El camarlengo negó con la cabeza.
—Usted y yo servimos a Dios de formas distintas, pero el servicio es siempre un acto honorable.
—Estos acontecimientos... No entiendo cómo... Esta situación... —Olivetti parecía abrumado.
—Comprenderá que sólo podemos hacer una cosa. Soy responsable de la seguridad del Colegio Cardenalicio.
—Me temo que esa responsabilidad es mía, signore.
—Entonces sus hombres se encargarán de supervisar la evacuación inmediata.
—¿Cómo dice, signore?
—Luego ya consideraremos otras opciones: emprender la búsqueda de ese artilugio, así como la de los cardenales desaparecidos y sus captores. Pero primero debemos poner a salvo a los cardenales. La santidad de la vida humana está por encima de todo. Esos hombres son los cimientos de la Iglesia.
—¿Sugiere que cancelemos el cónclave ahora mismo?
—¿Acaso tengo otra opción?
—¿Y qué hay de la elección del nuevo pontífice?
El joven camarlengo suspiró y se volvió hacia la ventana, dejando vagar la mirada por la vasta extensión de Roma.
—Su santidad me dijo una vez que un papa es un hombre dividido entre dos mundos..., el real y el divino. Me advirtió de que cualquier Iglesia que ignorara el real no sobreviviría para disfrutar del divino. —La voz del camarlengo sonaba repentinamente sabia a pesar de su edad—. Esta noche el mundo real nos está observando. No podemos ignorarlo. El orgullo y los precedentes no deben nublar la razón.
Impresionado, Olivetti asintió.
—Lo he subestimado, signore.
Ventresca no pareció oírlo. Seguía mirando por la ventana.
—Hablaré con franqueza, signore. El mundo real es mi mundo. A diario me sumerjo en su fealdad para que otros puedan ir en busca de algo más puro. Deje que le aconseje qué hacer en la situación actual. Es para lo que estoy entrenado. Sus instintos, aunque valiosos..., podrían ser desastrosos.
El camarlengo se volvió.
Olivetti suspiró.
—Evacuar el Colegio Cardenalicio de la capilla Sixtina es lo peor que podría hacer ahora mismo.
El camarlengo no parecía indignado, sólo perplejo.
—¿Qué sugiere usted?
—No les diga nada a los cardenales. Que empiece el cónclave. Eso nos dará tiempo para estudiar otras opciones.
La preocupación del camarlengo era visible.
—¿Está sugiriendo que encierre al Colegio Cardenalicio encima de una bomba a punto de estallar?
—Sí, signore. Por ahora. Más adelante, si es necesario, podemos organizar la evacuación.
Ventresca negó con la cabeza.
—Posponer la ceremonia antes de que empiece es razón suficiente para abrir una investigación, pero en cuanto las puertas se cierran, nada puede interrumpirla. El procedimiento del cónclave exige que...
—El mundo real, signore. Esta noche está usted en él. Escuche con atención. —Olivetti hablaba ahora con el eficiente soniquete de un oficial—. Evacuar a ciento sesenta y cinco cardenales sin preparación ni protección sería una imprudencia. Causaría confusión y pánico en algunos ancianos, y francamente, con un ataque fatal este mes ya es suficiente.
«Un ataque fatal.» A Langdon las palabras del comandante le recordaron el titular que había leído mientras cenaba con unos estudiantes en Harvard: EL PAPA SUFRE UN ATAQUE Y MUERE MIENTRAS DORMÍA.
—Además —prosiguió Olivetti—, la capilla Sixtina es una fortaleza. Aunque no seamos conscientes de ello, la estructura está fuertemente reforzada y puede resistir cualquier ataque, salvo que sea con misiles. De cara al cónclave, esta tarde hemos registrado cada centímetro de la capilla en busca de micrófonos u otros equipos de espionaje. La capilla está limpia, es un refugio seguro, y estoy convencido de que la antimateria no está ahí dentro. Ahora mismo es el lugar más seguro en el que podrían estar esos hombres. Ya organizaremos una evacuación de emergencia si finalmente hace falta.
Langdon estaba impresionado. La lógica fría e inteligente de Olivetti le recordó a Kohler.
—Comandante —intervino Vittoria con voz tensa—, hay otras preocupaciones. Nadie ha creado nunca esa cantidad de antimateria. Sólo puedo calcular el alcance de la explosión de forma aproximada. La zona de Roma que rodea el Vaticano puede que esté en peligro. Si el contenedor se encuentra en un edificio central o bajo tierra, el efecto extramuros podría ser mínimo, pero si está cerca del perímetro..., en este edificio, por ejemplo... —Se volvió cautelosamente hacia la ventana y miró a la muchedumbre que había en la plaza de San Pedro.
—Soy muy consciente de cuáles son mis responsabilidades para con el mundo exterior —respondió Olivetti—, y eso no agrava esta situación. Durante las últimas dos décadas, la protección de este santuario ha sido mi única responsabilidad. No tengo intención de permitir que esa bomba haga explosión.
El camarlengo Ventresca levantó la mirada.
—¿Cree que podrá encontrarla?
—Deje que discuta nuestras opciones con algunos de mis especialistas en vigilancia. Hay una posibilidad: si cortamos el suministro de electricidad del Vaticano, podríamos eliminar las interferencias y crear un entorno suficientemente limpio como para poder detectar el campo magnético de ese contenedor.
Vittoria se mostró sorprendida e impresionada.
—¿Quiere dejar el Vaticano a oscuras?
—Sí. Todavía no sé si es posible, pero es una opción que me gustaría estudiar.
—Los cardenales se preguntarán qué ha pasado —observó ella.
Olivetti negó con la cabeza.
—Los cónclaves se realizan a la luz de las velas. Los cardenales no se enterarán. En cuanto éste empiece, puedo reunir a todos los guardias salvo los que se encargan del perímetro e iniciar la búsqueda. Cien hombres pueden cubrir mucho territorio en cinco horas.
—Cuatro horas —lo corrigió Vittoria—. He de llevar ese contenedor de vuelta al CERN. La detonación no se podrá evitar a no ser que recargue las baterías.
—¿No se pueden recargar aquí?
Ella negó con la cabeza.
—La interfaz es demasiado compleja. De no ser así, la habría traído conmigo.
—Cuatro horas, pues —dijo Olivetti con el entrecejo fruncido—. Sigue siendo tiempo suficiente. El pánico no ayuda a nadie. Signore, tiene usted diez minutos. Vaya a la capilla y dé inicio al cónclave. Démosles tiempo a mis hombres para hacer su trabajo. A medida que nos vayamos acercando a la hora crítica, tomaremos las decisiones críticas.
Langdon se preguntó cuán cerca de «la hora crítica» dejaría Olivetti que se prolongara la situación.
El camarlengo mostró su preocupación.
—Pero los cardenales me preguntarán por los preferiti... Sobre todo por Baggia... Querrán saber dónde están.
—Entonces será mejor que piense en algo, signore. Dígales que les ha servido algo que les ha sentado mal.
—¿Mentir al Colegio Cardenalicio desde el altar de la capilla Sixtina? —replicó Ventresca con irritación.
—Es por su seguridad. Una bugia veniale. Una mentira piadosa. Su trabajo será mantener la calma. —Olivetti se dirigió hacia la puerta—. Ahora, si me disculpa, he de iniciar la búsqueda.
—Comandante —insistió el camarlengo—, no podemos limitarnos a volverles la espalda a los cardenales desaparecidos.
Olivetti se detuvo en la entrada.
—En estos momentos, Baggia y los otros están fuera de nuestro radio de influencia. Debemos olvidarnos de ellos... por el bien de todos. Los militares lo llaman triage.