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Mille... cento... uno, due, tre... cinquanta. ¡Necesito una referencia numérica! ¡Cualquier cosa, maldita sea!

Cuando llegó al final del folio, alzó la espátula para pasar la página. Al alinear la herramienta con la página siguiente, sin embargo, se dio cuenta de que era incapaz de mantenerla firme. Minutos después bajó la mirada y advirtió que había soltado la espátula y estaba pasando las páginas con la mano. «Vaya —pensó, sintiéndose un poco criminal. La falta de oxígeno estaba afectando a sus inhibiciones—. Parece que arderé en el infierno de los archiveros.»

—Ya era hora —dijo Vittoria cuando vio que él pasaba las páginas con la mano. Dejó a su vez la espátula y siguió su ejemplo.

—¿Has encontrado algo?

Ella negó con la cabeza.

—Nada que parezca puramente matemático. Lo estoy leyendo por encima, pero no veo ninguna pista.

Langdon siguió traduciendo páginas con creciente dificultad. Sus conocimientos de italiano eran, cuando menos, rústicos, y la diminuta caligrafía y el arcaico lenguaje ralentizaban aún más la lectura. Vittoria terminó su pila antes que él. Tras volver con desánimo la última de sus páginas, la joven optó por examinarlas otra vez.

Langdon terminó su última hoja, maldijo entre dientes y se volvió hacia ella. La joven estaba mirando una de sus páginas con el entrecejo fruncido.

—¿Qué pasa? —preguntó él.

Vittoria no levantó la mirada.

—¿Había notas al pie en alguna de tus páginas?

—No que me haya dado cuenta. ¿Por qué?

—En esta página hay una. Una arruga la ocultaba.

Intentó ver lo que ella estaba mirando, pero lo único que pudo distinguir fue el número de página en la esquina superior derecha: folio 5. Tardó un momento en darse cuenta de la coincidencia, y cuando lo hizo le pareció vaga. «Folio cinco. Cinco, Pitágoras, pentágonos, illuminati.» Se preguntó si los illuminati habrían elegido la página número cinco para esconder su pista. En medio de la rojiza niebla que los rodeaba, creyó divisar un débil rayo de esperanza.

—¿Es matemática esa nota al pie?

Vittoria negó con la cabeza.

—Texto. Una línea. Letra muy pequeña, casi ilegible.

Las esperanzas de Langdon se desvanecieron.

—Se supone que la pista es matemática. Lingua pura.

—Sí, ya lo sé —ella vaciló—. Pero creo que deberías oír esto.

Percibió cierta excitación en la voz de la joven.

—Adelante.

Aguzando la mirada, Vittoria leyó la línea:

—«El sendero de la luz ha sido trazado, la prueba sagrada.»

Las palabras no eran para nada lo que Langdon había esperado.

—¿Cómo dices?

Ella repitió la línea.

—«El sendero de la luz ha sido trazado, la prueba sagrada.»

—¿«El sendero de la luz»? —Langdon se irguió.

—Eso es lo que pone. «El sendero de la luz.»

En cuanto asimiló las palabras, Langdon percibió un instante de claridad en medio de su delirio. «El sendero de la luz ha sido trazado, la prueba sagrada.» No tenía ni idea de qué quería decir, pero estaba claro que esa línea era una referencia directa al Sendero de la Iluminación. «Sendero de luz. Prueba sagrada.» Sentía como si su cabeza fuera un motor al que hubieran echado un mal carburante.

—¿Estás segura de la traducción?

Ella vaciló.

—En realidad... —Se volvió hacia él con una expresión extraña—. La línea no está escrita en italiano, sino en inglés: «The path of light is laid, the sacred test».

Por un instante, Langdon creyó que la acústica de la cámara había afectado su oído.

—¿En inglés?

Vittoria le pasó el documento y él leyó la minúscula inscripción que había al final de la página.

«The path of light is laid, the sacred test.» ¿En inglés? ¿Qué hace una frase en inglés en un libro italiano?

La joven se encogió de hombros. También ella parecía algo mareada.

—¿Y si lo de lingua pura se refería al inglés? Está considerado el lenguaje internacional de la ciencia. Es lo único que hablamos en el CERN.

—Pero esto fue escrito en el siglo XVII —argumentó Langdon—. Por aquel entonces nadie hablaba inglés en Italia, ni siquiera... —Se detuvo de pronto al darse cuenta de lo que estaba a punto de decir—. Ni siquiera... los clérigos. —Su mente académica puso la directa—. En el siglo XVII —dijo hablando ahora con mayor rapidez— el inglés era un idioma que el Vaticano todavía no había adoptado. Se ocupaban de sus asuntos en italiano, latín, alemán, e incluso en español y francés, pero el inglés era una lengua completamente desconocida para ellos. Lo consideraban un idioma contaminado, propio de librepensadores y profanos como Chaucer o Shakespeare. —Recordó entonces las marcas de los illuminati de tierra, aire, fuego y agua. La leyenda de que las marcas estaban escritas en inglés parecía ahora extrañamente plausible.

—¿Estás diciendo que quizá Galileo consideraba el inglés la lingua pura porque era el único idioma que el Vaticano no controlaba?

—Sí. Puede que, al poner la pista en inglés, Galileo pretendiera impedir que el Vaticano la leyera.

—Pero si ni siquiera es una pista —repuso Vittoria—. «The path of light is laid, the sacred test.» ¿Qué diantre significa esto?

«Tiene razón», pensó él. La línea no era de ninguna ayuda. Pero, al repetir mentalmente la frase, se dio cuenta de una cosa extraña. «Aunque sería muy raro que no estuviera relacionado —se dijo—. ¿Cuáles son las posibilidades?»

—Tenemos que salir de aquí —señaló Vittoria con voz ronca.

Él ni siquiera la oyó. «The path of light is laid, the sacred test.»

—Es un maldito pentámetro yámbico —dijo de repente, y volvió a contar las sílabas—. Cinco pareados de sílabas alternativamente tónicas y átonas.

Vittoria parecía perdida.

—Yámbi... ¿qué?

Por un instante, Langdon sintió que volvía a estar en la Academia Phillips Exeter, en la clase de literatura inglesa de los sábados por la mañana. «El infierno en la Tierra.» La estrella del equipo de béisbol de la escuela, Peter Greer, no conseguía recordar el número de pareados de un pentámetro yámbico de Shakespeare. Su profesor, un ocurrente maestro llamado Bissell, se inclinó sobre su mesa y exclamó: «¡Pentámetro, Greer! ¡Piense en la base del bateador! ¡Un pentágono! ¡Cinco caras! ¡Penta! ¡Penta! ¡Penta! ¡Por el amor de Dios!».

«Cinco pareados», reflexionó ahora Langdon. Cada pareado, por definición, tenía dos sílabas. No podía creer que en toda su carrera nunca se le hubiera ocurrido esa relación. ¡Un pentámetro yámbico era un metro simétrico basado en los números sagrados de los illuminati: el cinco y el dos!

«¡Ya casi lo tienes! —se dijo intentando espolear su mente—. ¡Una coincidencia sin sentido! —Pero el pensamiento se resistía—. Cinco... por Pitágoras y el pentágono. Dos... por la dualidad de todas las cosas.»

Un momento después, con una entumecedora sensación en las piernas, cayó en la cuenta de otra cosa. A causa de su simplicidad, al pentámetro yámbico solían llamarlo «verso puro» o «metro puro». ¿La lingua pura? ¿Era ése el lenguaje puro al que los illuminati se referían? «The path of light is laid, the sacred test»...

—¡Oh! —exclamó Vittoria.

Langdon se volvió y vio cómo la joven daba la vuelta a la hoja. Sintió un nudo en el estómago. «Otra vez, no.»

—¡Es imposible que esa línea sea un ambigrama!