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Y se la había enseñado a una extraña en el avión.

Amy sacó un sobre del bolso y le dijo:

– Iba a meter esto por debajo de la puerta. Es una invitación para tu hijo… el lunes organizo una fiesta infantil en casa y espero que vengáis.

Le había mostrado su fotografía, le había hablado de su hijo. ¿Qué más le habría dicho?

– Matt está en la cocina. Puedes dársela personalmente.

– No hace falta, puedes dársela tu -sonrió Amy-. Ah, por cierto, no lleves a Tom de punta en blanco porque seguramente van a ponerse perdidos -sonrió Amy.

¿Sabía el nombre de su hijo?

– Muy bien, gracias.

Fleur la observó alejarse por el camino con su «troupe». Había algo familiar en Amy Hallam, pero no era eso lo que más le llamaba la atención. Era que se la veía feliz, contenta con su vida. Satisfecha.

Cuando miró hacia el porche, vio a Matt apoyado en una de las columnas. Seguramente esperando que volviera… a suplicarle de rodillas.

Pero no lo haría.

– Has vuelto -dijo él, con cara de satisfacción. Pero ese gesto no la enfadó, sino que la hizo sonreír. Porque, de repente, le parecía un niño haciéndose el matón. Y ella sabía que Matt Hanover no era así. Nunca había sido así.

– Marcharse es fácil. Pero hay que tener valor para volver.

– Tú no tenías más remedio. Te has dejado las llaves del Land Rover en la encimera -sonrió él entonces, sacándolas del bolsillo.

– Y el té -asintió ella, entrando en la casa-. Tú, por otra parte, te has olvidado de las buenas maneras.

Matt la miró, pensativo.

– Sí, tienes razón. Perdona.

– Me asusté cuando recibí tu carta, Matt. Supongo que eso era lo que tú querías.

Él no contestó y Fleur, tomando dos tazas, esperó que la llevara al salón. Porque tenían que hablar.

Capítulo 6

Fleur dejó las tazas sobre la mesita y luego, sentándose en la alfombra, tomó el atizador para mover las brasas de la chimenea.

– Estabas furioso conmigo -dijo, sin mirarlo-. Y, evidentemente, sería más fácil para ti conseguir lo que querías si yo estaba asustada…

– No.

– ¿No?

– Sí, bueno, de acuerdo, estaba enfadado.

– Lo entiendo. ¿Crees que yo no estuve enfadada contigo? Pues lo estuve, durante mucho tiempo. Te necesitaba a mi lado, sobre todo cuando supe que estaba embarazada.

La tragedia, en vez de unirlos, los había separado.

– Yo quería estar a tu lado, Fleur. Pero tú tenías miedo de lo que pensara tu padre.

– ¿Crees que anunciar que nos habíamos casado en secreto aliviaría la pena de mi padre y la de tu madre? -suspiró ella-. Además de lo terrible del accidente, mi padre acababa de descubrir que su esposa lo había estado engañando con un Hanover. ¿Cómo iba a decirle que su hija había estado haciendo lo mismo? Cuando acepté que nos casáramos en secreto, tú me prometiste…

– Prometí que serías tú quien decidiera cuándo decírselo a nuestros padres, lo sé. Pero todo cambió a partir del accidente. ¿Cómo iba a quedarme? ¿Cómo pudiste quedarte tú?

No le dijo que la necesitaba. Seguramente, no era así. Sencillamente, no podía aceptar que hubiera elegido el deber antes que el amor.

Hasta entonces, todo había sido una broma maravillosamente traviesa. Encontrarse en el granero de noche, casarse en secreto… y luego, de repente, se habían visto enfrentados con la realidad. Con la más dura y más cruel realidad. Y Matt, a los veinticinco años, no estaba preparado para enfrentarse a esa realidad.

Siempre le había parecido maduro para su edad, muy decidido. Pero eligió el camino más fáciclass="underline" marcharse. Mientras ella tenía que quedarse para lidiar con las consecuencias de un terrible accidente que, además, había puesto al descubierto un vergonzoso secreto.

– ¿Cómo pudiste marcharte? -repitió Fleur, en un suspiro-. ¿Por qué no te dejas de juegos y me dices lo que quieres?

Matt estaba de pie, con la frente apoyada en la repisa de la chimenea, pensativo.

– No lo sé.

Fleur asintió con la cabeza.

– Pues no nos queda mucho tiempo. Tengo que ir a buscar a Tom a las cinco.

– Estabas hablando con Amy. ¿Qué te ha dicho?

– Me ha dado una invitación para una fiesta infantil. El lunes de Pascua.

– ¿Es sólo para Tom?

– No, supongo que los padres pueden ir también. Eso si te apetece pasar una tarde jugando en el jardín con un montón de niños.

– No suena mal -sonrió Matt-. Pero tengo otros planes para ese día.

– Ah, ¿qué planes? Pensé que ibas a quedarte aquí hasta que solucionásemos el asunto de la custodia de Tom.

– No te preocupes, Fleur. Tú estás incluida en esos planes.

¿Que no se preocupara? Lo diría de broma.

– ¿Ah, sí?

– Claro. No pienso perderte de vista hasta que haya conseguido lo que quiero. Sé que no vas a salir corriendo, por supuesto. Los dos sabemos que estás pegada a tu padre. Pero me prometiste «lo que yo quisiera» a cambio de que esperase y éste es el trato: las vacaciones de Pascua son una ocasión familiar, así que Tom, tú y yo vamos a ir a Eurodisney, a París.

Eso era lo que pasaba cuando una se dejaba llevar por los recuerdos, pensó Fleur. Cuando intentaba ser comprensiva. Porque, por alguna razón, que el pago fuera un inocente fin de semana en un parque temático con su hijo y no en su cama, no mejoraba el asunto.

– Tu padre puede venir también, si le apetece. Yo puedo llevar a mi madre, como una familia unida.

– Ah, ya veo. Estás de broma.

– Hablo muy en serio. Y no me digas que no tienes un fin de semana libre, porque sé que los tienes.

Cuando lo acusó de estar espiándola no parecía haberse equivocado. Estaba claro que Matt sabía lo que hacía los fines de semana. Seguramente, sabría que solía ir a una de las caravanas que Charlie Fletcher tenía en la costa, cuando estaban en temporada bajo, claro. Pero en lugar de pagar alquiler, llenaba las jardineras de todas las caravanas con flores. A Tom le encantaba ir de pesca, hacer castillos en la arena…

Pero eso no podía compararse con un abrazo de Mickey Mouse, ni con encontrarse con piratas, princesas y castillos encantados.

Tom, pensó, con el corazón encogido, se pondría loco de alegría. ¿Podía negarle eso? ¿Podía negarse a sí misma la alegría de compartirlo con él, de ver a Matt con su hijo?

– No te estoy pidiendo que le digas a Tom que soy su padre. Además, seguro que el niño está acostumbrado a verte con tu novio los fines de semana.

– ¿Mi novio?

– Charlie Fletcher. ¿No vas algunos fines de semana a la playa con él?

– ¿Charlie?

Charlie era un buen amigo, desde luego. Y solía hablarle de su mujer, que había muerto trágicamente de cáncer cuando era muy joven.

– Charlie podría ser mi padre, Matt -suspiró ella.

– ¿Tu padre? Sólo si te hubiera tenido a los catorce años.

– No sé qué edad tiene exactamente, pero sé que es un buen hombre. Un amigo. Nada más.

– Yo también podría ser tu amigo.

– Lo siento, Matt, pero los amigos no amenazan, no asustan, no intentan obligarte a hacer algo que tú no quieres hacer.

– Sólo había sugerido que lo pasáramos bien. Nada más. ¿Qué hay de malo en ello?

Todo.

¿Era así como iba a ser su relación a partir de aquel momento?

¿Iba a convertirse en la madre austera, la que siempre estaba diciendo que no, la que insistía en que hiciera los deberes mientras su padre lo llevaba a Eurodisney y le daba todos los caprichos?

– Voy a tener que pedirte que dejemos lo del viaje a París por el momento.

– ¿Prefieres pasar el fin de semana en una caravana?