– Es un sitio muy agradable, pero ahora no podemos ir. Sólo voy fuera de temporada. Y, en cualquier caso, Eurodisney es demasiado… y demasiado pronto. Hay que ganarse esos viajes, Matt.
– ¿Ganármelos? ¿Cómo? ¿Puedo bañar a mi hijo? ¿Puedo ayudarlo con los deberes?
– Matt…
– ¿Puedo leerle cuentos a la hora de dormir?
– Matt, por favor…
– ¡Nada de por favor! Tú me has quitado todo eso, Fleur.
– ¡Yo no te he quitado nada! ¡Ni siquiera sabía dónde estabas!
– Me he perdido cinco años de la vida de mi hijo…
– ¡Porque tú has querido!
– Si yo te robara a Tom, si me lo llevara de aquí durante cinco años…
– ¡Yo no te lo he robado! ¡Yo me quedé aquí, no me he movido de aquí en todo este tiempo!
Se miraron entonces, jadeando, furiosos, cada uno convencido de que tenía razón.
– No sabía que tuviera un hijo, me he perdido cinco años de su vida y aún me niegas el derecho de pasar un fin de semana con él -insistió Matt, intentando bajar la voz-. ¿Qué problema tienes, Fleur? ¿Tienes miedo? ¿Crees que voy a comprar al niño con juguetes y viajes?
– No, no es eso. Eso no me da miedo. Lo que temo es que creas que eso es todo lo que necesita un niño.
– Entonces puedes tranquilizarte. He abierto un fideicomiso para él, para su educación, para su futuro.
– No me refería a eso tampoco.
– ¿Quieres más? ¿Qué quieres, Fleur? ¿El divorcio, manutención, la mitad de lo que tengo?
¿Divorcio? Claro, eso era lo que quería. Un hombre como él, un hombre rico, querría ser libre para buscar una esposa más adecuada… una mujer que no tuviera la carga de su historia familiar.
Quizá incluso tuviera alguna esperándolo en Hungría.
– No quiero tu dinero -dijo por fin, intentando que aquello no le doliera. No debía dolerle. Tom era su única preocupación-. Nuestro hijo ha esperado mucho tiempo para conocer a su padre y…
– ¡Maldita sea, Fleur!
– … y no quiero que te confunda con Santa Claus -terminó Fleur la frase, antes de levantarse. Se sentía enferma, necesitaba aire fresco.
– ¿Dónde vas?
– Fuera.
– No puedes irte. Aún no hemos decidido nada -protestó Matt-. O más bien, yo te estoy dando todo lo que quieres y tú no me das nada a cambio.
– Eso no es verdad. Yo te lo he dado todo.
Le había dado su corazón a los dieciocho años, le había dado su cuerpo poco después y luego su vida. Había sacrificado el día de su boda por una ceremonia de cinco minutos en un Registro Civil lejos del pueblo porque él le había prometido que una vez que estuvieran casados nunca podrían separarse.
– Y lo tiraste todo por la ventana por orgullo -continuó ella-. ¿Por qué no me envías por correo electrónico una relación de peticiones para la próxima reunión? Quizá así vayamos al grano en lugar de darle mil vueltas a lo mismo. Mientras tanto, yo pondré la fiesta de Amy Hallam en la agenda de mi hijo.
– No olvides poner la cena con Kay y Dom Ravenscar en la tuya. El viernes, a las ocho.
– No me presiones, Matt.
– No me presiones tú, Fleur.
– ¡Fleur!
Fleur estaba observando como su hijo entraba en el colegio a la carrera, como todos los días. No quería perderse ni un segundo de su vida mientras fuera sólo suyo. Pronto todo iba a cambiar… y aún no sabía de qué modo iba a afectarlo. Pero sí sabía que pasarían a formar parte de las familias que tenían que repartirse a los hijos los fines de semana, las vacaciones…
Sólo cuando el niño desapareció de su vista se volvió para mirar a Sarah.
– Otra vez llego tarde. Tengo que perder peso -dijo su amiga.
– Ven a pasar una semana guardando plantas en cajas conmigo -rió Fleur-. Ya verás como pierdes peso. Y no te costará un céntimo.
– Estaríamos buenos. Tendrías que pagarme, bonita -sonrió su amiga-. ¿Cómo está tu padre? Cuando te llamé el otro día parecía un poco tristón.
– ¿Cuándo me has llamado? -preguntó Fleur, sorprendida.
– El lunes. Sí, creo que fue el lunes. ¿No te dijo que te había llamado?
No, no se lo había dicho. Y el lunes fue el día que había quedado con Matt en el granero… De modo que sabía que le había mentido y no le había dicho nada. Su padre era así, siempre escondiendo la cabeza en la arena. Por eso el negocio se había hundido.
– Me dijo que habías salido -siguió Sarah-. Por cierto, ¿sabes que Matthew Hanover ha vuelto al pueblo? Todo el mundo está hablando de ello. ¿Tú sabes qué hace aquí?
– ¿Y por qué iba a saberlo?
¿Sospecharía algo su amiga?
– No sé… pero mujer, no te enfades. Pensé que esa vieja rencilla familiar ya no tendría importancia.
– Y no la tiene. Bueno, dime, ¿qué dicen en el pueblo?
– Ayer lo vi en un cochazo negro descapotable… sigue guapísimo, la verdad. ¿Por qué será que los hombres se vuelven más atractivos con la edad y las mujeres no?
– Porque nos necesitan más que nosotros a ellos. Tienen que mantener nuestro interés -contestó Fleur.
– Pues yo podría estar muy interesada.
– Sarah Carter, tú eres una señora casada y respetable.
– Casada, desde luego. Pero, ¿también tengo que ser respetable? ¿Es que estar casada no es castigo suficiente? -bromeó su amiga-. Te lo digo yo, ese hombre va a romper más de un corazón en el pueblo.
– Siempre ha sido así -murmuró Fleur, distraída.
Su padre había estado muy callado esos días. Nunca había sido un hombre hablador y ella estaba demasiado preocupada por sus cosas como para darse cuenta, pero ahora que lo pensaba… apenas había dicho una palabra.
Y ahora entendía por qué.
Debería habérselo dicho. En cuanto leyó la carta de Matt debería haberle contado la verdad. Pero en lugar de eso intentó protegerlo, ahorrarle esa pena durante unos días.
Qué tonta había sido.
– ¿Quieres que tomemos un café? -preguntó Sarah.
– No puedo, tengo que irme a casa ahora mismo.
– ¿Por qué tanta prisa?
Pero Fleur ya había salido corriendo.
– Tengo que hacer algo muy importante.
Capítulo 7
Fleur encontró a su padre tirado en el suelo del invernadero, con un tiesto roto a su lado y tierra por todas partes.
No estaba inconsciente, pero no podía levantarse.
Intentó hablar, pero sólo podía balbucear algo que Fleur no lograba entender.
Un infarto, pensó, mientras marcaba el número de Urgencias con dedos temblorosos. ¿Cuánto tiempo habría estado tirado allí?
No podían ser más de veinte minutos, porque había hablado con él antes de irse con Tom al colegio.
– No digas nada, papá. No intentes hablar, por favor. La ambulancia llegará enseguida. No pasa nada, ya verás -murmuró, nerviosa-. Menos mal que no te has caído en la cocina. Aquí se está más calentito -hablaba sin parar para tranquilizarlo, para tranquilizarse a sí misma, para que supiera que no iba a dejarlo-. Lo siento, papá. No más mentiras, no más mentiras -murmuró, apoyando la cara en la frente de su padre, con el corazón acongojado.
Unos minutos después llegó la ambulancia y Fleur se dedicó a contestar preguntas, mareada, mientras el médico reconocía a su padre.
– ¿Fleur?
Ella se volvió al oír la voz de Matt. En el suelo, su padre intentó decir algo, levantarse…
– Vete, ¿no ves que se está poniendo peor? Vete, por favor, Matt.
– He visto la ambulancia y…
Había pensado que era Tom, que le había ocurrido algo a su hijo.
– ¿Es el corazón?
– Un infarto, creo -contestó ella-. ¿Estás contento?
Fleur se inclinó para intentar entender lo que su padre estaba diciendo…
– ¡Por Dios bendito, cierra la puerta! ¿Qué quieres, cargarte el trabajo de un año?