—Xenón —dijo Vittoria sin vacilar—. Mi padre aceleró el rayo de partículas mediante un chorro de xenón, separando así los electrones. Insistió en mantener el procedimiento exacto en secreto, pero eso suponía inyectar simultáneamente electrones puros en el acelerador.
Perdido por completo, Langdon se preguntó si esa conversación todavía se estaba desarrollando en su mismo idioma.
Kohler se quedó un momento callado. Las arrugas de su frente se pronunciaron todavía más, hasta que finalmente dejó escapar un hondo suspiro y se desplomó como si hubiera recibido un disparo.
—Técnicamente, así se obtendría...
Vittoria asintió.
—Efectivamente. Mucha antimateria.
El director volvió a posar su mirada sobre el contenedor que tenía delante. Con incertidumbre, se incorporó en la silla y colocó su ojo en el visor para volver a mirar en su interior. Lo hizo durante largo rato sin decir nada. Cuando volvió a reclinarse, tenía la frente cubierta de sudor. Las arrugas de su rostro habían desaparecido. Su voz no era más que un susurro.
—Dios mío..., realmente lo habéis conseguido.
Vittoria asintió.
—Mi padre lo hizo.
—Yo... no sé qué decir.
Vittoria se volvió hacia Langdon.
—¿Quiere echar un vistazo? —dijo señalándole el aparato.
Sin saber qué esperar, él se acercó. A medio metro de distancia el contenedor parecía vacío, así que lo que hubiera en su interior debía de ser infinitesimal. Langdon aplicó el ojo al visor. Tardó un momento en enfocar la imagen.
Entonces lo vio.
El objeto no estaba en el fondo del recipiente, como esperaba, sino que flotaba en el centro, suspendido. Era una gota brillante, parecida al mercurio líquido, que daba vueltas en medio del contenedor como por arte de magia. Sobre la superficie de la gota podían distinguirse minúsculas ondulaciones metálicas. El fluido suspendido le recordó un vídeo que había visto una vez de una gota de agua en gravedad cero. Aunque sabía que la gota era microscópica, podía ver cada uno de los cambiantes surcos y ondulaciones mientras la bola de plasma giraba lentamente en suspensión.
—Está... flotando —dijo.
—Como debe ser —respondió Vittoria—. La antimateria es altamente inestable. En lo que respecta a la energía, la antimateria es la imagen refleja de la materia, así que las dos se anulan mutuamente si entran en contacto. Mantener la antimateria aislada de la materia es un desafío, claro está, puesto que todo lo que existe en la Tierra está hecho de materia. Las muestras han de almacenarse sin que toquen absolutamente nada, ni siquiera el aire.
Langdon estaba asombrado. «Eso sí es un envase al vacío.»
—Estas trampas de antimateria —intervino Kohler mientras pasaba un pálido dedo por la base de una de ellas—, ¿las diseñó tu padre?
—En realidad, eso lo hice yo —repuso ella.
Kohler levantó la mirada hacia la joven.
Vittoria lo había dicho sin la menor presunción.
—Cuando mi padre obtuvo las primeras partículas de antimateria, no sabía cómo almacenarlas. Yo le sugerí esto. Caparazones herméticos para nanocompuestos con electroimanes de carga opuesta en cada extremo.
—Parece que has heredado el talento de tu padre.
—En realidad, no. Tomé la idea de la naturaleza. La carabela portuguesa atrapa peces entre sus tentáculos mediante descargas nematocísticas. Las trampas funcionan con el mismo principio. Cada contenedor tiene dos electroimanes, uno en cada extremo. Sus campos magnéticos opuestos se encuentran en el centro del mismo y mantienen la antimateria ahí, suspendida en el vacío.
Langdon volvió a mirar el recipiente. La antimateria flotaba en el vacío sin tocar nada. Kohler tenía razón: era increíble.
—¿Dónde está la fuente energética de los imanes? —preguntó el director.
—En las columnas que sostienen las trampas. Los contenedores están atornillados a un puerto que las recarga continuamente para que los imanes nunca se apaguen.
—¿Y si el campo falla?
—Es obvio: la antimateria deja de estar en suspensión, cae al fondo de la trampa, y asistimos a una aniquilación.
Langdon se volvió hacia ella de golpe.
—¿Aniquilación? —No le gustaba cómo había sonado eso.
Vittoria se mostró despreocupada.
—Sí. Cuando la antimateria y la materia entran en contacto, ambas se destruyen inmediatamente. Los físicos llaman a ese proceso aniquilación.
Él asintió.
—Es la reacción más básica de la naturaleza. Cuando se combinan una partícula de materia y otra de antimateria, se liberan dos nuevas partículas llamadas fotones. Un fotón es un pequeño haz de luz.
Langdon había leído acerca de los fotones, partículas de luz, la forma más pura de energía. Decidió no preguntarle por el uso que hacía el capitán Kirk de los torpedos de fotones contra los klingon.
—Y si la antimateria cayera, ¿veríamos un pequeño haz de luz?
Ella se encogió de hombros.
—Depende de lo que entienda usted por «pequeño». Un momento, deje que se lo muestre. —Extendió la mano hacia un contenedor y empezó a desenroscarlo del podio cargador.
Sin advertencia previa, Kohler soltó un grito de terror y se abalanzó hacia delante para impedírselo.
—¡Vittoria! ¿Es que estás loca?
CAPÍTULO 22
Por un momento, Kohler consiguió ponerse en pie sobre sus atrofiadas piernas. Tenía el rostro lívido.
—¡No puedes sacar esa trampa, Vittoria!
Langdon estaba desconcertado ante el repentino acceso de pánico del director.
—¡Quinientos nanogramos! —dijo Kohler—. Si rompes el campo magnético...
—No pasa nada, director —le aseguró ella—. Las trampas disponen de un mecanismo de seguridad, una batería de reserva por si se desconectan de su cargador. La muestra permanece en suspensión aunque desenrosque el contenedor.
Kohler no parecía convencido. Finalmente, algo vacilante, volvió a sentarse en la silla.
—Las baterías se activan automáticamente cuando la trampa se desconecta del cargador —prosiguió Vittoria—. Funcionan durante veinticuatro horas. Como la reserva de un depósito de gasolina. —Se volvió hacia Langdon, advirtiendo su incomodidad—. La antimateria posee unas características asombrosas, señor Langdon, que la hacen bastante peligrosa. La hipótesis es que una muestra de diez miligramos (el volumen de un grano de arena) contiene tanta energía como doscientas toneladas del combustible de un cohete convencional.
A Langdon volvía a darle vueltas la cabeza.
—Es la fuente energética del futuro. Mil veces más poderosa que la energía nuclear. Su eficiencia es del ciento por ciento. Sin residuos. Sin radiación. Sin polución. Unos pocos gramos podrían suministrar electricidad a toda una ciudad durante una semana.
«¿Gramos?», pensó Langdon con inquietud mientras se apartaba del podio.
—No se preocupe —dijo Vittoria—. Estas muestras son minúsculas fracciones de gramo, la millonésima parte. Relativamente inocuas. —Volvió a coger el contenedor y lo desenroscó de la plataforma.
Kohler hizo una mueca pero no se interpuso. En cuanto la trampa quedó libre se oyó un pitido agudo y un pequeño visor de leds se activó en la base. En él parpadeaban unos dígitos rojos. Se había iniciado la cuenta atrás de veinticuatro horas.
24.00.00...
23.59.59...
23.59.58...
Langdon se quedó mirando la cuenta atrás e, intranquilo, decidió que le recordaba demasiado al temporizador de una bomba.
—La batería dura veinticuatro horas —explicó Vittoria—. Se puede recargar colocando de nuevo la trampa en el podio. Se ideó como medida de seguridad, pero también para poder transportar los contenedores.