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– ¿Quién habrá sido? -preguntó ella, sentada en el borde de la bañera.

Tenía la rodilla llena de sangre. Wade le había cortado la pernera. Al principio le dolió, pensando en que había arruinado la prenda, pero se consoló al darse cuenta de que podía haber sido peor. Wade estaba más preocupado de lo que le habría gustado admitir.

– Esto no puede seguir así -dijo él-. Una cosa es que alguien intente incriminarme y otra muy distinta que intente hacerte daño.

– Creo que más bien trataba de asustarme -objetó ella, aunque no lo creía del todo-. Pero, ¿por qué? Hemos hablado con todos los que tenían algo que decir sobre Sarah y no estamos más que al principio.

– Alguien debe creer que estamos cerca de descubrirle.

– Pero no es verdad, Wade. Nuestro mejor sospechoso ha acabado ahogado. La única explicación que tiene sentido es que se ha suicidado al no poder soportar la culpa por más tiempo. Pero, entonces, ¿por qué han intentado asustarme? No creo en fantasmas. Si hubiera matado a esas dos niñas la locura se habría terminado.

Wade acabó de vendarla y le ofreció la mano para que se levantara.

– Creo que deberías llamar a Burt y contarle lo que ha pasado. Nunca seremos bastante cuidadosos con todo lo que ha estado sucediendo.

Un rato después, Leigh estaba sentada en el sofá con un vaso de leche en la mano. Tenía la cabeza apoyada en el hombro de Wade y se sentía cómoda.

– Burt parecía más enfadado que preocupado. Me ha dicho que no tendría nada que temer si no andará metiendo la nariz en su trabajo.

Wade sonrió porque había esperado esa misma reacción de su cuñado.

– ¿Ha sido antes o después de aconsejarte que dejaras de verme?

Leigh se echó a reír. A Wade le alegró que olvidara el susto que se había llevado.

– Las dos cosas. No puede decirse que haya sido discreto.

Se acurrucó contra él. A Wade le gustó la sensación de tener su cuerpo tan cerca. Ella le había necesitado, quizá más que nunca, y él había estado allí, deseoso de reconfortarla. Se juró a sí mismo que aquella noche no se negaría el placer de hacerle el amor.

– ¿Por qué me esperabas, Wade?

Wade se preguntó si podía decirle la verdad: que no podía soportar un día sin verla. Pero no estaba preparado para hacer esa confesión.

– Ha sido un impulso. Quizá mi sexto sentido me avisó de que algo andaba mal.

– Gracias por haber estado aquí cuando te necesitaba.

Wade le alisó los cabellos y la besó en la frente.

– No ha sido nada. No lo pienses.

– No puedo hacerlo. Pienso en ti a cada momento.

– Yo también pienso en ti -susurró él.

Deseaba hacerle el amor más que charlar, pero comprendía que Leigh necesitaba sentirse segura. Lo que no sabía era si podía ofrecerle esa seguridad.

– A veces es tan difícil de creer. Hace poco hicimos el amor, pero desde entonces, hemos estado discutiendo. Tengo la sensación de que querías mantenerte a distancia. No sé lo que sientes por mí o si mantenemos alguna relación.

Leigh dejó de hablar y se echó a reír. Se le había ocurrido una idea que no había pensado hasta entonces.

– Ni siquiera sé si tienes una amiga en Nueva York.

Wade no podía hablar de su relación porque ni él sabía dónde estaban. Sin embargo, podía hablarle de su vida en Manhattan. Normalmente no se sentía obligado a hablar de su vida amorosa con una mujer por haber compartido una cama. Pero Leigh era diferente.

– No he sido un santo, Leigh. Ha habido más mujeres de las que te imaginas, pero nunca sentía nada en serio por ellas. Todas eran atractivas, pero de una manera artificial. ¿Sabes a lo que me refiero? Las mejores ropas, los mejores maquillajes. Muchas eran modelos. He descubierto que esa clase de mujeres no me afectan a nivel emocional. Nunca he pensado en casarme porque no he encontrado a la mujer adecuada. ¿Alguna otra pregunta?

– Sí, una más -dijo ella sabiendo que el futuro dependía de su respuesta-. ¿Piensas volver a Nueva York?

Wade se separó de ella y se levantó del sofá. Se acercó al ventanal que daba al porche trasero y miró la oscuridad de la noche. Después se volvió y la miró a ella, pero Leigh no podía leer sus ojos desde donde estaba.

– En Kinley, la gente me mira como si fuera una especie de monstruo. Incluso si aparece el culpable, nunca olvidaré esas miradas. Esta ciudad siempre me traerá malos recuerdos.

Los ojos de Leigh se llenaron de lágrimas. Se las limpió antes de que él pudiera advertirlas. El vínculo entre ellos era tenue, no tenía derecho a agobiarle con exigencias. Ni siquiera le había dicho que lo amaba, pero podía demostrárselo.

Se levantó y se acercó a él. Le puso las manos sobre el pecho para sentir los latidos del corazón. Alzó los ojos y vio un hombre que había cambiado mucho con los ojos. No obstante, todavía podía mirarla y hacer que se sintiera la persona más importante del universo.

– Quédate conmigo esta noche. Quiero que podamos tener buenos recuerdos.

Leigh le ofreció los labios y él aceptó la invitación. Los acontecimientos de la noche y los horrores del pasado desaparecieron al unirse sus bocas. Al principio se besaron con suavidad, con dulzura. Después el beso creció en intensidad y urgencia. La besó bajo la oreja y a lo largo de la mandíbula. El deseo estalló en sus entrañas con un fuego ardiente.

Wade le tomó el rostro entre las manos para mirarle a los ojos. La besó dulcemente en los labios. Leigh supo que la noche estaba llena de promesas y esperanzas. No era hora de secretos y misterios sino de un amor que había sobrevivido a los años y la distancia en Leigh. Sonrió y él la tomó en brazos para llevarla a su habitación.

Wade encendió una lámpara con la intención de disfrutar con la vista tanto como con el cuerpo antes de depositarla sobre la cama. Se quitó los zapatos y se reunió con ella. La deseaba más que al aire que respiraba, su masculinidad presionaba contra la tela de los pantalones.

Sus bocas se buscaron en un beso que era desesperado y tierno a la vez. Leigh cerró los ojos para concentrarse en la sensación de su cuerpo contra ella. Se abrazó a él como si no quisiera soltarle nunca, pero sabiendo que un día habría de marcharse. No le sorprendía que nunca hubiera sentido nada serio por ningún otro. Su corazón pertenecía por entero a Wade.

La besó en la garganta, pero Leigh se apartó. Abrió los ojos y vio su gesto de extrañeza. Le contestó con una sonrisa. Después se incorporó para quitarse los pantalones destrozados.

– Déjame a mí -dijo él con un brillo en los ojos que Leigh esperaba fuera algo más que deseo.

Le apartó las manos y bajó la cremallera de los pantalones. Con suavidad, le pasó las manos sobre la curva de las caderas antes de bajárselos.

A Leigh se le contrajeron los músculos del vientre al sentir las manos sobre su piel. Wade le desabotonaba la camisa mientras descargaba una lluvia de besos sobre su estómago. Cuando quedó con la ropa interior, Wade saltó de la cama para desnudarse rápidamente y volver a su lado.

«Te quiero» dijo Leigh para sí, pero sin pronunciar las palabras.

Pronto los besos le impidieron pensar. Sus labios se buscaban. Wade le mordió el labio inferior con suavidad y la desafió con la lengua. Mientras le acariciaba el cuerpo le besaba el cuello, los hombros, los pechos. Una mano se apoyó en sus nalgas para atraerla más hacia sí.

Ella dejó correr las manos a lo largo de su espina dorsal hasta alcanzar sus nalgas redondas. Abrió los ojos y vio que Wade le sonreía. La besó otra vez y tomó su mano para guiarla hasta su masculinidad. Hervía de deseo. Ella le acarició hasta que Wade encontró el centro húmedo y cálido de su placer. Leigh no podía esperar más. Lentamente le guió hacia su interior, una sensación tan exquisita que tuvo que contener la respiración.