No habló ni se movió. Mi estómago dio un vuelco. Me alegré de haberle metido sólo medio plato de tofu. Eso reducía la posibilidad de una humillación total. Oí un estallido de cristales a mi derecha. Me volví involuntariamente y sentí el cañón de la pistola en mi cuello.
Uno de los colegas de Hulk había roto el cristal del lado del pasajero y estaba quitando tranquilamente el seguro de la puerta. También él llevaba una pipa. Después de hundírmela en el costado, el Hulk subió al asiento de atrás. Estúpidamente, lo único que se me ocurrió fue lo cabreado que se iba a poner Luke cuando viera la ventanilla rota del coche que quería vender.
– Arranca -gruñó el Hulk.
– Sus deseos son órdenes. ¿Hacia dónde, oh mi rey? -pese a tener la boca seca y el estómago revuelto, la voz no me tembló. Todos esos años ejercitando el control de la respiración, pese a las críticas de mi madre, servían en caso de crisis.
– Hasta la esquina y luego a la izquierda -dijo el Hulk.
Giré a la izquierda por Albany.
– ¿Volvemos a casa de Eddie Mohr?
– ¡Tú a callar! -un trozo de metal se pegó a mi nuca-. Ahí, en la esquina.
– A Diamond Head, entonces.
– He dicho que a callar. A la izquierda por Archer.
Nos dirigíamos a la fábrica. La lluvia empezaba a colarse por la ventanilla rota, empapando al hombre a mi lado, y también el salpicadero. Otra cosa más que iba a cabrear a Luke.
Si lo que pensaban era llevarme a la fábrica para poder matarme sin testigos, no me parecía que tuviera ninguna oportunidad. Ojalá hubiese visto a Lotty antes de ir allí. Ojalá no hubiese pasado las dos últimas semanas atemorizada por mi culpa. Y ojalá no tuviera que pasar mis últimos momentos llena de terror.
Todavía tenía mi pistola. Pero no se me ocurría cómo alcanzarla sin que uno de mis custodios disparara primero. Cuando nos detuvimos en la zona asfaltada frente a la fábrica, Hulk saltó de su asiento y abrió mi puerta. Su compinche me ordenó que apagara el motor. Lo hice, pero dejé la llave en el contacto. El Hulk me agarró el brazo izquierdo, sacándome del coche de un tirón, mientras su colega seguía apuntándome. Oí el ronroneo de motores de camión procedente del costado del edificio.
Me enrosqué bajo el brazo de Hulk, para que su cuerpo me escudara de su socio, y le asesté una fuerte patada en la espinilla. Las malditas Tigers eran demasiado blandas.
Hulk gruñó, pero no me soltó.
– No te lo pongas más difícil de lo que ya lo tienes, nena.
Me metió en el edificio manteniéndome pegada a él, con su socio apuntándonos. Recorrimos el largo pasillo, pasando delante de la sala de montaje donde las mujeres se habían mostrado tan compadecidas con mi tío. Pasamos la intersección en forma de T que conducía a los muelles de carga. Seguimos hasta el pequeño tramo de corredor al que daban las oficinas. Hulk llamó a la puerta de Chamfers. Una voz nos dijo que entráramos.
Milt Chamfers estaba sentado en una silla frente a su mesa. Jason Felitti le hacía frente. Tras la mesa estaba el hermano mayor, Peter.
– Gracias, Simon -dijo Chamfers-. Puedes esperarnos fuera.
Simon. ¿Por qué no podía acordarme nunca de su nombre?
– Tenía un arma la otra vez que estuvo aquí -dijo el Hulk.
– ¡Ah!… un arma. ¿La habéis registrado? -ése era Peter Felitti.
Simon no tardó nada en encontrar la Smith & Wesson. Su mano se detuvo más de lo necesario sobre mi pecho izquierdo. Le eché una mirada glacial, esperando tener en el futuro la oportunidad de responder más apropiadamente.
– Buenas tardes, señorita Warshawski. Recuperó su apellido de soltera después de su divorcio, ¿verdad? -preguntó Peter Felitti cuando Simon hubo cerrado la puerta tras él.
– No -me masajeé la parte del hombro que Hulk me había desencajado.
– ¿No, qué? -inquirió Chamfers.
– No recuperé mi propio apellido: nunca lo abandoné. Gracias a Dios, entre todas las estupideces que hice cuando era joven y estaba enamorada, nunca permití que me llamaran señora de Yarborough. Y hablando de él, ¿dónde está el distinguido asesor?
Jason y Peter intercambiaron miradas furiosas.
– Yo quería traerlo -empezó a decir Jason, pero Peter le interrumpió.
– Ya te lo dije, cuanto menos sepa, mejor.
– Quieres decir si esto llega a los tribunales -prosiguió Jason-. Pero no paras de decirme que las cosas no irán tan lejos.
– Así que, ¿hasta dónde está Dick enterado de sus maquinaciones? -probablemente era lo que menos debía preocuparme en ese momento, pero sí me parecía importante saber si Dick estaba implicado en los intentos de homicidio sobre mi persona.
– Creíamos que lo escucharías -dijo Peter-. Por la forma en que te colgabas de su brazo en aquel concierto, pensé que aún estabas colada por él. Él dijo que hacía millones de años que no le hacías ningún caso. Lástima que tuviera razón.
– ¿Colada por él? -repetí-. Eso ya no se dice. Además, ¿qué es lo que se suponía que tenía que escuchar?
– Que no metieras tus jodidas narices a fisgonear en Diamond Head -Peter dio un manotazo sobre la mesa. Su delgado tablero metálico se combó con el golpe; se frotó la mano-. Todo funcionaba perfectamente bien hasta que…
– Hasta que llegué yo y descubrí lo de la venta de bonos y la estafa a las ancianas y el robo de material de Paragon. Por no mencionar el trapicheo con el fondo de pensiones.
– Eso fue perfectamente legal -intervino Jason-. Me lo dijo Dick.
– ¿Y robar el cobre de Paragon? ¿A eso también le dio el visto bueno?
– Todo hubiera salido bien si a Jason no se le hubiera ocurrido ganarse una pasta fácil bajo cuerda.
– Fue idea de Milt -gimoteó Jason-. Quería su parte del pastel en lugar de una prima de producción.
Chamfers se agitó en su silla, irritado, y empezó a protestar, pero se calló ante un gesto de Peter.
– Siempre has sido un jodido maleante de pacotilla, Jason. Te cabreaste y protestaste porque papá no te dejó a ti la compañía, pero él sabía que eras demasiado estúpido para dirigirla. Y luego seguiste cabreado durante cuarenta años mientras vivías del cuento arrimándote a los políticos de postín, así que te ayudé a hacerte con tu propia compañía. Y ahora lo has jodido todo.
– ¿Y quién tiene la culpa? -la cara redonda de Jason parecía verde bajo la tenue luz-. Tú tuviste que utilizar a tu valioso yerno para hacer el trabajo legal. Yo podía haber…
– Podías haberte jodido hasta el hueso si se lo hubiera pasado a tus compinches del condado de Du Page. Voy a quitarte a la Warshawski de en medio, pero ya sabes con qué condición. Dejas de mangar material de Paragon.
Al oír sus palabras mis piernas flaquearon. Me agarré al pomo de la puerta para sostenerme. Tenía un pequeño seguro. Lo pulsé hacia adentro. Eso no detendría mucho tiempo a Simon, pero cualquier fracción de segundo podría ser útil.
– ¿Quitarme de en medio? -repetí las palabras de amenaza, tratando de desactivarlas-. Vamos, chicos. Ben Loring, de Paragon, lo sabe todo. Los polis de la ciudad saben que Chamfers mandó a Hulk que tirara a Mitch Kruger al canal. ¿Mató también a Eddie Mohr, Milt? ¿O lo hizo usted mismo?
– Ya te dije que sabía demasiado -dijo Jason-. Teníais que haber hecho algo antes.
– Oh, Jason, por el amor de Dios. Te estoy diciendo que ésta es la última vez que me envuelves en tus problemas.
– Entérate bien, grandullón -dije vivamente-. Éste probablemente te llevará todo el resto de tu vida para resolverlo.
– Ya veo por qué Yarborough se deshizo de ti en cuanto pudo -dijo Peter-. Si hubieras sido mía, te habría metido por las malas algo de sentido común.