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Wade estaba perplejo por su reacción. Quería quebrar aquel silencio opresivo.

– He puesto mi casa a la venta. He embalado todo lo que mi madre dejó para instituciones benéficas. No ha sido un día fácil.

– Es difícil despedirse de lo que se quiere -alcanzó a decir ella-. ¿Cuándo te vas?

Leigh sintió que se le desgarraba el corazón. Apartó la mirada y fue al salón. El ventanal proporcionaba una vista del jardín que ella misma cuidaba. Sabía que Wade estaba detrás de ella. Una mano se posó en su hombro. Había empleado tantas energías levantando sus defensas contra él que no podía levantarlas por última vez antes de que se derrumbaran.

– Antes de irme, Leigh, quiero que sepas que no te culpo por lo que sucedió hace años. Antes sí, pero me he dado cuenta de que fue una de esas cosas que te ocurren cuando estás creciendo. Tú tenías razón. No puedo pedirte responsabilidades por algo que sucedió hace tanto tiempo.

– ¿Estás diciendo que me perdonas? -dijo ella con voz trémula.

Wade asintió, todavía perplejo ante su reacción. ¿Por qué actuaba de aquella manera tan extraña si lo único que quería era su perdón? ¿Acaso no lo tenía?

– Sí, supongo que es eso lo que digo. Te perdono. ¿No es lo que querías?

Leigh soltó una carcajada, un sonido desgarrado y artificial antes de que las lágrimas empezaran a brotar de sus ojos. Wade olvidó sus precauciones y la abrazó. Ella apoyó la cabeza contra su pecho, agradecida por el refugio que representaba, aunque sabía que no podría contar con él al día siguiente.

– Claro que deseaba tu perdón. Comprendo perfectamente que tengas que marcharte. No puedes ser feliz aquí después de todo lo que ha pasado. Sé que no puedes vivir en una ciudad donde la gente no confía en ti.

– Entonces, ¿por qué lloras?

Leigh guardó silencio unos momentos. Se debatió entre salvar su orgullo o decir la verdad. Recordó que el orgullo no le había servido de nada doce años antes y se decidió.

– Nunca me ha resultado fácil perderte. No fue fácil cuando era casi una niña, pero ahora es más duro. Sin embargo, ya aprendí a vivir sin ti una vez. Puedo intentarlo de nuevo.

Una chispa de esperanza se encendió en Wade. La apartó de sí para mirar el fondo de sus ojos violetas. Le tomó las manos. Leigh advirtió que sus ojos grises rebosaban de sinceridad y desesperación.

Wade se sonrió. Durante doce años, los recuerdos de Leigh había estado teñidos de dolor y resentimiento. Había mantenido vivo el rencor porque hubiera sido imposible vivir con sus verdaderos sentimientos. Había algo en aquella mujer menuda que le había atrapado para siempre. No estaba seguro de qué era, lo único que sabía era que la amaba con todo su ser. Spencer tenía razón. Era el momento de decirle cómo se sentía.

– He estado reprimiendo mis sentimientos desde el instante en que volví a verte. Incluso después de haber dormido juntos, seguí diciéndome que no podía ser amor. Pero no era otra cosa.

Los ojos húmedos de Leigh se abrieron sorprendidos.

– ¿Me quieres?

– No creo que haya dejado de quererte nunca. No espero que me correspondas, no por ahora. Me basta con importante un poco. Porque te importo, ¿verdad?

Leigh le sonrió con todo su amor en los ojos.

– ¿Qué te hace pensar que no te quiero? ¿Qué crees que intento decirte desde que has llegado? Claro que te quiero. No pensarás que me voy a la cama con todo antiguo amante que pasa por la ciudad, ¿no?

– Será mejor que no.

Se besaron con fiereza y ternura a la vez. Leigh cerró los ojos y Wade le acarició el pelo como siempre le había gustado.

– Entonces vente conmigo. Tengo mi casa de Nueva York. Está justo en la esquina de una escuela de arte.

– ¿Y qué voy a hacer con la tienda? -preguntó ella divertida.

– Véndela e invierte el dinero para asegurar la vejez de tu madre. Drew quedará libre para escoger la carrera que más le guste. ¿No te has dado cuenta de que no soporta los negocios?

Leigh asintió y fingió considerar su propuesta.

– No es mala idea.

– ¿Qué? Lo resolvería todo. Tu familia se quedaría contenta y tú podrías casarte conmigo.

– Casarnos -repitió ella fuera de sí de felicidad-. ¿Estás pidiéndome que me case contigo?

– Por supuesto. Ten en cuenta que te quiero -bromeó-. Sé que necesitarás tiempo para pensártelo. Te será difícil dejar Kinley y la tienda. No lo piensas demasiado y piensa también en esto.

Wade inclinó la cabeza y le rozó los labios con los suyos. Leigh cerró los ojos para dejarse llevar. Wade jugaba con su lengua mientras acariciaba la piel cerca de sus senos. Y luego, se separó de ella. Leigh sintió el vacío donde habían estado sus brazos. Abrió los ojos y le sorprendió sonriendo. Estaba tan cerca que podía oler aquel aroma que sólo su cuerpo exhalaba. Los ojos le brillaban de contento, sus rasgos aquilinos nunca le habían parecido más atractivos.

– Wade, tengo que confesarte algo. Decidí vender la tienda antes de que llegaras.

Wade sonrió. Había llegado el momento de poner el pasado en el lugar que le correspondía.

– Bien. Entonces sólo tienes que pensar si quieres casarte conmigo. ¿Quieres?

Leigh cerró los ojos y le vio de mil manera diferentes. Cuando los abrió todo le pareció extrañamente brillante. Era como si al resolver el misterio todas las sombras se hubieran desvanecido. Sentía la luz en su corazón al mirar al hombre que amaría para siempre.

– Sí -dijo y al mirarle a los ojos, supo que las sombras habían desaparecido de sus vidas.

Julia Quinn (Darlene Hrobak Gardner)

Darlene Gardner trabajó como periodista deportiva durante años antes de darsecuenta de que prefería inventarse citas a esperar que algún atleta dijera algo interesante.

En su vida pasada pasó de cubrir el fútbol americano de Penn State para el periódico de su universidad a trabajar como columnista para el Charleston Post and Courier antes de volver a escribir sobre deportes en el Fort Lauderdale Sun-Sentinel.

Su carrera como escritora de ficción ha sido igual de variada. En la familia Harlequin/Silhouette ha escrito para las líneas Temptation, Duets e Intimate Moments, pero espera haber encontrado su hogar en los libros de Superromance. Million to One, su primer libro de Superromance, se publicó en octubre de 2005. Ha publicado también bajo el seudónimo de Julia Quinn (no confundir con la autora de histórica).

A propósito, Darlene no ha logrado apartarse del mundo de los periódicos ni de los deporte. Su esposo es periodista desde hace tiempo. Y los atletas, en la forma de sus dos hijos centes, ahora viven en su casa en el norte de Virginia.

Pero cualquier cosa interesante que digan sus hijos es más probable que termine en una novela romántica que en una historia para el periódico.

Visita a Darlene en la web en www.darlenegardner.com

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