Te escribo por simple cortesía para informarte de que le he pedido a mi abogado que solicite un análisis de sangre al Juzgado de Primera Instancia para determinar oficialmente qué yo soy el padre de Thomas Gilbert. Si decides litigar, a pesar de la evidencia, tendrás que hacerte cargo de las costas del juicio.
Una vez que se haya establecido la paternidad, te aseguro que solicitaré la custodia de mi hijo.
Matt
Durante un segundo, ese nombre la hizo olvidar todo lo demás.
¿Matt?
¿Matt estaba de vuelta en casa?
Hubo un segundo de esperanza antes de que la realidad la devolviera a la tierra.
El Juzgado de Primera Instancia. Un análisis de sangre. Custodia…
Fleur tuvo que quitarse el pañuelo del cuello a toda prisa, como si se ahogara. La frialdad de esa nota la había dejado helada.
¿Matt había escrito aquello? ¿Su Matt, el hombre con el que se había casado se dirigía a ella en ese tono?
Fleur miró la carta, que había tirado al suelo del coche, incapaz de creer tal crueldad.
Ni siquiera se había molestado en escribir la nota a mano. Estaba sentado delante de un ordenador cuando escribió esas horribles palabras. Con el impersonal clic de un ratón. Sólo su nombre estaba escrito a mano, con la letra que, una vez, ella había conocido tan bien como la suya propia.
Sólo una palabra, Matt.
No había palabras de amor como las que solía escribirle, ni dibujitos de flores. Ni besos.
Con el membrete de la empresa: Hanovers, todo para su jardín, en azul sobre el papel gris, como para reírse de ella.
Ni se había molestado en usar otro papel.
Y no había esperado el correo, la había llevado a su casa personalmente.
¿Había estado tan cerca y ella no había sentido su presencia? ¿No había sabido que Matt estaba a unos metros?
Fleur se tapó la boca con la mano, como para contener el dolor.
¿Se habría arriesgado a que lo viera su madre? ¿Sabría ella algo?
No, pensó, intentando contener el pánico.
Si Katherine Hanover hubiera sospechado que Tom era su nieto, no habría habido advertencia de ningún tipo; sencillamente habría recibido una carta de su abogado. Ya había recibido más que suficientes durante aquellos años.
Un tramo roto de la verja, la rama de un árbol metiéndose en la finca de los Hanover, la menor excusa para hacerles la vida imposible había hecho que recibieran una carta de su abogado.
No. Katherine no sabía nada sobre el niño.
Pero la fría referencia a un análisis de sangre, el Juzgado, las costas, eso era puro Hanover. Aquel hombre del que se había enamorado a primera vista, por el que había engañado a sus padres, con el que se había casado en secreto, al que había declarado amor eterno, le había escrito una fría nota con la misma compasión que sentiría por un insecto.
Y, de repente, Fleur sintió rabia, más que miedo, corriendo por sus venas.
¿Cómo se atrevía a aparecer en ese momento, después de tantos años, para exigir sus derechos? Él no tenía derechos. Ningún derecho moral, desde luego.
Aunque los derechos morales no le importaban un bledo a la justicia. Y sabía que su abogado obtendría una orden judicial si se negaba a que su hijo se hiciera un análisis de sangre.
Al menos, Matt no la había insultado dudando de su paternidad.
Pero ése era un pequeño consuelo. Cuando el análisis de sangre diera como resultado que él era el padre del niño, seguramente el juez dictaminaría en su contra por haber privado a un hombre de sus derechos de paternidad durante cinco años.
Pero no había sido así.
Fue Matt quien se marchó.
Ella no pudo marcharse. No pudo hacer la maleta, irse del país y empezar una nueva vida porque su madre estaba en la UCI, su padre sufriendo una crisis nerviosa… No hubo manera de esconder que estaba esperando un hijo. Tuvo que quedarse y sufrir el silencio que se hacía cada vez que entraba en una tienda del pueblo. Como si no supiera lo que habían estado diciendo a sus espaldas: que no era mejor que su madre.
Incluso las mujeres a las que pagaba todas las semanas, las empleadas que la conocían de toda la vida, murmuraban a sus espaldas que no decía el nombre del padre porque no lo sabía.
Pero lo sabía. Y ésa era la razón por la que permanecía en silencio.
Sólo había habido un hombre en su vida y había soñado y temido ese momento durante cinco largos años.
Había soñado con Matt entrando en su casa, tomándola a ella y a su hijo en brazos y suplicándole que lo perdonase.
Había temido tener que decirle la verdad a su padre. Confesarle las mentiras que le había contado para encontrarse con Matt a escondidas…
Igual que había hecho su madre.
Fleur abrió la puerta del Land Rover rápidamente para respirar aire fresco porque estaba ahogándose.
El claxon airado de un motorista que había tenido que hacer una maniobra para evitar la puerta obligó a Fleur a cerrarla de nuevo. Se quedó un momento inmóvil, mirando al vacío, intentando contener el miedo, el dolor. No tenía sentido pensar en sí misma.
Tom era lo único que importaba. Su mundo, hasta aquel momento, sólo la incluía a ella, a su padre, el colegio… Pero todo eso estaba a punto de cambiar y tenía que hacer que para el niño fuera lo más fácil posible.
No tenía tiempo para formular una estrategia. Tenía que reaccionar y lo primero era detener lo del análisis de sangre.
Fleur tomó la carta, sacó el móvil del bolso y, sin pensar lo que estaba haciendo, marcó el número que aparecía en el membrete. Sólo sonó dos veces antes de recibir respuesta:
– Matthew Hanover.
Fleur estuvo a punto de soltar el teléfono. Estaba preparada para oír la voz de una recepcionista, una secretaria, incluso la voz de Katherine Hanover. Aunque si hubiera sido Katherine habría colgado de inmediato.
Y descubrió que la voz de Matt, incluso después de tantos años, le llegaba al corazón.
Un segundo después, intentando calmarse, volvió a llevarse el teléfono a la oreja. Al otro lado del hilo no había preguntas, ni confusión, nada de: «¿Sí, quién es?». Matt debía de estar esperando que lo llamara y sabía que era ella.
Fleur intentó romper el silencio, pero… ¿cómo hacerlo? ¿Qué podía decir?: «¿Cómo estás, Matt? ¿Qué has hecho durante los últimos seis años? Te he echado tanto de menos…».
En sus sueños, nada de eso había sido necesario. Pero aquello no era un sueño, era una pesadilla.
– He recibido tu carta -dijo por fin-. No hay necesidad de hacer un análisis. No quiero que Tom tenga que pasar por eso.
– Yo no estoy interesado en lo que tú quieras, Fleur -replicó él-. Sólo quiero saber la verdad.
Directo al grano, como su madre.
– Tú sabes la verdad igual que yo.
– Es posible, pero quiero confirmarlo. Por lo que dicen en el pueblo, no sabes quién es el padre del niño.
– ¿Y tú crees eso de verdad?
– No.
– Tom es tan pequeño… no lo entendería. No quiero que se asuste.
– Pues deberías haberlo pensado antes. Has tenido cinco años. Ahora soy yo quien toma las decisiones.
– Mira, Matt, tenemos que hablar… Haré cualquier cosa, pero no quiero que Tom sufra.
Al otro lado del hilo hubo un silencio.
– ¿Cualquier cosa? Muy bien. Nos vemos esta noche en el viejo granero -dijo él entonces, como si fuera una cita para cerrar un negocio-. Entonces podremos discutir qué significa exactamente «cualquier cosa».
¿El viejo granero? Fleur se cubrió la boca con la mano para contener un gemido. ¿Había elegido el granero, su sitio especial, deliberadamente, para hacerle daño?
Pero, ¿dónde podían encontrarse si no? ¿En el pub? Los cotillas del pueblo lo pasarían en grande. La alternativa era buscar algún sitio a muchos kilómetros de allí, donde no los conociera nadie. Y si Matt había estado investigando, sabría que ella no tenía tiempo para eso.
– No puedo salir hasta después de las nueve.