– Sí, señora. Lo tendré.
Al llegar a casa le dije al señor Contreras que estaba bastante segura de que se quedaría con dos de los perros, pero que más valía que se apresurara a encontrarles hogares a los otros seis. Antes de que pudiese intentar convencerme de quedarnos con uno, cambié de tema y le conté mi plan respecto a Vinnie. En cuanto entendió los detalles, el viejo se mostró entusiasta.
Esa noche acechó a Vinnie hasta que volvió del trabajo, y luego hizo sonar el timbre dos veces para advertirme de que estaba listo.
Bajé de dos en dos los escalones. La cara redonda y morena de Vinnie se tiñó de disgusto cuando me vio. Intentó colarse rápidamente frente a mí, pero le cogí del brazo y le retuve.
– Vinnie, el señor Contreras y yo tenemos un trato que ofrecerte. A ti y a Todd y Chrissie. Así que ¿por qué no bajamos a hablar e intentamos dejar a un lado toda esa agresividad?
No quería, pero murmuré unas palabras sobre la policía y los federales, y la investigación que estaba en marcha sobre el papel que había jugado el Metropolitan en deshacerse de la bazofia sobrante de Diamond Head.
Frunció el ceño, exasperado.
– Podría denunciarte por difamación. Pero más vale que bajemos a ver a los Pichea. Él es mi abogado y puede cantarte las cuarenta.
– Espléndido.
Todd y Chrissie aún se alegraron menos que Vinnie de verme, si es que eso era posible. Les dejé chillar unos minutos, pero el señor Contreras no aprobaba algunas cosas del lenguaje de Todd y se lo dijo. Todd se quedó boquiabierto: quizá nadie le había echado una bronca tan fuerte antes.
Me aproveché del momentáneo silencio.
– Tengo un trato para vosotros tres, los grandes especuladores. Llamémosle trato de descargo. Todd, quiero que tú y Chrissie renunciéis a vuestra tutela sobre la señora Frizell. Ella está ya totalmente alerta, su cadera empieza a cicatrizar, y podrá volver a su casa y valerse por sí sola, con sólo una pequeña ayuda, de aquí a un mes. No os necesita. Y no creo que vosotros le hagáis ningún bien. Si renunciáis a vuestra tutela, y si le volvéis a comprar los bonos de Diamond Head, por su valor nominal, os prometo que no diré una palabra al fiscal general sobre vuestro papel en la puesta en circulación de esos bonos en el vecindario. Por supuesto, si volvéis a intentar deshaceros de ellos, no habrá trato.
Todos empezaron a hablar de nuevo a coro, entre otras cosas, de que yo me metiera en mis asuntos, y además, ellos no habían hecho nada ilegal.
– Puede. Puede. Pero habéis estado bailando en la cuerda floja, prometiéndole a la gente que esa bazofia era una inversión tan buena como los certificados federales garantizados. Podrían inhabilitarte, Todd, por tomar parte en algo así. Puede que en el Metropolitan te quieran ascender por tus esfuerzos, Vinnie, pero probablemente te darían la patada si se disparara la publicidad.
El problema estaba en que ninguno de ellos quería admitir que había hecho algo incorrecto. Se habían convencido entre ellos de que cualquier cosa que diera los resultados deseados era legal por definición. Tuve que insistir machaconamente sobre la misma tecla para conseguir su atención: tenía las suficientes conexiones con la prensa de Chicago como para divulgar esa historia a bombo y platillo. Y cuando eso ocurriera, para sus jefes no serían más que víctimas propiciatorias.
– ¿Os acordáis de Oliver North? Quizá pensáis que fue un héroe, pero sus jefes no tuvieron ningún reparo en echárselo a los lobos cuando la opinión pública los señaló a ellos. Y vosotros, tíos, no tenéis uniformes de la Armada para pavonearos con ellos. Os veréis en la calle buscando los mismos trabajos que buscan otros cincuenta mil jóvenes, y los pagos de las hipotecas se presentan puntualmente el cinco de cada mes.
AI final aceptaron mis condiciones, pero insistiendo tozudamente en que nunca habían traspasado los límites de lo correcto, y menos aún de la ley. Nos encontraríamos los cinco -el señor Contreras no quería ser excluido- en el banco de Lake View el lunes por la tarde a las cuatro. Todd y Chrissie presentarían una orden del juez de testamentarías que certificara la cancelación de su acuerdo de tutela. Y llevarían un talón bancario por treinta mil dólares, para comprar de nuevo los bonos de Diamond Head.
A cambio, prometí no mencionar su papel en el timo de los bonos cuando los investigadores federales empezaran a preguntar sobre el Metropolitan. El señor Contreras y yo volvimos a casa exhaustos. Nos bebimos una botella de Veuve Cliquot para celebrarlo.
A la mañana siguiente me pregunté si nuestro júbilo no había sido prematuro. El timbre sonó a las nueve, precisamente cuando estaba intentando comprobar los ejercicios que podía soportar mi estómago. La voz chillona del portero automático se anunció como Dick Yarborough.
Subió junto con Teri, lista para posar para una foto con un traje marinero de Eli Wacs, y su lisa piel de melocotón perfectamente maquillada. Dick llevaba el uniforme de fin de semana del ejecutivo suburbano, una camisa polo, pantalones anchos de algodón y una chaqueta sport.
– Vic, ¿no te importa que te llame así, verdad?, me siento como si te conociera -Teri alargó una mano en un gesto de intimidad mientras Dick se quedaba en segundo plano.
– Sí, yo también me siento como si te conociera -ignoré su mano-. ¿Queréis algo especial vosotros dos? ¿O represento una parada en vuestra gira benéfica entre los pobres?
Dick torció el gesto, pero Teri exhibió una falsa sonrisa santurrona. Se desplomó en el taburete del piano y me miró con los ojos muy abiertos.
– Esta visita es verdaderamente difícil para mí. Enfrentémonos a ello: tú y Dick habéis estado casados, y sé que aún debe haber ciertos sentimientos entre vosotros.
– Pero me pondría una armadura de plomo antes de acercarme lo suficiente como para examinarlos -repuse.
– Dicen que el odio es la otra cara del amor -anunció con el tono de quien explica la ley de la gravedad a unos estudiantes de primer grado-. Pero sé, Dick me lo ha dicho, que has perdido a tu padre, por eso creo que podrás entender lo que siento.
– ¿Ha muerto Peter? -estaba estupefacta-. No ha salido en el periódico de la mañana.
Dick hizo un gesto de impaciencia.
– No. Peter no ha muerto. A Teri le está costando ir al grano. Ella y Peter tienen una relación muy estrecha y teme perderlo si lo encierran con una larga condena por no poder persuadirte de que renuncies a tus acusaciones.
Sentí que apretaba los labios de rabia.
– Qué estupendo que se lleven tan bien. Sobre todo porque Peter va a necesitar cantidad de apoyo en los próximos meses, quizá incluso en los próximos veinte años. Y saber que su hija está de su parte, que cree al cien por cien en él, no podrá sino ayudarlo.
Brillaron unas lágrimas en la punta de las lustrosas pestañas de Teri. El rímel resistente al agua evitó que corrieran unos chorretones negros bajo sus ojos.
– Dick dice que tienes un extraño sentido del humor, pero no puedo creer que eso te parezca divertido.
– Nada de lo ocurrido durante las últimas tres semanas me parece divertido. Dos ancianos han muerto porque tu papaíto y tu tío no querían que husmearan en una reconversión del fondo de pensiones que organizó tu marido. Como mínimo una anciana casi se queda sin hogar por culpa de un mañoso plan de inversión que tu tío organizó para arrebatarle sus ahorros de toda una vida. Y yo misma no me siento muy feliz, después de que me dispararan y estuviera a punto de morir aplastada.
Me pasé el dedo por las costuras del estómago a través de mi camiseta de algodón. Los cortes estaban cubiertos con vendas, pero seguía creyendo que supuraban cada vez que giraba el torso.
– Pero papá me ha explicado todo eso. Nada fue obra suya. Hubo un malentendido entre la gente de la fábrica Diamond Head y él y el tío Jason. Nunca debieron hacer lo que hicieron. Todo el mundo reconoce que fue un error. Papá lo probará ante el tribunal; Dick se encargará de eso. Pero nos facilitaría mucho las cosas si no tuviéramos que hacerlo, si reconocieras que todo fue una gran equivocación. Me disgustaría mucho que Dick tuviera que atacarte públicamente. Y sabes, en un caso como éste, contratarán detectives para que hurguen en todos tus secretos, hablarán de tu vida amorosa, tus infracciones a la ley, todas esas cosas.