Burt acabó de leerle sus derechos mientras Wade se sentía parte de una película irreal. Estaba claro que no debería haber vuelto nunca.
La cárcel de Kinley no era más que una celda de retención. Al construirla, la gente había insistido que se hiciera en las afueras para mantener a los posibles criminales tan lejos como fuera posible. Además de Wade y el fallecido Abe, los únicos que la habían ocupado eran dos jóvenes de Georgetown que habían robado en la gasolinera.
Leigh entró en la comisaría echando chispas. Había cerrado la tienda nada más enterarse de la noticia. No había olvidado su discusión con Wade, pero había cosas más importantes de las que ocuparse.
– ¿Te has vuelto loco? -le gritó a Burt-. ¿En qué estás pensando para arrestar a Wade? ¿No sabes que hay un asesino suelto? ¿De verdad crees que haces algo arrestando a un inocente?
Burt levantó su enorme cuerpo para tener alguna ventaja.
– Cálmate -gritó-. ¿Te digo yo cómo has de llevar tu negocio? Pues déjame hacer mi trabajo.
– ¡Y un cuerno! No voy a tolerar que te dediques a ganar puntos de cara a la ciudad a costa de un inocente. Quiero saber en qué te basas para acusar a Wade de secuestro.
Burt tuvo que hacer un esfuerzo por dominarse.
– Sabes que no tengo por qué decirte nada. Pero en vista de que eres mi cuñada y estás fuera de tus casillas te lo diré. Hemos encontrado unas huellas de zapatillas en el patio de los Farley. Coinciden exactamente con las zapatillas de deporte de Wade.
– ¿Y qué más?
– Que le hemos arrestado por secuestro.
– ¡Qué ridiculez! Es la evidencia más endeble que he visto en mi vida. Creía que Lisa desapareció cuando volvía de casa de una amiga. Hay un centenar de razones que pueden explicar esas huellas. Hay un perro grande que siempre le persigue cuando corre. ¿Y si le hizo salirse de la acera y pisar el patio?
Leigh esperaba que Burt dijera algo, pero guardaba silencio. Aquello la puso más furiosa todavía.
– Es una tontería arrestarle. Han pasado semanas desde que Lisa desapareció. ¿No te das cuenta de que no pueden ser del día del crimen porque la lluvia las hubiera borrado ya? ¿No entiendes que es una tontería?
Como la mayoría de los hombres cuyo lado fuerte no es la inteligencia, a Burt le irritaba que le llamaran tonto.
– Si no fuéramos parientes te echaría de aquí por insubordinación.
– Sólo porque sabes que tengo razón -gritó ella sin hacer caso-. Creo que te han presionado tanto para que arrestaras a Wade que ni siquiera te importa que sea inocente.
– Te advierto que te calles. Bien, y ahora vas a escucharme. No le has hecho caso a tu hermana. Ashley te llamó anoche. Cuando no contestaste no fue muy difícil adivinar dónde estabas.
– Eso no es asunto tuyo, Burt -replicó ella, recordando que había estado discutiendo con Wade.
– Quizá no, pero te nubla el entendimiento. No puedes ver lo que hay delante de tus narices porque lo tienes demasiado cerca.
– Ahórrate el psicoanálisis -dijo ella, dándose cuenta de que Burt no iba a ceder-. Voy a contratar al mejor abogado que pueda encontrar. Tus evidencias no resistirán una revisión. Son tan débiles que no resistirían aunque contratara al peor de los abogados.
– Te aconsejo que no te interpongas en mi camino.
Leigh no se echó atrás. Si Burt quería guerra, tendría guerra.
– Dime a cuánto asciende la fianza para que pueda sacarle de aquí.
– No es posible. Tengo que llevarle a Charleston para que un juez fije la fianza y no podré hacerlo hasta mañana por la mañana.
– ¿Cómo? Son las diez de la mañana. ¿Qué tienes que hacer hoy?
– Asuntos de la policía -dijo Burt, bajando la vista hacia el escritorio-. No puedo. Tendré que pasar la noche aquí, te guste o no.
– No me gusta. Y yo sí sé lo que hacer para aprovechar el tiempo. Por lo pronto, quiero ver a Wade.
Leigh creyó que su cuñado iba a negarse. Sin embargo, para su sorpresa la acompañó hacia la puerta que daba a las dos pequeñas celdas.
– Está ahí.
Leigh iba a abrir la puerta cuando cayó en la cuenta de algo que se le había pasado por alto.
– ¿Por qué me llamó Ashley anoche?
Burt guardó silencio un momento. Era evidente que trataba de decidir si debía contestarle.
– Reconozco que era para decirte los resultados del examen a los restos de Sarah. No te lo diría, pero mañana lo publicará el periódico. Parece que Sarah murió a consecuencia de un golpe en la cabeza.
– ¿No pudo ser un accidente?
– Sólo en tus sueños. Recuerda esto. Si vas a seguir con Wade, tendrás que acostumbrarte a hablar con él a través de los barrotes.
Leigh le ignoró y entró en la zona de las celdas. Estaban limpias debido a que eran nuevas, pero no tenían nada de alegres. Eran oscuras y sólo había un catre en cada una. Wade estaba sentado en el suyo. Tenía un aspecto agitado y nervioso. Alzó los ojos cuando Leigh se acercó, pero su expresión no era de bienvenida.
– Hola.
– Nunca me imaginé que un día me visitarías en una celda -dijo él sin devolverle el saludo-. La verdad es que me sorprende que me visites.
Leigh encontró un taburete y lo acercó a los barrotes. ¿Cómo podía hacerle entender que ya no tenía diecisiete años? ¿Cómo decirle que mientras él quisiera permanecería a su lado a pesar de todo?
– No te guardo rencor, Wade.
Wade no podía estar seguro si sus palabras pretendían herirle, pero lo consiguieron. Le castigaba por haber sido incapaz de perdonarla. Leigh había ignorado las habladurías y la gente para permanecer a su lado desde que había vuelto. Empezaba a darse cuenta de los motivos que había tenido para no perdonarla. Si la hubiera perdonado, habría sido libre para amarla otra vez y no podía amar a una mujer cuya única motivación era el sentimiento de culpa.
– Debes ser la única en esta ciudad.
– Wade, necesitas un abogado. Arthur Riley es el mejor de Charleston y, además, es amigo de mi familia. Puedo llamarle en cuanto te deje.
Wade se pasó una mano por la mejilla pensando en la manera de rechazar su oferta con delicadeza.
– Escucha, Leigh. Te lo agradezco de veras, pero preferiría que no lo llamaras. Quisiera contar con alguien de mi absoluta confianza. La verdad es que un amigo de tu familia no me inspira demasiada.
– ¿Tienes pensado otro? -preguntó ella, tratando de no sentirse herida.
– Se llama Spencer Cunningham. Es un buen amigo mío y un abogado condenadamente bueno.
Wade no le contó que Spencer era su mejor amigo, el hombre que mejor le conocía. Pero Spencer tampoco sabía nada de Leigh. Wade jamás le había hablado a nadie de Leigh.
– Pareces preocupado. ¿Crees que irás a juicio?
– Creo que sí. Quien matara a Sarah también ha secuestrado a Lisa y es lo bastante inteligente como para haber llegado hasta aquí. No veo por qué tendría que cometer un desliz ahora. Afrontémoslo. He caído en la trampa. Esperemos que la caída no haya sido tan fuerte que los daños sean irreparables.
Leigh tenía ganas de gritar, pero se contuvo porque no hubiera servido de nada.
– Han acabado con los análisis de Sarah. Parece que murió de un golpe en la cabeza, ¿a ti qué te parece?
– Que la mataron deliberadamente -contestó él, tratando de no imaginarse la escena.
– Ésa es la explicación lógica. A veces me pregunto si no estaremos todos equivocados respecto al caso de Sarah. Es posible que se escapara y se golpeara contra una roca ella sola.
– ¿En el pantano? Incluso aunque hubiera podido llegar hasta allí por sus propios medios, no habría vuelto a suceder. Lisa estaría en la casa de sus padres.
– Tienes razón. No es probable que Lisa también se haya escapado de su casa. Llamaré a Spencer. ¿Quieres que haga algo más?
– No -contestó él, rompiéndole el corazón.
Leigh se levantó y se dirigió a la puerta. Se detuvo un momento antes de abrirla.