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– Soy V. I. Warshawski. Y quiero hablar con el jefe de taller o con el director de la fábrica. Y a pesar de lo que dice el Bruno este, no estaba fisgoneando por aquí. Pero me he pasado cuarenta minutos en balde tratando de llegar por la carretera, y finalmente he tenido que acercarme a pie.

Nadie habló durante un minuto, y luego otro hombre, mayor que el primero que había hablado, preguntó:

– ¿Para quién trabaja usted?

– No soy una espía industrial, si es lo que se pregunta. Sólo tengo una muy vaga noción de lo que hacen aquí. Soy detective -esto último suscitó un brusco arranque en dos hombres del grupo. Alcé una mano-… Soy detective privado, y me han contratado para buscar a un hombre de cierta edad que trabajó aquí.

El más viejo de los hombres me observó detalladamente durante un minuto.

– Creo que es mejor que hable con ella en mi despacho, Hank -le dijo al de pelo castaño-. Vuelve al camión, Simon. Me aseguraré de que después salga del recinto.

Giró la cabeza en dirección a la otra punta del vestíbulo y me espetó:

– Venga.

Se alejó a buen paso. Le seguí más lentamente, deteniéndome para quitarme el manojo de hierba del zapato. Cuando me enderecé había desaparecido. A los dos tercios del recorrido por el vestíbulo encontré una puerta que conducía a un corto pasillo. Mi guía se había parado justo al otro lado, con las manos en las caderas y una penetrante mirada en sus ojos oscuros. Cuando llegué a su altura giró sin una palabra y entró en el agujero utilitario que le servía de despacho.

– Bueno, ahora dígame: ¿quién demonios es usted y qué anda fisgoneando en nuestra fábrica? -preguntó tan pronto como nos sentamos.

Eché un vistazo a su mesa, pero no vi ninguna placa con su nombre.

– ¿Tiene usted un nombre? -pregunté-. ¿Y un cargo en la empresa?

– Le he hecho una pregunta, jovencita.

– Ya se lo he dicho ahí fuera. No tengo nada que añadir. Pero si quiere discutirlo, me sería muy útil saber su nombre -me recliné en la silla y me até el zapato derecho.

Me fulminó con la mirada. Me quité el zapato izquierdo y sacudí el polvo que llevaba dentro contra el suelo.

– Me llamo Chamfers. Y soy el director de la fábrica -disparaba cada palabra como con una cerbatana.

– ¿Cómo está usted? -saqué mi billetero del bolso, extraje la copia plastificada de mi licencia de detective y se la enseñé.

La examinó detalladamente y la lanzó con desdén sobre la mesa.

– No creo que quiera decirme quién la ha contratado, pero tengo mis propios detectives. Puedo investigarla a usted rápidamente.

Puse cara de disgusto.

– Y cuando se haya gastado unos dos mil pavos en hacerlo, estará en las mismas que ahora. Sé que parece extraño que yo ande merodeando por sus locales, pero hay una explicación muy simple. Ese hombre suyo, Simon, ha sido la primera persona que he visto. Cuando intenté hablar con él se puso bastante violento, por eso salí corriendo para ponerme a salvo y fue cuando les encontré a ustedes.

Frunció el ceño durante un minuto.

– ¿Y qué historia tiene sobre lo que quiere de mí?

– Mi historia, como usted dice, también es muy simple. Estoy buscando a un hombre mayor que trabajó aquí.

– ¿Lo despedimos?

– No. Se fue de la forma más tradicionaclass="underline" se jubiló.

– Entonces no tiene ninguna razón para estar aquí -no me creía. Su tono y el gesto de su labio superior lo dejaban bien claro.

– Eso parece. Pero la última vez que mi cliente lo vio, el lunes, el tipo que ha desaparecido dijo que iba a venir aquí a ver a los jefes: ésas fueron sus palabras. Tenía algo en la cabeza respecto a Diamond Head. Así que, ya que nadie que lo conozca lo ha visto desde el lunes, esperaba que lo hubiera hecho, efectivamente. Me refiero a venir aquí.

– ¿Y cuál es el nombre de ese empleado? -exhibió una sonrisita para mostrarme que apreciaba nuestro juego.

Sonreí a mi vez, tan levemente como él, pero más despectiva.

– Mitch Kruger. ¿Ha estado por aquí?

– Si ha estado, no habrá visto a nadie más que a mi ayudante.

– Entonces me gustaría hablar con él.

– Eso ha sido muy tosco -dijo desdeñosamente-, intentar hacerme creer que no ha hecho sus deberes sobre nuestras actividades y que no sabe que mi ayudante es una mujer. Le preguntaré a Angela el lunes cuando llegue. Y la llamaremos.

– Chamfers, le contaré un pequeño secreto. Si de verdad estuviera haciendo espionaje industrial, ni siquiera se enteraría de que había estado aquí. Les hubiera estado vigilando y conocería sus idas y venidas, y hubiera hecho mi jugada cuando no estuviesen aquí, durante el fin de semana. Así que cálmese. Ahórrese el esfuerzo mental y el gasto. Lo único que quiero saber es cuándo fue la última vez que alguien de Diamond Head vio a mi pequeño Mitch. Cuando sepa eso, me despediré para siempre.

Recogí mi licencia de la mesa y le tendí una de mis tarjetas.

– Le será más fácil llamarme si tiene mi número, Chamfers. Yo cogeré el suyo.

Me incliné sobre la mesa y copié el número que constaba en su teléfono de teclas antes de que pudiera detenerme.

– ¿Quiere darme un salvoconducto para pasar por delante de Simon?

Exhibió una sonrisa triunfante.

– No vamos a pasar por la fábrica, así que no abrigue esperanzas, jovencita. Vamos a dar un rodeo. Y me aseguraré de que nuestros encargados de seguridad estén alerta este fin de semana.

Volvimos al vestíbulo y salimos por una puerta que daba al canal. En silencio recorrimos un sendero lateral, dejamos atrás el vibrante camión donde Simon montaba guardia, y alcanzamos la entrada principal. Una agrietada carretera se alejaba desde allí.

– No sé dónde ha ocultado su coche, pero más vale que no esté en nuestro terreno. No puedo prometerle que sea capaz de controlar a Simon si la ve merodeando por aquí otra vez.

– Me aseguraré de traer conmigo una bolsa de carne cruda la próxima vez, por si acaso.

– No habrá una próxima vez. Métase bien eso en su sesera, jovencita.

No me pareció que valiera la pena exacerbar el conflicto. Le envié un beso y me alejé por la carretera. Con los brazos en jarras, me siguió con una mirada furiosa hasta que desaparecí de su vista.

Una vida de perros

Eran más de las seis cuando por fin regresé al Trans Am. Después de recorrer el destartalado camino de acceso desde Diamond Head hasta las calles laterales de Bridgeport, me figuré cuál era el camino. Mi error había sido intentar llegar a la fábrica desde la calle Treinta y uno: había que bajar hasta la Treinta y tres y recorrer unos cuantos meandros.

Me reí un poco para mis adentros recordando mi encuentro con Chamfers. Con todas las investigaciones industriales que había llevado a cabo durante años, resultaba gracioso -y también embarazoso- que mi entrada hubiese sido tan torpe que me tomaran por una espía. Tenía que haber esperado simplemente al lunes por la mañana para hablar con la secretaria de Chamfers de forma aceptable. Ahora tendría que hacerlo de todos modos, pero iba a tener que superar el gran obstáculo de las sospechas.

Me preguntaba si Chamfers mandaría realmente a sus detectives que me investigaran, o si había sido una bravata para disuadirme de mi presunto espionaje. Durante el largo trayecto por la avenida Kennedy me entretuve imaginando los pasos que daría si tuviese que investigarme a mí misma. Me sería difícil probar que no estaba espiando: una vez que hubiesen comprobado algunas de mis referencias en la corporación, se darían cuenta de que formaba parte de mis prácticas habituales. Tendrían que empezar a seguirme los pasos; eso les costaría mucho tiempo y dinero. La idea de Chamfers intentando justificarlo ante sus jefes en la empresa, quienesquiera que fuesen, no me afligía en absoluto.