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– ¿Alguna vez te he dicho que te quiero, Wade Conner?

Era la primera vez que lo decía, su voz rebosaba emoción. Apoyó la cabeza en su hombro y se sorprendió al notar la tensión que irradiaba de Wade. Leigh se apartó de él y le miró a la cara para averiguar la causa de su incomodidad.

– Sólo he dicho que te quiero, Wade. ¿Qué tiene de malo?

– Nada en absoluto. Lo que pasa es que no te creo. Si de verdad me amaras, no te importaría que toda la ciudad nos viera juntos, no tendríamos que escondernos.

Leigh suspiró. No quería estropear aquella noche, pero sabía que él tenía razón y no podían evitar la discusión por más tiempo.

– ¡Oh, Wade! Ya conoces mis sentimientos. No me avergüenzo de ti, pero tampoco quiero enfadar a mi padre.

– Ya. No quieres molestar al pomposo y viejo Drew Hampton Tercero, pero te importa un bledo molestarme a mí.

– No tienes que referirte a mi padre con esos calificativos.

– ¿Y qué me dices de los que él usa conmigo? ¿No sabes que fue a buscarme ayer por la tarde para amenazarme con hacer que me despidieran si no te dejaba en paz?

El enfado de Leigh se disolvió en asombro. Abrió mucho los ojos, pero Wade continuó hablando.

– Me llamó cosas como inútil bastardo indio. Si no llega a ser tu padre le habría pegado.

– No tenía derecho a…

– ¡Por supuesto que no tenía derecho! No me importan las genealogías. Me da igual que seas una Hampton o la hija del alcalde. No me importaría que tu familia viviera en una choza. De eso se trata el amor. No se trata de esconderse como delincuentes porque no quieres que nadie nos vea.

Leigh abrió la boca para replicar, pero no pudo. La verdad que había en las palabras de Wade era irrebatible. Al fondo croaban las ranas. El dolor que sentía en el pecho se reflejaba en su rostro.

– Tienes que tomar un par de decisiones, Leigh. Vas a tener que escoger entre él o yo.

– Pero sólo tengo diecisiete años, Wade -protestó-. No puedo cortar de golpe y porrazo con todos los lazos que me unen a mi padre. Quiero ir a la escuela superior y llegar a ser una artista. No quiero tomar esta decisión.

Wade se acarició la barbilla mientras contemplaba el agua.

– Lo sé. Y también sé que no debería presionarte pero, Leigh, por una vez, me gustaría tener una cita de verdad contigo. Ir al cine o a Charleston para cenar en algún restaurante. Estoy enfermo de tanto ocultarme.

Leigh oyó la frustración que había en su voz y se acercó a él hasta que sus cuerpos se tocaron. Levantó una mano para acariciarle y Wade la cogió y la apretó contra su mejilla.

– Nunca esperé que esto sucediera pero te quiero. No te pido que te cases conmigo ahora porque no tengo nada que ofrecerte. Antes quiero demostrar que puedo tener éxito, que no tengo nada de lo que avergonzarme.

Leigh retiró la mano y lo abrazó forzándolo a tumbarse sobre la hierba.

– No me avergüenzo de ti -susurró ella-. Yo también te amo.

La tierra estaba húmeda de rocío pero estaban tan perdidos en sí mismos que no repararon en la humedad. El beso fue diferente a todos los que se habían dado hasta aquel momento, una mezcla de apasionamiento, desesperación y dulzura. Leigh le acariciaba los cabellos mientras se apretaba contra él sintiendo la evidente intensidad de su deseo.

– Wade, Wade -susurró ella, mientras Wade la besaba en el cuello.

Con dedos temblorosos le desabotonó la blusa, ebrio de poder sentir al fin su piel desnuda. Le lamió los pechos mientras el placer de Leigh le sacudía todo el cuerpo concentrándose en su más secreta intimidad. Nunca había experimentado esa sensación, pero quería explorar cada rincón del paraíso que podían ofrecerse.

Wade comenzó a tirar de los vaqueros y Leigh se arqueó para facilitarle la tarea. La ropa interior vino a continuación. Wade se quedó inmóvil, contemplando la desnudez de su cuerpo antes de estrecharla contra su pecho. No interrumpió la lluvia de besos sino para desnudarse él mismo y volver a abrazarla llenándola de una pasión tan desconocida como insatisfecha.

– ¡Ay, pequeña! -suspiró mientras la cubría con su propio cuerpo y le separaba las piernas con las rodillas.

Leigh no tuvo la oportunidad de cambiar el curso de los acontecimientos aunque hubiera querido porque Wade entró en su cuerpo al instante siguiente. Ella dejó escapar un grito de dolor y Wade se inmovilizó. Se alzó un momento para mirarla con una cara que hablaba de pasión y de arrepentimiento antes de sucumbir a un impulso más fuerte que ellos que le conminaba a moverse.

Por instinto, Leigh alzó las piernas rodeando sus nalgas mientras se adaptaba al ritmo que Wade marcaba y olvidaba el dolor momentáneo. Sus bocas se encontraron mientras sus cuerpos llenaban el vacío del otro. Una bola de fuego creció hasta que Leigh pensó que le arrasaba las entrañas y se abrazó a él con todas sus fuerzas.

Se dio cuenta de una forma vaga que los gemidos que escuchaba provenían de su propia garganta mientras que subían cada vez más alto hasta alcanzar el cielo. Se abrazó a Wade para caer juntos a la tierra. Durante mucho tiempo, se quedaron quietos y abrazados hasta que Wade rodó a un lado.

Acurrucada a su lado, Leigh aguardó a que se presentaran los remordimientos, la vergüenza. Su madre siempre le había advertido que tenía que reservarse para el matrimonio. Nunca se le había ocurrido que perdería su virginidad a los diecisiete años en el silencio de la noche, sobre la tierra desnuda y húmeda. Pero Wade la miraba como si acabara de recibir de ella un don precioso y de pronto no hubo lugar en su corazón para la vergüenza.

Sin embargo, temblaba por el frío nocturno, sentía una laxitud placentera, pero temblaba. Alargó un brazo para coger sus ropas. Wade la detuvo e hizo que regresara junto a él. Apenas podía ver su cuerpo magnífico a la débil luz de la luna.

– Leigh, no te avergüences. No quería que sucediera esto, todavía no. Sin embargo, me alegra que haya sido tu primera vez.

Leigh le sonrió y le acarició la mejilla. Se daba cuenta de que él había atribuido su retirada a los remordimientos en vez de al frío.

– Yo también me alegro. Pero una mujer no puede sobrevivir sólo con amor. Me voy a congelar si no me visto.

Los dos se vistieron. Leigh pudo ver que a Wade se le iluminaba el rostro con su respuesta.

La atrajo hacia sí y ella alzó la cara esperando un beso. Se sorprendió al darse cuenta de que él fruncía el ceño.

– Ha sido maravilloso Leigh, pero no es suficiente. No hemos arreglado nada. Quiero algo más de ti que sexo.

– ¿Qué quieres exactamente?

– Ya te lo he dicho -contestó él sin rastro de la felicidad que había habido al acabar de hacer el amor-. Quiero una relación. Quiero pasear por la calle principal de Kinley contigo y saber que no te avergüenzas de mí.

– ¡Wade! ¿No te das cuenta de que todavía no es posible?

– ¿No has dicho que me amas? En mi diccionario eso no es amor.

Leigh sintió que le daba un vuelco el corazón al notar el dolor que había en su voz. Sus ojos se llenaron de lágrimas que resbalaron por las mejillas. En unos minutos había pasado del éxtasis a la desesperación.

– No es tan sencillo, Wade. El amor no es suficiente, no cambia el hecho de que yo tenga diecisiete años y que mi padre te mataría si llegara a saber lo que ha ocurrido.

– Quizá no debí permitir que sucediera, pero tú lo deseabas tanto como yo -repuso Wade a la defensiva.

Leigh pensó que era probable que ella lo hubiera deseado mucho más, pero no dijo nada. Los músculos de Wade la habían fascinado desde el primer momento en que se había subido a la moto. Lo deseaba, lo amaba. Pero no estaba preparada para decírselo al mundo y enfrentarse a su padre.

– No voy a negarlo -dijo ella, esforzándose por contener las lágrimas-. Pero no estoy preparada. No conoces bien a mi padre. Es un hombre poderoso que sabe muy bien cómo conseguir lo que quiere.