida e independiente. Wade quería protegerla, pero ella actuaba como si no lo necesitara.

– Te lo estoy diciendo. Y, por favor, ¿quieres soltarme? Me haces daño.

Wade obedeció. No se había dado cuenta de lo fuerte que la sujetaba.