– ¿Qué le dijiste a tu padre?
– ¿Sobre el niño?
– Claro. Aunque estuviera desesperado, supongo que querría saber quién era el padre.
– Le dije la verdad.
– ¿La verdad?
– Le dije que mi embarazo era el resultado de un revolcón de una noche -contestó Fleur, recordando la expresión de su padre cuando le dio aquel disgusto-. Una de esas cosas que pasan cuando una bebe demasiado.
– No te creo.
No, bueno, su padre tampoco la había creído, pero eso no era asunto de Matt.
– ¿Por qué no? Eso fue lo que duró nuestro matrimonio. Una noche.
– ¿Perdona? A menos que te hayas divorciado de mí, y estoy seguro de que no lo harías para que nadie supiera que estamos casados, sigues siendo mi mujer.
– Sí, bueno, sobre el papel. Nada más.
– Pero eres mi mujer de todas formas.
– Hace falta algo más que un pedazo de papel para crear un matrimonio, Matt. Como hace falta algo más que una donación de esperma para que un hombre se convierta en padre.
– Tienes razón, pero las cosas van a cambiar. Lleva a Tom a mi casa mañana, después del colegio. Quiero conocerlo.
– ¡Mañana! No, mañana no puedo. Necesito tiempo para hablarle de ti.
– Ya has tenido tiempo. Has tenido cinco años.
– Cinco años en los que no sabía dónde estabas o si volvería a verte algún día -le recordó Fleur.
– Las cosas han sido como han sido, pero ahora estoy aquí. Y quiero conocer a mi hijo. Creo que estoy siendo generoso, Fleur. Podría contratar a un abogado o aparecer en tu casa y exigir mis derechos. Pedirle ayuda a tu padre…
– ¿A mi padre? ¿Crees que mi padre te ayudaría?
– Sospecho que si supiera la verdad, él sería mucho más comprensivo con mis sentimientos.
– Qué curioso que digas eso. No creo que tú hayas sido nunca comprensivo con los míos.
Matt dejó escapar un suspiro.
– Mira, todo esto depende de ti. ¿O creías que ibas a convencerme para que me fuera sin ver al niño?
– Te has ido antes. Y sin que yo te lo pidiera. ¿Cómo sé que no vas a hacerlo otra vez? Estamos hablando de un niño de cinco años.
– Mi hijo.
– Te equivocas de pronombre. El niño no te pertenece y esto no tiene nada que ver contigo, sino con Tom, con la felicidad del niño. Si apareces en su vida, no puedes desaparecer cuando te dé la gana. No puedes pensar en cómo va a afectar a tu vida tener un hijo, sino en cómo va a afectarlo a él. Él es lo primero, ¿lo entiendes?
– Lo entiendo perfectamente.
– Yo no estoy tan segura. Creo que deberías pensar en tus responsabilidades en lugar de en tus supuestos derechos. Unos derechos a los que renunciaste el día que te fuiste de aquí sin mirar atrás -replicó Fleur-. Además, estás acostumbrado a vivir como quieres, libre, sin ataduras, sin lazos de ningún tipo…
– ¿Es eso lo que quieres tú, Fleur? ¿Es con eso con los que sueñas por las noches cuando no puedes dormir porque las facturas te quitan el sueño? ¿Es eso lo que quieres en las largas noches en las que no tienes a nadie que te abrace? ¿Marcharte de aquí, vivir libre, sin ataduras, sin lazos de ningún tipo? Porque si es así, yo te lo ofrezco.
¿Pensaba que era tan fácil? Ella tenía un hijo. No había nada en el mundo más poderoso que eso.
– ¿Qué pasa, tu madre ha instalado una cámara de vídeo en mi habitación? -intentó bromear Fleur, mientras miraba el reloj para dejar claro que su tiempo se estaba acabando.
Matt dio un paso adelante y levantó su barbilla con un dedo para mirarla a los ojos.
– He trabajado mucho, Fleur. Soy un hombre rico. Yo podría darte esa libertad. Dame lo que quiero y yo haré que tus problemas se acaben para siempre.
Capítulo 4
Fleur se quedó clavada al suelo, incapaz de moverse. Y, como si se hubiera dado cuenta, Matt abrió la mano para ponerla en su mejilla.
El gesto la invitaba a apoyarse, a rendirse a un calor nunca olvidado, como una promesa de que iba a quitarle el peso de los hombros, un peso con el que llevaba seis años cargando.
Y, durante un segundo, sintió la tentación.
El roce de su mano evocaba tantos recuerdos… Todas las promesas, la ilusión de la juventud.
Su proximidad le llevaba el aroma de la paja, de su piel, el olor de su colonia. Pero cuando abrió los ojos, volvió a la realidad. Aquél no era el chico del que se había enamorado, el hombre con el que se había casado seis años atrás sin contárselo a sus padres.
Era el hombre que la había abandonado en el momento más duro de su vida. Un hombre que exudaba poder y dinero.
Y ella no conocía a ese Matt Hanover.
Pero sí conocía el roce de su piel. Y eso era algo de lo que debía alejarse.
Si la hubiera amado de verdad, ni la rabia, ni la vergüenza por la aventura ilícita de sus padres, ni la guerra entre los Hanover y los Gilbert lo habría hecho alejarse de Longbourne.
La única razón por la que estaba allí ahora, en aquel viejo granero, hablando con ella en lugar de hablar con un abogado, era porque creía que podía manipularla.
Era rico, le había dicho. Y podría quitarle de encima todos los problemas, pero tendría que pagar un precio. Siempre había que pagar un precio por los errores, incluso los que se cometían con la mejor intención.
Sobre sus cabezas oyeron un aleteo y vieron una diminuta nube de polvo sobre una de las vigas.
– Me alegra saber que el granero no está totalmente desierto -dijo Matt, apartando la mano de la mejilla de Fleur.
Por un momento, se había olvidado de todo. Era como si el tiempo no hubiera pasado…
Por un momento, cuando ella cerró los ojos, cuando parecía a punto de aceptar el refugio de su mano, que él le ofrecía ciegamente, pensó que Fleur también se había olvidado de todo. Pero sólo había sido un momento.
Y era mejor así.
Después de tantos años trabajando como un loco, durmiendo sólo cuando el cansancio lo rendía porque en sus sueños sólo aparecía ella, después de años de agarrarse a la rabia de su rechazo porque si se olvidaba de eso se quedaba sin nada… allí estaba, con Fleur otra vez. Pero estando tan cerca, recordando cómo había sido una vez, sólo podía sentir remordimientos y pena.
– Tengo que irme, Matt. No me gusta dejar solo a mi padre con Tom. A veces se despierta por la noche.
Lo había puesto en su sitio, desde luego. Ya no era el segundo, era el tercero. Primero su hijo, luego su padre y luego, por último, él.
Además, Fleur no había pasado seis años en una fría cama. El investigador privado que había contratado le habló de un tal Charlie Fletcher. Le dolía en el alma imaginarla con él, pero después de seis años, ¿qué podía esperar?
– Aún no hemos decidido nada.
– ¿Y qué esperabas? ¿Que te dijera que sí, que puedes quedarte con Tom? -replicó Fleur-. Haz lo que quieras, pero si contratas a un abogado habrá que hacerlo todo de acuerdo con la ley.
¿Estaba intentando asustarlo, amenazarlo?
– Lo sé muy bien.
Si sólo hubiera querido derechos de visita, habría contratado a un abogado desde Hungría para que solucionara el asunto. Pero eso no era suficiente. Quería que Fleur pagara por los cinco años de la vida de Tom que le había robado.
– Ya me lo imagino. Tú nunca has podido esperar por nada, ¿verdad, Matt? Quizá lo mejor sea poner esto en manos de un abogado.
– ¿Incluyendo el análisis de sangre?
Fleur hizo una mueca, como él había esperado que hiciera.
Le daban pánico las agujas. Se puso enferma el día que tuvieron que ponerle la inyección del tétanos. Él, para consolarla, le había comprado una caja de bombones, aconsejándole que se metiera un bombón en la boca mientras le ponían la inyección…
Ahora se preguntó si Tom habría heredado ese miedo. ¿O era que Fleur sentía la angustia, el dolor del niño como si fuera suyo?