Mortati y los cardenales observaban las imágenes con gran desconcierto. Aunque la conversación estaba iniciada, Langdon no se molestó en rebobinar. Lo que quería que oyeran los cardenales todavía estaba por llegar...
—¿Leonardo Vetra llevaba un diario? —se oyó decir al camarlengo—. Supongo que eso es una buena noticia para el CERN. Si en el diario está recogido el proceso para la creación de la antimateria...
—No lo está —dijo Kohler—. Le aliviará saber que el procedimiento murió con Leonardo. Sin embargo, el diario sí habla de otra cosa. De usted.
El camarlengo parecía preocupado.
—No lo entiendo.
—En él se describe una reunión que Leonardo tuvo el mes pasado. Con usted.
El camarlengo vaciló, luego se volvió hacia la puerta.
—Rocher no debería haberle permitido pasar sin consultármelo antes. ¿Cómo ha conseguido llegar hasta aquí?
—Rocher sabe la verdad. Antes he llamado y le he contado lo que usted ha hecho.
—¿Lo que yo he hecho? Ignoro qué le habrá dicho al capitán, pero es un guardia suizo y, por lo tanto, demasiado leal a la Iglesia como para creer a un amargado científico antes que a su camarlengo.
—En realidad, es demasiado leal para no creerme. Es tan leal que, a pesar de las pruebas de que uno de sus guardias había traicionado a la Iglesia, se ha negado a aceptarlo y se ha pasado todo el día buscando otra explicación.
—Y usted le ha dado una.
—La verdad, por espantosa que fuera.
—Si Rocher le hubiera creído, me habría arrestado.
—No. No se lo he permitido. Le he ofrecido mi silencio a cambio de este encuentro.
El camarlengo dejó escapar una inquietante carcajada.
—¿Piensa chantajear a la Iglesia con una historia que nadie creerá?
—No tengo ninguna intención de chantajear a nadie. Simplemente quiero escuchar la verdad de sus labios. Leonardo Vetra era amigo mío.
El camarlengo no dijo nada. Se limitó a mirar fijamente al director.
—A ver qué le parece esto —le espetó Kohler—. Hará cosa de un mes, Vetra se puso en contacto con usted para solicitar una audiencia urgente con el papa, audiencia que usted concedió porque el papa era admirador del trabajo de Leonardo y porque éste le dijo que se trataba de una emergencia.
El camarlengo se volvió hacia la chimenea sin decir nada.
—Leonardo vino en secreto al Vaticano. Al hacerlo estaba traicionando la confianza de su hija, un hecho que lo apenaba profundamente, pero sentía que no tenía elección. Su investigación lo había conducido a una encrucijada y sentía la necesidad de guía espiritual de la Iglesia. En una reunión privada, les contó a usted y al papa que había hecho un descubrimiento científico con unas profundas implicaciones religiosas. Había demostrado que el Génesis era físicamente posible, y que intensas fuentes de energía, que Vetra llamó «Dios», se duplicaban en el momento de la Creación.
Silencio.
—El papa se quedó atónito —prosiguió Kohler—. Quería que Leonardo lo hiciera público. Su santidad pensaba que ese descubrimiento podía suponer un acercamiento entre la ciencia y la religión, uno de sus sueños. Luego Leonardo les explicó el aspecto negativo, la razón por la que requería el consejo de la Iglesia. Al parecer, su experimento de la Creación, tal y como la Biblia predecía, lo generaba todo a pares. Opuestos. Luz y oscuridad. Vetra descubrió que, al crear la materia, también creaba antimateria. ¿Quiere que siga?
El camarlengo permanecía en silencio. Se inclinó y atizó el fuego.
—Tras la visita de Vetra —dijo Kohler—, usted fue al CERN para ver su trabajo. El diario de Leonardo indica que visitó personalmente su laboratorio.
El camarlengo levantó la mirada.
Kohler prosiguió:
—El papa no podía viajar sin atraer la atención de los medios, de modo que lo envió a usted. Leonardo le mostró su laboratorio y le hizo una demostración de la explosión de antimateria. El big bang. El poder de la Creación. También le enseñó una gran muestra que guardaba escondida como prueba de que ese nuevo proceso podía producir antimateria a gran escala. Usted se quedó asombrado. Regresó al Vaticano e informó al papa de lo que había visto.
El camarlengo suspiró.
—¿Y eso es lo que le preocupa? ¿Que respetara la confidencialidad de Leonardo y fingiera esta noche ante todo el mundo que no sabía nada de la antimateria?
—¡No! ¡Lo que me preocupa es que Leonardo Vetra prácticamente demostró la existencia de Dios, y sin embargo usted ha hecho que lo asesinen!
El camarlengo se volvió hacia él con expresión imperturbable.
El único ruido que se oía era el crepitar del fuego.
De repente, la cámara sufrió una sacudida y el brazo de Kohler apareció en pantalla. El científico se había inclinado hacia delante y parecía que intentaba coger algo sujeto bajo la silla de ruedas. Cuando volvió a reclinarse, pudo verse que sostenía una pistola. El ángulo de la cámara era escalofriante. Se veía el brazo extendido y la pistola que apuntaba... directamente al camarlengo.
—Confiese sus pecados, padre. Ahora —dijo Kohler.
El camarlengo parecía inquieto.
—Nunca saldrá de aquí con vida.
—Bienvenida sea mi muerte. Me aliviará de la desdicha a la que su fe me condenó cuando era pequeño. —Kohler sostenía ahora la pistola con ambas manos—. Le doy la posibilidad de elegir. Confiese sus pecados... o morirá ahora mismo.
El camarlengo echó un vistazo a la puerta.
—Rocher está fuera —lo desafió Kohler—. También él está preparado para matarlo.
—Rocher ha jurado proteger...
—Él es quien me ha dejado entrar aquí... armado. Está harto de sus mentiras. Tiene una única opción. Confiese. Quiero escucharlo de sus labios.
Ventresca vaciló.
Kohler amartilló la pistola.
—¿Acaso piensa que no voy a hacerlo?
—No importa lo que le diga —dijo el camarlengo—. Un hombre como usted nunca lo comprendería.
—Hagamos la prueba.
El sacerdote se quedó un momento callado. Su dominante silueta quedaba recortada por la tenue luz de la chimenea. Cuando finalmente habló, sus palabras resonaron con una dignidad más propia del glorioso relato de un acto altruista que de esa confesión.
—Desde el principio de los tiempos —dijo—, esta Iglesia ha luchado contra los enemigos de Dios. A veces con palabras. Otras con espadas. Y siempre ha sobrevivido. —El camarlengo irradiaba convicción. Prosiguió—: Pero los demonios del pasado eran demonios de fuego y abominación, enemigos contra los que podíamos luchar, que inspiraban miedo. Satanás, sin embargo, es astuto. Con el paso del tiempo cambió su diabólica apariencia por un nuevo rostro... El de la razón pura. Transparente e insidioso pero, al mismo tiempo, sin alma. —De repente, su voz adquirió un tono rabioso, una transición casi maníaca—. ¡Dígame, señor Kohler! ¿Cómo puede la Iglesia condenar aquello que nuestras mentes consideran lógico? ¿Cómo podemos desprestigiar lo que ahora forma parte de los cimientos de nuestra sociedad? Cada vez que la Iglesia alza la voz para condenar algo, ustedes nos llaman ignorantes. Paranoicos. Controladores. Y así su maldad no deja de crecer, oculta tras un velo de arrogante intelectualismo. Se propaga como un cáncer. Santificado por los milagros de su propia tecnología. ¡Deificándose a sí misma! Hasta que ya únicamente creemos en su bondad absoluta. ¡La ciencia está aquí para salvarnos de las enfermedades, las hambrunas y el dolor! ¡Contemplad la ciencia, el nuevo dios de infinitos milagros, omnipotente y benevolente! Ignorad las armas y el caos. Olvidad la fracturada soledad y los interminables peligros. ¡La ciencia está aquí! —El camarlengo se acercó a la pistola—. Pero yo he visto cómo acechaba el rostro de Satanás... He visto el peligro...