—¿Transportar los contenedores? —preguntó Kohler, estupefacto—. ¿Habéis sacado la antimateria del laboratorio?
—Claro que no —dijo ella—, pero la movilidad nos permite estudiarla.
La joven condujo a Langdon y a Kohler al fondo del laboratorio. Descorrió una cortina y dejó a la vista una ventana que daba a una habitación grande. Las paredes, los suelos y el techo estaban completamente recubiertos de acero. A Langdon le recordó la bodega de un petrolero en el que una vez viajó hasta Papúa-Nueva Guinea para estudiar los tatuajes corporales hanta.
—Es un tanque de aniquilación —expuso Vittoria.
Kohler se volvió hacia ella.
—¿Habéis observado aniquilaciones?
—Mi padre estaba fascinado con la física del big bang: grandes cantidades de energía liberadas por minúsculos núcleos de materia.
Abrió un cajón de acero que había debajo de la ventana. Colocó la trampa en su interior y lo cerró. Luego accionó una palanca que había junto al cajón. Un momento después la trampa apareció rodando al otro lado del cristal y describió un amplio arco por el suelo de metal hasta que se detuvo cerca del centro de la habitación.
Vittoria sonrió.
—Están ustedes a punto de presenciar su primera aniquilación antimateria-materia. Unas pocas millonésimas de gramo. Una muestra relativamente pequeña.
Langdon observó la solitaria trampa de antimateria en el suelo del enorme tanque. Kohler también se volvió hacia la ventana. No parecía tenerlas todas consigo.
—Normalmente —explicó ella—, tendríamos que esperar veinticuatro horas hasta que las baterías se agotaran, pero bajo el suelo de esta cámara hay unos imanes con los que se puede anular la trampa y hacer que la antimateria deje de estar en suspensión. Y cuando la antimateria y la materia entran en contacto...
—Se aniquilan —susurró Kohler.
—Una cosa más —dijo Vittoria—. La antimateria libera energía pura. El ciento por ciento de la masa se convierte en fotones. No miren directamente la muestra. Protéjanse los ojos.
Langdon se mostraba cauteloso, pero se dijo que ahora la joven se comportaba de una forma exageradamente melodramática. «¿Que no mire directamente el contenedor?» El artilugio estaba a más de treinta metros de distancia, detrás de un grueso cristal de plexiglás polarizado. Además, la mota del contenedor era invisible, microscópica. «¿Que me proteja los ojos? —pensó—. ¿Cuánta energía puede esa mota...?»
Vittoria presionó el botón.
Al instante, Langdon quedó cegado. Un refulgente punto de luz brilló en el contenedor, irradiando en todas direcciones una onda expansiva que impactó contra la ventana con una fuerza atronadora. El profesor retrocedió tambaleante cuando la detonación sacudió la cámara. La luz brilló con gran intensidad por un momento y luego, al cabo de un instante, volvió a replegarse sobre sí misma hasta convertirse en una diminuta mota que se desintegró en la nada. Langdon parpadeó dolorido mientras poco a poco recuperaba la vista. Con los ojos entornados, miró el interior de la cámara. El contenedor había desaparecido. Se había evaporado. No quedaba ni rastro.
Se quedó anonadado.
—Dios santo...
Vittoria asintió con tristeza.
—Eso es precisamente lo que dijo mi padre.
CAPÍTULO 23
Kohler se quedó mirando fijamente la cámara de aniquilación, estupefacto ante el espectáculo que acababa de presenciar. Robert Langdon estaba a su lado, todavía más desconcertado.
—Quiero ver a mi padre —exigió Vittoria—. Ya les he mostrado el laboratorio. Ahora quiero ver a mi padre.
Kohler se volvió lentamente, como si no la hubiese oído.
—¿Por qué esperasteis, Vittoria? Tú y tu padre deberíais haberme hablado de este descubrimiento inmediatamente.
Ella se lo quedó mirando. «¿Cuántas razones quieres que te dé?»
—Ya discutiremos luego sobre eso, director. Ahora quiero ver a mi padre.
—¿Eres consciente de lo que implica esta tecnología?
—Claro —repuso ella—. Ingresos para el CERN. Grandes cantidades. Ahora quiero...
—¿Por eso lo mantuvisteis en secreto? —preguntó Kohler, reprendiéndola—. ¿Temíais que el consejo de dirección y yo votáramos a favor de registrar la patente?
—Creo que debería registrarse —respondió Vittoria, viéndose arrastrada a la discusión—. La antimateria es una tecnología importante, pero también peligrosa. Mi padre y yo queríamos pulir los procedimientos y hacerla segura.
—En otras palabras, no confiabais en que el consejo de dirección antepusiera la prudencia científica a la avaricia financiera.
A Vittoria le sorprendió la indiferencia del tono de Kohler.
—También había otras cuestiones —dijo—. Mi padre quería tiempo para presentar la antimateria bajo la luz apropiada.
—¿Y eso qué quiere decir?
«¿A ti qué te parece?»
—¿Materia a partir de la energía? ¿Algo de la nada? Prácticamente demuestra que el Génesis es una posibilidad científica.
—Y no quería que las implicaciones religiosas de su descubrimiento quedaran eclipsadas por cuestiones mercantilistas, ¿no?
—Algo así.
—¿Y tú?
Irónicamente, las preocupaciones de Vittoria eran más bien de signo contrario. El mercantilismo era básico para el éxito de cualquier fuente de energía. A pesar de que la antimateria tenía un asombroso potencial como fuente de energía eficiente y ecológica, si se presentaba de manera prematura, corría el riesgo de ser vilipendiada por fiascos políticos y de relaciones públicas como los que habían hundido las energías nuclear y solar. El uso de la nuclear se había extendido antes de que fuera segura, y había habido accidentes. El de la solar se había extendido antes de que fuera eficaz, y mucha gente había perdido dinero. Ambas tecnologías habían adquirido una reputación pésima y habían ido a menos.
—Mis intereses —dijo Vittoria— eran un poco menos elevados que la unión de ciencia y religión.
—El medio ambiente —aventuró Kohler con seguridad.
—Energía ilimitada. Sin minas. Sin contaminación. Sin radiación. La tecnología de la antimateria podría salvar el planeta.
—O destruirlo —replicó sarcásticamente Kohler—. Depende de quién la use y para qué. —Vittoria sintió la gelidez que emanaba el lisiado cuerpo del director—. ¿Quién más está al tanto de esto? —preguntó él.
—Nadie —respondió la joven—. Ya se lo he dicho.
—Entonces, ¿por qué crees que han asesinado a tu padre?
Los músculos de Vittoria se tensaron.
—No tengo ni idea. Aquí en el CERN tenía enemigos, ya lo sabe, pero no puede estar relacionado con la antimateria. Juramos que la mantendríamos en secreto durante algunos meses, hasta que estuviéramos preparados.
—¿Y estás segura de que tu padre mantuvo su voto de silencio?
Ella estaba empezando a enojarse.
—Mi padre ha mantenido votos más duros que ése.
—¿Y tú no se lo has contado a nadie?
—¡Por supuesto que no!
Kohler suspiró. Se quedó un momento callado, como si estuviera sopesando sus siguientes palabras con sumo cuidado.
—Supongamos que alguien lo descubrió, y supongamos que ese alguien logró acceder a este laboratorio. ¿Qué crees que buscaba? ¿Guardaba tu padre notas aquí abajo? ¿Documentación sobre sus experimentos?
—He sido paciente, director. Y ahora necesito algunas respuestas. Insiste usted en lo del robo, pero ya ha visto el escáner de retina. El secretismo y la seguridad eran esenciales para mi padre.