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– Si hubieras estado aquí, le habría contado todo a mi padre. Pero te fuiste y no sabía si pensabas volver algún día… dijiste que no pensabas volver nunca. De modo que, ¿para qué iba a hacerle daño a mi padre después de lo que había pasado?

Matt apretó los labios.

– ¿Cómo está ahora?

– No lo conocerías -suspiró ella-. Es como si… como si hubiera encogido.

– Me han dicho que vais a ir a la feria de Chelsea este año.

– Sí, bueno, no es un secreto.

– ¿Una última posibilidad de salvar la empresa?

Fleur se puso colorada.

– La reputación de la empresa Gilbert sigue siendo importante.

– Pero llevar producto a la feria es mucho trabajo.

– Nos las arreglaremos. No debes creer lo que la gente dice de nosotros cuando están tomando una cerveza en el pub.

– Sólo llevo en Inglaterra un par de días, no he tenido tiempo de pasarme por el pub para enterarme de los últimos cotilleos.

– Pues alguien ha debido de contarte algo, evidentemente -replicó Fleur.

Matt sacó la cartera del bolsillo.

– Me enviaron esto poco después de Navidad -contestó, mostrándole la fotografía del periódico en la que aparecía Tom en la obra de Navidad del colegio-. No sé quién me la envió, era un anónimo.

– ¿Después de Navidad? -repitió ella-. Ah, vaya. Y aquí estamos, en el mes de abril. No te has dado mucha prisa, ¿no?

– No era tan fácil…

– ¿No?

– De haber tomado el primer avión no habría podido quedarme muchos días. Tenía que solucionar cosas, reorganizar mi negocio en Hungría para poder quedarme aquí el tiempo que hiciera falta.

«El tiempo que hiciera falta».

Esas palabras parecían una amenaza.

Pero en sus ojos había algo completamente diferente, algo que parecía el deseo que años atrás la llevaba corriendo al granero…

– ¿Tu negocio en Hungría? De modo que llevaste a cabo tu plan.

– Aquí no había nada para mí y la agricultura está cambiando mucho en Europa del este. Ahora todo el mundo quiere tomar baza, pero yo llegué el primero.

– Pues me alegro por ti -murmuró Fleur, mirando la fotografía-. Tom hacía de pastorcillo en la obra.

– Me habría gustado verlo.

– Lo hizo muy bien.

– Se parece a ti.

– Todo el mundo dice eso -sonrió Fleur. Pero estaba creciendo, su rostro estaba empezando a tomar forma-. Esta mañana, cuando lo dejaba en el colegio, se volvió para decirme adiós y… te vi a ti. Casi se me para el corazón -Fleur carraspeó, nerviosa-. Porque pensé que dentro de nada alguien se daría cuenta -añadió a toda prisa-. Bueno, está claro que alguien se ha dado cuenta ya -dijo entonces, señalando la fotografía del periódico.

– Sí, eso parece.

– Alguien que sabía cómo ponerse en contacto contigo, además.

– No hay muchos candidatos.

– Yo no he sido, desde luego. ¿Crees que ha sido tu madre?

– No lo sé, es posible.

– Yo creo que si tu madre hubiera sospechado la verdad, habría contratado a un ejército de abogados para quitarme al niño.

– O quizá esté esperando que yo dé el primer paso. Para confirmar sus sospechas.

– Estás aquí, eso debe de habérselas confirmado. ¿Te ha dicho algo?

– No.

– Yo esperaba que ella me ayudase a convencerte para que volvieras a casa. Estaba segura de que cuando mi embarazo fuera evidente, sabría que el niño era tuyo y te llamaría por teléfono. Pero no fue así.

Matt asintió con la cabeza, pensativo.

– No, no fue así.

Se quedaron un momento en silencio, pensativos, perdidos en el pasado.

– Yo solía venir aquí por las noches y me sentaba en ese sofá, segura de que en cualquier momento aparecerías por la puerta y viviríamos la vida que habíamos planeado tantas veces. Pero no viniste. Y entonces nació Tom, y ya no tuve tiempo de pensar en ti ni de esperarte. Tuve que seguir adelante con mi vida.

En lugar de la vida que había soñado.

– Mi madre no me dijo nada porque nunca la llamé.

– ¿No llamabas a tu madre?

– Puso la casa y el invernadero en venta veinticuatro horas después de la muerte de mi padre. Yo llevaba toda la vida oyendo que ésa era mi herencia, que un día sería el director de Hanovers… Mi educación, mi título universitario, toda mi vida había estado dirigida a eso. Pero un día después de la muerte de mi padre llegó una mujer de una inmobiliaria para comprarlo todo. La había llamado mi madre.

– No lo entiendo. ¿Por qué hizo eso?

– No lo sé. Yo sentí que estaba castigándome a mí por los pecados de mi padre. Le supliqué que… -Matt no terminó la frase, como si los recuerdos fueran demasiado dolorosos-. Fue una pena que ella no tuviera una crisis nerviosa como tu padre. Entonces yo podría haber dirigido Hanovers y podríamos haber formado una sociedad, Hanover y Gilbert, sobre la tumba de nuestros padres.

– Matt, no digas eso. Suena horrible.

– Sí, claro que lo es. Perdona -suspiró él, sin poder disimular su amargura.

– Yo siempre pensé que tu madre había querido poner Hanovers en venta porque tú te fuiste.

– Te sentías culpable, ¿no?

– ¿Yo? ¿Por qué iba yo a sentirme culpable? Fuiste tú quien me dejó.

– Tú no quisiste venir conmigo, querrás decir.

– Sí, claro, lo más lógico era que me marchase con mi madre en el hospital y mi padre completamente destrozado. ¿Cómo iba a marcharme? ¿Es que no te das cuenta?

– Eras mi mujer.

Fleur hizo un gesto con la mano. No entendía a aquel hombre.

– ¿Nunca llamaste a tu madre? ¿Ni siquiera para saber cómo le iba?

– No podía hablar con ella. Pero le enviaba alguna postal de vez en cuando para que supiera que estaba vivo.

– A mí no me enviaste nada.

Una pena sentir celos de su suegra. Y peligroso. Sentir pena por su suegra empezaba a ser una costumbre.

– No quería pensar en ti. Ni en mi madre, ni en este maldito pueblo.

– Ya, claro. Espero no hacer nada nunca para que mi hijo me odie de esa forma.

– Ya lo has hecho, Fleur. Pero tienes más suerte que mi madre. Yo te estoy dando la oportunidad de arreglar la situación antes de que el niño sea mayor.

– ¿Y se supone que debo darte las gracias?

– No, deberías darle las gracias a quien me envió esta fotografía. Te aseguro que yo he pagado por mi crueldad. No sabía que, al final, mi madre no había vendido Hanovers. No sabía que sería capaz de llevarlo adelante ella sola.

– Parece que, en el fondo, te pareces más a ella que a tu padre.

– Su primer pensamiento fue venderlo todo y marcharse de aquí. Afortunadamente, no le resultó tan fácil.

– No dirías eso si hubieras vivido a su lado todos estos años.

– Te lo ha hecho pasar mal, ¿no?

– Desde luego. Ahora que estás aquí, a lo mejor se suaviza un poco.

– Yo no contaría con eso. Pero desearía no haber sido tan duro con ella -suspiró Matt-. El día que por fin la llamé por teléfono debería haberle dejado hablar, pero la corté en cuanto mencionó el apellido Gilbert. Jamás se me ocurrió pensar que pudieras estar embarazada. Tú siempre eras tan meticulosa con la píldora…

– Sí, es verdad -lo interrumpió Fleur, dolida pero no sorprendida de que la culpase también a ella por eso-. Pero la verdad es que tardé mucho tiempo en darme cuenta de que estaba embarazada… quizá porque mi madre estuvo un mes en el hospital, agonizando. Mi padre estaba destrozado y tenía que llevar el negocio yo sola para poder seguir pagando las facturas…

– Fleur…

– Pensaba que las náuseas eran porque apenas comía, porque me moría de preocupación, porque estaba sola, porque apenas pegaba ojo… perdona, Matt, ¿querías decir algo? -preguntó Fleur, irónica.