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Lo que arrojaba una única y preocupante conclusión.

—Tenemos que llamar a la Interpol —propuso Vittoria. Su voz le parecía distante incluso a ella misma—. Tenemos que llamar a las autoridades competentes. Inmediatamente.

Kohler negó con la cabeza.

—Ni hablar.

Las palabras desconcertaron a la chica.

—¿No? ¿Cómo que no?

—Tu padre y tú me habéis colocado en una posición muy difícil.

—Director, necesitamos ayuda. Tenemos que encontrar esa trampa y traerla de vuelta antes de que pueda hacer daño a alguien. ¡Es nuestra responsabilidad!

—Nuestra responsabilidad ahora es pensar —dijo Kohler, endureciendo el tono—. Esta situación podría tener unas repercusiones muy serias para el CERN.

—¿Le preocupa la reputación del CERN? ¿Sabe lo que ese contenedor podría provocar en un área urbana? ¡El radio de su explosión es de un kilómetro! ¡Nueve manzanas!

—Quizá tu padre y tú deberíais haber tenido eso en cuenta antes de crear la muestra.

Vittoria acusó el golpe.

—Pero... tomamos precauciones.

—Parece que no fueron suficientes.

—Nadie conocía la existencia de la antimateria.

Obviamente, Vittoria era consciente de lo absurdo de esa afirmación. Estaba claro que alguien sí conocía su existencia. Alguien lo había descubierto.

Ella no se lo había contado a nadie, así que sólo había dos explicaciones posibles. O bien Leonardo se lo había confiado a alguien sin decírselo a ella (lo cual no tenía sentido porque había sido precisamente él quien había propuesto jurar que guardarían el secreto), o alguien había estado espiándolos. ¿Habían pinchado sus teléfonos móviles, quizá? Vittoria y su padre habían hablado algunas veces mientras ella estaba de viaje. ¿Habían comentado algo sobre la antimateria? Era posible. También estaban los e-mails. Pero habían sido discretos, ¿no? ¿El sistema de seguridad del CERN? ¿Los habían espiado sin que se dieran cuenta? Sabía que todo eso ya daba igual. Lo hecho, hecho estaba. «Mi padre está muerto.»

Ese pensamiento la puso en marcha. Sacó su teléfono móvil del bolsillo de sus pantalones cortos.

Kohler se aproximó a ella deprisa, tosiendo violentamente y con rabia en los ojos.

—¿A quién... estás llamando?

—A la centralita del CERN. Ellos pueden ponernos con la Interpol.

—¡Piensa! —exclamó Kohler, deteniéndose delante de ella—. ¿De verdad eres tan ingenua? El contenedor podría estar en cualquier lugar. Ninguna agencia de inteligencia del mundo podría movilizarse a tiempo.

—Entonces, ¿sugiere que no hagamos nada? —Vittoria sentía remordimientos por enfrentarse a un hombre de salud tan delicada, pero lo cierto era que en esos momentos le costaba reconocer al director.

—Actuemos con inteligencia —dijo Kohler—. No arriesguemos la reputación del CERN involucrando a autoridades que no pueden hacer nada. Todavía no. No sin antes pensar.

La joven sabía que el argumento tenía cierta lógica, pero también que la lógica, por definición, estaba privada de responsabilidad moral. La vida de su padre, en cambio, se regía por la responsabilidad moraclass="underline" ciencia prudente, sensatez, fe en la bondad inherente al ser humano. Vittoria también creía en esas cosas, pero lo hacía en términos de karma. Se apartó de Kohler y abrió su teléfono.

—No puedes hacer eso —dijo él.

—Trate de detenerme.

Él no se movió.

Un instante después, Vittoria se dio cuenta de por qué. A cincuenta metros bajo tierra, su teléfono móvil no tenía cobertura.

Furiosa, se dirigió al ascensor.

CAPÍTULO 26

El hassassin había llegado al final del túnel de piedra. La antorcha todavía ardía, y el humo se mezclaba con el olor a humedad y el aire viciado. Lo rodeaba el silencio. La puerta de hierro que tenía ante sí parecía tan antigua como el mismo túnel, herrumbrosa pero aún resistente. Aguardó en la oscuridad, confiado.

Ya casi era la hora.

Janus le había prometido que alguien le abriría la puerta desde dentro. El hassassin estaba maravillado ante semejante acto de traición. Habría esperado toda la noche frente a la puerta para llevar a cabo su tarea, pero sabía que no sería necesario. Los hombres para los que trabajaba eran eficaces.

Unos minutos después, exactamente a la hora acordada, se oyó el repiqueteo metálico de unas gruesas llaves al otro lado de la puerta. Luego, el roce del metal a medida que las múltiples cerraduras se iban abriendo. Los pestillos chirriaban como si no hubieran sido utilizados desde hacía siglos. Finalmente, los tres quedaron abiertos.

Entonces se hizo el silencio.

Tal y como le habían indicado que hiciera, el hassassin esperó pacientemente cinco minutos. Le bullía la sangre. Luego empujó y la gran puerta se abrió.

CAPÍTULO 27

—¡No voy a permitirlo, Vittoria! —A Kohler le costaba respirar, e iba a peor a medida que el ascensor de materiales peligrosos subía.

Ella le cerró el paso. Necesitaba encontrar un refugio, algo familiar en ese lugar que ya no sentía como suyo. Pero sabía que eso no era posible. Debía tragarse el dolor y actuar. «He de conseguir un teléfono.»

Robert Langdon estaba a su lado, en silencio. La chica había renunciado a averiguar quién era ese hombre. «¿Un especialista?» ¿Podría haber sido Kohler menos específico? «El señor Langdon puede ayudarnos a encontrar al asesino de tu padre.» Pero hasta ahora el estadounidense no había sido de ninguna ayuda. Su cordialidad y amabilidad parecían sinceras, pero estaba claro que ocultaba algo. Ambos lo hacían.

Kohler volvió a encararse con ella.

—Como director del CERN tengo una responsabilidad para con el futuro de la ciencia. Si conviertes esto en un incidente internacional y el CERN sufre...

—¿El futuro de la ciencia? —Vittoria se volvió hacia él—. ¿De verdad espera eludir la responsabilidad del CERN negándose a admitir que la antimateria proviene de aquí? ¿Acaso piensa ignorar las vidas que hemos puesto en peligro?

—Nosotros, no —rebatió Kohler—. Tú. Tu padre y tú.

Ella apartó la mirada.

—En cuanto a lo de poner vidas en peligro —continuó el director—, es precisamente de la vida de lo que te estoy hablando. Eres consciente de que la tecnología de la antimateria tiene enormes implicaciones para la vida en este planeta. Si el CERN va a la bancarrota, destruido por el escándalo, todo el mundo pierde. El futuro de la humanidad está en lugares como éste, en científicos como tu padre y tú que trabajan para resolver los problemas del mañana.

Vittoria ya había oído antes el discurso de Kohler sobre la importancia de la ciencia, y nunca se lo había tragado. La misma ciencia había causado la mitad de los problemas que intentaba resolver. El progreso era el gran mal de la Madre Tierra.

—El avance científico comporta riesgos —argumentó Kohler—. Siempre ha sido así. Los programas espaciales, la investigación genética, la medicina... En todos los ámbitos se cometen errores. Pero la ciencia tiene que sobrevivir a sus propias meteduras de pata. Por el bien de todos.

A Vittoria no dejaba de sorprenderle la habilidad del director para sopesar cuestiones morales con objetividad científica. Su intelecto parecía haberse originado tras un gélido divorcio de su espíritu.

—¿De veras cree que el papel del CERN es tan fundamental para el futuro de la humanidad que deberíamos ser inmunes a toda responsabilidad moral?

—No me hables de cuestiones morales. Tú cruzaste la línea cuando creaste esa muestra, poniendo en peligro estas instalaciones. Estoy intentando proteger no sólo el empleo de los tres mil científicos que trabajan aquí, sino también la reputación de Leonardo. Piensa en él. Un hombre como tu padre no merece ser recordado como el creador de un arma de destrucción masiva.