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– Lo siento -se disculpó-. No sabía que te habían amenazado. Se lo habrás dicho a Burt, por supuesto.

Leigh hizo un gesto negativo y él lanzó un juramento. Sentía que ella había llegado demasiado lejos en su imprudencia.

– ¡Maldita sea, Leigh! Esto no es un juego. El culpable ya ha matado una vez y no podemos saber si lo hará de nuevo. No puedes manejarlo.

– No. Le estoy poniendo nervioso.

– Es a mí a quien estás poniendo nervioso. ¿No crees que le corresponde a Burt investigarlo? Te puede pasar cualquier cosa.

A la escasa luz del atardecer, Leigh distinguió la preocupación que había tras el enfado de Wade. Cabía la posibilidad de empezar de nuevo. Pero si querían conseguir la felicidad juntos no había otra solución que seguir adelante y terminar lo que habían comenzado.

– A ti te puede ocurrir algo peor si no llegamos al fondo del asunto. Algo como que te arresten bajo una acusación falsa.

– Eres una cabezota -dijo él, dando un manotazo sobre el balancín.

No quería admitir su derrota. Le resultaba imposible hacer que Leigh cambiara de opinión. Su cerebro trabajaba a marchas forzadas para intentar disuadirla.

– De todas formas, me parece que ya hemos hablado con todo el mundo que tenía algo que decir. Opino que hemos llegado a un punto muerto en la investigación.

Leigh se quedó un momento pensando. ¿Había hablado con todo el mundo?

– ¡Everett! -exclamó-. Tiene gracia. Le veo casi todos los días y hablamos de cualquier tema, pero nunca hemos hablado sobre lo que sucedió aquella noche.

– Entonces, hablaremos con él -dijo Wade, pensando que era mejor unir fuerzas ya que ella no estaba dispuesta a cejar en su empeño.

– No seas tonto. No adelantaríamos nada. Ya sabes lo que siente por ti. Y no me mires así. No voy a correr ningún peligro. Lo conozco desde siempre.

– Es probable que también conozcas al asesino desde hace años. Vamos, te acompañaré a tu casa.

Se puso en pie y le tendió una mano para ayudarla a levantarse. Cuando Leigh la tomó, no pudo resistir el impulso de tirar de ella y abrazarla. Sus bocas se unieron como si fueran una sola y Leigh cerró los ojos para saborear el deseo que ardía en sus entrañas. Wade no se había afeitado, pero eso sólo añadía más excitación a la urgencia. La besó como si no quisiera volver a respirar y ella le respondió con todo su ser. No importaba la desaprobación de su madre ni las sospechas de toda la ciudad, sólo quería estar entre sus brazos.

Wade se separó de ella haciendo un esfuerzo. Aunque quería pedirle que se quedara a dormir, la tomó de la mano y echaron a andar en la oscuridad. Cuando llegaron a su casa, volvió a resistir el impulso de tomarla en brazos y subirla a su habitación. Estaba seguro de que ella se lo permitiría, pero no estaba preparado para aceptar lo que Leigh tenía que ofrecer. Pero ninguno de los dos estaba preparado para que la noche acabara en la puerta de la casa.

– ¿Por qué no pasas y nos preparamos un café?

– No tomo café -contestó él sin saber si la estaba rechazando o sólo era sincero.

– Yo tampoco -confesó ella-. ¿Qué te parece un té helado?

– ¿Qué sureño que se respete podría rehusar esa oferta?

Intercambiaron sonrisas y fueron a la cocina que era sorprendentemente pequeña comparada con el tamaño de la casa. Había algo muy íntimo en la sensación de ver a Wade sentado en su cocina, algo cálido y reconfortante. Leigh se sentó a su lado.

– ¿Qué ocurre? -preguntó al ver que fruncía el ceño.

– Me acabo de dar cuenta de que no tienes cuadros en la casa. Es un poco extraño para una persona que se volvía loca por el arte.

– No tanto. Después de que lo dejé, no quería que nada me lo recordara.

– Entonces lo echas de menos.

– Y no me había dado cuenta hasta hace muy poco. Estuve tentada de abrir el trastero y recuperar el tiempo perdido.

Wade estaba de pie antes de que ella hubiera terminado de hablar. Le cogió fa mano.

– Vamos. Te ayudaré a limpiar las telarañas.

Quince minutos después, los dos estaban sentados en el suelo del trastero rodeados de telas que Leigh observaba con ojo crítico.

– Eras muy buena -comentó él, mirando los lienzos.

Había uno grande sobre uno de los acontecimientos del año en Kinley, la bendición de la flota pesquera. Había otra de unos niños jugando en torno al viejo roble que presidía el centro de la ciudad. Otra era una vista de la calle donde Wade había crecido pero parecía diferente, como invadida por la melancolía.

– La pinté justo después del secuestro de Sarah.

El cuadro estaba manchado por una curiosa mota roja. Wade la rascó distraídamente con el dedo, pero no salió.

– Todo parecía triste aquel día. Éste fue el último cuadro que pinté antes de guardarlo todo para siempre.

– No lo sabía.

– ¿Cómo podías saberlo?

Wade cogió un retrato suyo. Leigh lo recordaba porque consideraba que era lo mejor que había hecho nunca. No solía poner mucha imaginación en sus obras prefiriendo ceñirse a la realidad, pero aquel lienzo era diferente. Lo había pintado de memoria.

Naturalmente, tenía un aspecto más juvenil. Los ojos le brillaban y no tenía las marcas de los años en el rostro. Al verlo, Leigh recordó por qué había desafiado las iras de sus padres para verse a escondidas con él. Wade representaba el peligro y la emoción. Era lo que la había arrastrado hacia él al principio, sin embargo, no era eso lo que la había mantenido amándolo. Leigh descubrió que tenía dificultades para separar el joven Wade del maduro en lo profundo de su corazón.

– No recuerdo haber posado para este cuadro.

– No posaste. Así es como yo te veía.

Wade la miró un momento. Al pensar cómo podría haber sido una parte de la amargura salió a la superficie. Optó por levantarse.

– Se hace tarde. Me voy.

Leigh no pudo imaginarse por qué había cambiado tan repentinamente de humor. Quizá nunca llegara a conocerlo como antes. Era un pensamiento consolador.

Burt entró sudando a la tienda de los Hampton. Leigh estaba sentada tras la caja, hojeando una revista. Se levantó al verlo.

– ¿En qué puedo ayudarte?

Leigh no había vuelto a hablar con él desde que le había informado de la amenaza anónima. Esperaba que se tratara de otra advertencia para que se mantuviera fuera de su investigación. Pero Burt tenía otras preocupaciones en la cabeza.

– ¿Qué tal un paquete de cigarrillos? -dijo él, pasándose la mano por la frente.

– ¿Cigarrillos? Burt, dejaste de fumar hace meses.

– Necesito fumar. No bastaba con que no supiéramos nada de Lisa. Ahora Abe Hooper ha muerto. Y yo que pensaba que ser el jefe de policía de Kinley sería un trabajo sin tensiones. No sé lo que está pasando. Debe ser algo en el aire o en el agua potable.

– ¿Abe muerto? -repitió ella, atragantándose-. ¿Cómo?

– Tendré que esperar a los resultados de la autopsia, pero parece que se ha ahogado. Lo han encontrado flotando boca abajo en el arroyo Mason.

– ¿Ha habido algo sospechoso en su muerte?

– ¿Qué clase de pregunta es ésa, Leigh? Sabes tan bien como yo que Abe siempre andaba borracho. Se cayó al agua y no pudo levantarse.

Leigh tenía otra opinión. Las coincidencias eran demasiadas. ¿No utilizarían la muerte de Abe para culpar a Wade?

– ¿Y esos cigarrillos, Leigh?

Leigh salió de su ensimismamiento y le alcanzó un paquete de su marca preferida. Burt se detuvo un momento más antes de salir.

– Leigh, tu madre está muy molesta por lo que sucedió en la cena. Creo que deberías llamarla.

Sin embargo, durante el resto de la tarde, los pensamientos de Leigh estuvieron centrados en Abe Hooper en vez de en su madre. Se daba cuenta de que si se demostraba que había sido un asesinato, todo volvería a apuntar hacia Wade. Nadie había sido testigo de su conversación con el viejo. Wade era inocente. Entonces, ¿por qué Abe había acabado ahogado? Resolvió que debía hablar con la única persona con que no lo había hecho, Everett. El teléfono sonó en aquel momento y fue a contestar.