– Tengo buena memoria.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que habían hecho el amor en el granero, pero las imágenes eran tan vividas como si hubiera ocurrido el día anterior.
– Toda esa paja seca… se quemaría en un segundo.
– Mi oferta de ayuda sigue en pie si quieres que parezca convincente.
Fleur dejó escapar un suspiro.
– A menos que hayas pensado en otra persona, claro -añadió Matt, y ella arrugó la nariz, como si no lo entendiera-. ¿Está asegurado?
– ¿El granero? No, qué va. ¿Estás pensando de verdad que voy a quemarlo para cobrar el dinero del seguro?
– Creí que lo tenías todo pensado. Pero si no está asegurado…
– No lo está -afirmó Fleur.
– Entonces, evidentemente el fraude no puede ser un móvil. De todas formas, te aconsejo que no hagas nada por ahora. Puede que lo necesitemos un par de veces más.
– ¿Que? No, Matt, una vez planeé mi vida en ese granero y no pienso volver a hacerlo. Anoche fue la última vez. No pienso volver a poner los pies en ese sitio.
– Nunca digas nunca jamás.
– Nuestras conversaciones tendrán lugar a la luz del día. En el bufete de un abogado si es necesario.
– Muy bien. Si eso es lo que quieres, Fleur, lo haremos con la ley en la mano.
– ¿Y si no quisiera?
– ¿Qué?
– Hacerlo con la ley en la mano.
– Sé que no quieres. De ser así no habrías ido al granero anoche y no estarías aquí -dijo Matt-. Necesitas tiempo. Pero no para ti ni para Tom, sino para tu padre. Y no me sorprende. Siempre ha sido lo primero en tu vida.
– Eso no es verdad.
– Miéntete a ti misma si quieres, Fleur, pero no lo intentes conmigo -replicó él, haciendo un gesto con la mano-. Bueno, cuéntame por qué es tan importante ir a la feria de Chelsea.
– No puedo contarte nada.
– Si quieres tiempo, vas a tener que contármelo.
– Le prometí a…
– ¿Tu padre? Qué bien. También me hiciste a mí una promesa una vez, pero la rompiste sin ningún problema.
– Tú sabes cómo es este negocio, Matt. El menor comentario y todo el mundo se enterará.
– Hubo una vez en la que me habrías confiado tu vida.
– Hubo una vez en la que creí que no me dejarías sola en el peor momento de mi vida -replicó ella.
– Yo no te dejé, tú decidiste quedarte.
– ¿Crees que podía elegir?
Estaban mirándose el uno al otro, los dos respirando con más dificultad de la necesaria, considerando que no se habían movido. Entonces, como para dar por terminada la discusión, Matt tomó las bolsas y salió de la cocina.
Ella dejó escapar un suspiro. Luego, como no sabía qué hacer, buscó el té en los armarios para distraerse.
Cuando Matt volvió a la cocina y se apoyó en la encimera, Fleur se volvió.
– Mi padre cree que ha conseguido una fucsia de color amarillo puro.
La única respuesta fue un silencio que le pareció interminable.
– ¿Y tú, Fleur? ¿Tú qué crees?
Le estaba preguntando algo para lo que no tenía respuesta. Pero debía tenerla. Debía tener fe en su padre.
– Creo que ha conseguido una fucsia de color amarillo puro. No sabía que hubiera solicitado un puesto en la feria hasta que llegó la carta de la Sociedad de Horticultura -admitió-. Llevamos años sin ir por allí… desde antes del accidente, ya sabes. Yo he intentado que se interesara en ferias más pequeñas, en cualquier cosa para que saliera de casa, para que se mezclara con la gente, pero nada. Nunca se me habría ocurrido que, al final, elegiría la feria más importante del país. Si no sale bien, tu madre podrá comprar la casa, el granero, abrir un restaurante… lo que quiera. Todo el mundo se reirá de nosotros. Estaremos acabados.
Él asintió, como si estuviera satisfecho.
– Esperaré hasta la feria de Chelsea, Fleur. Tienes hasta finales de mayo, pero después de eso no habrá más tiempo. Mañana hablaré con mi abogado para que escriba una carta a tu padre y a mi madre, que se enviará el treinta de mayo exactamente.
– Matt…
– Espera, aún no he terminado. Tú me has pedido que espere para conocer a mi hijo y quiero algo a cambio.
– Lo que quieras -dijo Fleur, sin pensar.
– ¿Lo que yo quiera? -repitió él, alargando la mano para rozar sus labios con un dedo.
Fleur se quedó parada, con el corazón latiendo a toda velocidad. El roce de su dedo era una sensación tan intensa… Matt se inclinó entonces para buscar su boca, trazando la comisura de los labios con la punta de la lengua…
¿Cuántas veces había soñado eso durante aquellos seis años? ¿Cuántas veces había soñado que hacía el amor con Matt?
No sabía de dónde había sacado fuerzas para decirle que no cuando había ido a buscarla seis años atrás para pedirle que se fuera con él. Quizá si no hubiera estado tan furioso, si hubiera sido razonable, si hubiera esperado un poco…
– ¿Cualquier cosa? -repitió Matt de nuevo.
– Sí, sí…
Y entonces se dio cuenta de que él se había apartado un poco, de que no la estaba tocando.
– ¿Estás sugiriendo que durmamos juntos?
– ¿Dormir? ¿Crees que tendríamos tiempo para dormir? -dijo Matt.
– Sólo quieres sexo, claro.
– Eres mi mujer, Fleur.
Quería castigarla, pensó ella. Quería castigarla por no haberse ido con él, por no haberlo seguido cuando se marchó del pueblo, por no haber dejado a su madre moribunda, a su padre destrozado, un negocio que nadie atendía…
Si siguiera sintiendo algo por ella, si la quisiera un poquito, no sería capaz de hacerle eso.
Y al darse cuenta, algo dentro de ella se rompió. No podía ser su corazón porque su corazón se había ido rompiendo poco a poco con el paso de los años. El día que le dijo a su padre que estaba embarazada, pero no pudo decirle quién era el padre del niño. El día que nació su hijo y Matt no estaba a su lado, el día que fue al Registro Civil y tuvo que ponerle sus apellidos. Cada día desde entonces, viendo crecer a su hijo sin él, cada día que Matt no había vuelto a buscarla, su corazón se había roto un poco más.
Pero aquello era diferente. Durante todos esos años había vivido pensando que algún día volvería. No habría necesidad de explicaciones, de disculpas, sólo estaría allí a su lado, por fin.
Y esa esperanza se había roto para siempre.
De modo que, sin decir una palabra, Fleur tomó su bolso y salió de la casa.
Intentó abrir la puerta del Land Rover, pero estaba cerrada. Las llaves… se las había dejado dentro. Ahora tendría que volver a la cocina y…
– ¿Se encuentra usted bien?
Fleur se volvió, sorprendida al oír una voz de mujer.
– Sí, sí… Es que me he dejado las llaves dentro.
– Hola, soy Amy Hallam. Y tú eres Fleur Gilbert, ¿verdad?
– Sí, soy yo. ¿Nos conocemos?
Amy, la mujer que había viajado con Matt en el avión. Tan elegante y tan sofisticada como había imaginado. Iba vestida con unos pantalones preciosos, una camisa de seda, un jersey de cachemir de color crema… Pero no iba sola. Llevaba una niña en brazos y detrás de ella había tres niños… y un par de perros. Un spaniel que uno de los niños intentaba sujetar tirando de la correa y un labrador que parecía comportarse de forma más educada.
– Me suena tu cara -dijo Fleur. Y era cierto.
– Mucha gente dice eso, pero me temo que te llevo ventaja. Matt me enseñó una fotografía tuya.
– Ah. ¿Una fotografía? Pues debía de ser muy antigua.
– No, era de tu graduación.
Fleur apretó los labios. No iba a llorar. Alguien, uno de los testigos, les había hecho fotografías en los escalones del Registro el día de su boda. Pero nunca habían ido a recogerlas.
La fotografía de su graduación era la única que le había dado a Matt. Él no había ido a la ceremonia porque sus padres estaban allí, la última vez que los vio juntos, pero cuando llegaron las fotos, Fleur le dio una para que la guardase en su cartera. Y, a pesar de todo, la había conservado.