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—Sí. —Ella señaló los contenedores—. Y ahí está la prueba. Esos recipientes albergan muestras de la materia que creó.

Kohler tosió y se dirigió hacia los contenedores. Con la cautela de un animal, empezó a dar vueltas alrededor de algo de lo que instintivamente no se fiaba.

—Está claro que me he perdido algo —dijo—. ¿Esperas que alguien crea que en estos contenedores hay partículas de materia creada por tu padre? Podrían proceder de cualquier sitio.

—En realidad, no —repuso Vittoria con seguridad—. Esas partículas son únicas. Son de un tipo de materia que no existe en la Tierra, así que... sólo pueden haber sido creadas.

La expresión del director se ensombreció.

—¿Un cierto tipo de materia? Sólo hay un tipo de materia, Vittoria, y... —Se interrumpió de pronto.

Ella lo observaba con aire triunfal.

—Usted mismo le ha dedicado conferencias, director. El universo contiene dos tipos de materia; constituye un hecho científico. —Vittoria se volvió hacia Langdon—. ¿Qué dice la Biblia sobre la creación, señor Langdon? ¿Qué creó Dios?

El profesor se sintió incómodo, no entendía qué tenía que ver eso.

—Pues... Dios creó... la luz y la oscuridad, el cielo y el infierno...

—Exacto —convino ella—. Creó opuestos. Simetría. Perfecto equilibrio. —Se volvió nuevamente hacia Kohler—. Director, la ciencia sostiene lo mismo que la religión, que el big bang creó todo cuanto nos rodea junto a su opuesto.

—Incluida la materia misma —susurró Kohler como si hablara para sí.

Vittoria asintió.

—Y, efectivamente, cuando mi padre llevó a cabo su experimento, surgieron dos tipos de materia.

Langdon se preguntaba qué quería decir eso. «¿Leonardo Vetra creó el opuesto de la materia?»

Kohler parecía enojado.

—La sustancia a la que te refieres sólo existe en otros lugares del universo. Sin duda no en la Tierra. ¡Y posiblemente ni siquiera en nuestra galaxia!

—Exacto —respondió ella—, lo que demuestra que las partículas que hay en estos contenedores han sido creadas artificialmente.

La expresión del director se endureció.

—Vittoria, ¿no pretenderás decir que en estos contenedores hay muestras auténticas?

—Así es. —La joven miró los contenedores con orgullo—. Director, está usted viendo las primeras muestras de antimateria del mundo.

CAPÍTULO 20

«Segunda fase», pensó el hassassin mientras avanzaba por el oscuro túnel.

La antorcha que llevaba en la mano resultaba innecesaria, era consciente de ello. La llevaba tan sólo por el efecto que producía. El efecto lo era todo. El miedo, lo sabía, era su aliado. «El miedo incapacita con mayor rapidez que ningún instrumento de guerra.»

En el pasadizo no había ningún espejo en el que poder admirar su disfraz, pero a juzgar por la sombra que proyectaba la sotana, parecía perfecto. Infiltrarse formaba parte del plan, de su perversidad. Ni en sus sueños más salvajes podría haber imaginado que interpretaría ese papel.

Dos semanas atrás, la tarea que lo aguardaba al otro extremo del túnel le habría parecido imposible. Una misión suicida. Entrar desnudo en la guarida del león. Pero Janus había modificado su definición de imposible.

Janus había compartido muchos secretos con el hassassin en las últimas dos semanas, entre ellos, la existencia de ese mismo túnel. Antiguo, pero todavía transitable.

A medida que se iba aproximando a su enemigo, el hassassin se preguntó si lo que lo esperaba dentro sería tan sencillo como Janus había prometido. Le había asegurado que un infiltrado llevaría a cabo los preparativos necesarios. «Un infiltrado. Increíble.» Cuanto más pensaba en ello, más le parecía todo un juego de niños.

«Wahad..., tintain..., thalatha..., arbaa —dijo para sí en árabe cuando llegó al final del túnel—. Uno..., dos..., tres..., cuatro...»

CAPÍTULO 21

—Supongo que habrá oído hablar de la antimateria, ¿verdad, señor Langdon? —Vittoria lo estaba examinando. Su oscura piel contrastaba con la blancura del laboratorio.

Él levantó la mirada. De repente se sintió algo estúpido.

—Sí. Bueno..., más o menos.

Una leve sonrisa se formó en los labios de la chica.

—¿Es usted seguidor de «Star Trek»?

Langdon se sonrojó.

—Bueno, a mis alumnos les gusta... —Frunció el entrecejo—. ¿No es la antimateria el combustible de la nave Enterprise?

Ella asintió.

—La buena ciencia ficción busca su inspiración en la buena ciencia.

—Entonces, ¿la antimateria existe realmente?

—Es un hecho de la naturaleza. Todo tiene un opuesto. Los protones tienen electrones. Los quarks arriba tienen quarks abajo. La simetría cósmica se da incluso a nivel subatómico. La antimateria es el yin de la materia yang, es lo que equilibra la ecuación física.

Langdon pensó en la creencia de Galileo en la dualidad.

—Desde 1918 —dijo Vittoria—, los científicos saben que en el big bang se crearon dos tipos de materia. Una es la que vemos aquí en la Tierra, la que forma las rocas, los árboles, la gente. La otra es su reverso; idéntica a la materia en todos los aspectos, salvo que la carga de sus partículas es inversa.

Kohler habló como si emergiera de la niebla. Ahora su tono de voz era vacilante.

—Pero los impedimentos tecnológicos para poder siquiera almacenar antimateria son enormes. ¿Qué hay de la neutralización?

—Mi padre construyó una bomba de vacío de polaridad inversa para absorber los positrones de antimateria creados por el acelerador antes de que se desintegraran.

El director frunció el entrecejo.

—Pero una bomba de vacío también absorbería la materia. No hay modo de separar las partículas.

—Aplicó un campo magnético. La materia se desvió a la derecha, y la antimateria, a la izquierda. Su polaridad es opuesta.

En ese instante, el escepticismo de Kohler pareció agrietarse. Miró a Vittoria claramente asombrado y luego, sin previo aviso, le sobrevino un ataque de tos.

—Es incre... íble... —dijo secándose la boca—, pero... —Su lógica todavía se mostraba renuente—. Aunque esa bomba de vacío funcionara, los contenedores están hechos de materia. Y la antimateria no puede entrar en contacto con la materia, pues reaccionaría instantáneamente al...

—La muestra no está en contacto con el contenedor —repuso Vittoria, quien ya parecía esperar esa cuestión—. Está suspendida. Los contenedores reciben el nombre de «trampas de antimateria» porque literalmente la atrapan en el centro del recipiente, manteniéndola en suspensión a una distancia segura de los costados y el fondo.

—¿En suspensión? Pero... ¿cómo?

—Mediante la intersección de dos campos magnéticos. Mire, eche un vistazo.

Vittoria cruzó el laboratorio y cogió un aparato eléctrico de gran tamaño. A Langdon el artilugio le recordó una especie de fusil desintegrador como los de los dibujos animados: un amplio cañón con un punto de mira en lo alto y una maraña de cables colgando debajo. La joven alineó el punto de mira con uno de los contenedores, miró por él y lo calibró con algunos botones. Luego se apartó para que Kohler pudiera mirar.

El hombre se quedó perplejo.

—¿Habéis recogido cantidades visibles?

—Cinco mil nanogramos —dijo ella—. Un plasma líquido que contiene millones de positrones.

—¿Millones? Pero si unas pocas partículas es todo lo que se había conseguido detectar...