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Ella descifró el número.

—¿1639?

—Sí. ¿Qué sucede?

La mirada de Vittoria dejó traslucir su premonición.

—Tenemos un problema, Robert, un gran problema. Las fechas no coinciden.

—¿Qué fechas no coinciden?

—La tumba de Rafael. No fue enterrado aquí hasta 1759. Un siglo después de que el Diagramma fuera publicado.

Langdon se quedó mirando fijamente a la joven mientras intentaba comprender lo que le estaba diciendo.

—No —repuso—. Rafael murió en 1520, mucho antes de la publicación del Diagramma.

—Sí, pero no fue enterrado aquí hasta mucho después.

Él se sentía perdido.

—¿Qué estás diciendo?

—Lo acabo de leer. El cadáver de Rafael fue trasladado al Panteón en 1758. Fue parte de un tributo histórico a varios italianos eminentes.

Al asimilar sus palabras, Langdon sintió como si de un tirón le acabaran de quitar la alfombra que tenía bajo los pies.

—Cuando ese poema fue escrito —declaró Vittoria—, la tumba de Rafael estaba en otro lugar. ¡Por aquel entonces, el Panteón no tenía nada que ver con Rafael!

A Langdon le costaba respirar.

—Pero... eso... significa...

—¡Sí! ¡Significa que estamos en el lugar equivocado!

Él sintió que se tambaleaba. «Imposible..., estaba seguro...»

Vittoria se acercó corriendo al guía y lo cogió del brazo.

—Disculpe, signore. ¿Dónde estaba enterrado el cadáver de Rafael en el siglo XVII?

—En... Urb... Urbino —tartamudeó, desconcertado—. Su localidad natal.

—¡Imposible! —Langdon maldijo para sí—. Los altares de la ciencia de los illuminati se encontraban aquí en Roma. ¡Estoy seguro!

—¿Illuminati? —El guía dejó escapar un grito ahogado y volvió la mirada hacia el documento que el estadounidense tenía en las manos—. ¿Quiénes son ustedes?

Vittoria se hizo cargo de la situación.

—Estamos buscando algo llamado la tumba terrenal de Santi. En Roma. ¿No sabrá usted en qué consiste?

Al guía se lo veía cada vez más intranquilo.

—Ésta es la única tumba de Rafael en Roma.

Langdon intentó procesar la información, pero su mente no parecía estar por la labor. Si la tumba de Rafael no estaba en Roma en 1655, ¿a qué hacía referencia entonces el poema? «¿“La tumba terrenal de Santi y su agujero del diablo”? ¿Qué demonios es eso? ¡Piensa!»

—¿Hay algún otro artista llamado Santi? —preguntó Vittoria.

El guía se encogió de hombros.

—No, que yo sepa.

—¿Y algún otro famoso? Quizá un científico, un poeta, o un astrónomo...

El guía parecía querer salir de allí por piernas.

—No, señora. El único Santi del que he oído hablar es Rafael, el arquitecto.

—¿Arquitecto? —repuso Vittoria—. ¡Creía que era pintor!

—Era ambas cosas. Todos lo eran: Miguel Ángel, Leonardo, Rafael...

Langdon no estaba seguro de si habían sido las palabras del guía o las ornamentadas tumbas que había a su alrededor lo que lo hizo caer en la cuenta, pero daba igual. «Santi era arquitecto.» A partir de ahí, las ideas fueron cayendo una tras otra como fichas de dominó. Los arquitectos renacentistas vivían sólo para dos cosas: glorificar a Dios mediante grandes iglesias y glorificar a los dignatarios mediante tumbas fastuosas. «La tumba de Santi. ¿Es posible?» Las imágenes se sucedían cada vez más rápidamente en su cabeza...

La Mona Lisa de Leonardo.

Los nenúfares de Monet.

El David de Miguel Ángel.

La tumba terrenal de Santi...

—Santi diseñó la tumba —dijo Langdon.

Vittoria se volvió hacia él.

—¿Cómo?

—El poema no es una referencia al lugar en el que está enterrado, sino a la tumba que diseñó.

—¿De qué estás hablando?

—He malinterpretado la pista. No es el lugar en el que está enterrado Rafael lo que hemos de buscar, sino una tumba diseñada por él para otra persona. No puedo creer que no me haya dado cuenta antes. La mitad de las esculturas hechas en Roma durante el Renacimiento y el Barroco son funerarias. —La toma de conciencia lo hizo sonreír—. ¡Rafael debió de diseñar cientos de tumbas!

A Vittoria no parecía hacerle mucha gracia aquello.

—¿Cientos?

La sonrisa de él se desvaneció.

—Oh.

—¿Alguna de ellas es terrenal, profesor?

De repente, Langdon se vino abajo. Sabía muy poco de la obra de Rafael. De haberse tratado de Miguel Ángel, podría haber ayudado más, pero la obra de Rafael nunca lo había cautivado. Langdon sólo podía nombrar un par de tumbas del artista, y ni siquiera estaba seguro de cómo eran.

Advirtiendo su bloqueo, Vittoria se volvió hacia el guía, que se estaba alejando lentamente. Lo cogió del brazo y lo atrajo hacia sí.

—Necesito una tumba. Diseñada por Rafael. Una tumba que se pueda considerar terrenal.

El hombre parecía algo turbado.

—¿Una tumba de Rafael? No sé. Diseñó muchas. Y seguramente quiere usted decir una capilla, no una tumba. Los arquitectos siempre diseñaban las capillas conjuntamente con la tumba.

Langdon se dio cuenta de que el hombre tenía razón.

—¿Alguna de las capillas o tumbas de Rafael está considerada terrenal?

El hombre se encogió de hombros.

—Lo siento. No entiendo lo que quieren decir. «Terrenal» no describe nada que yo conozca. Lo siento, pero debo irme.

Sin soltarle el brazo, Vittoria le leyó la frase del margen superior del folio:

—«Desde la tumba terrenal de Santi y su agujero del diablo.» ¿Le dice algo eso?

—Nada.

De repente, Langdon levantó la mirada. Por un momento se había olvidado de la segunda parte de la línea. «Agujero del diablo.»

—¡Sí! —exclamó—. ¡Eso es! ¿Alguna de las capillas de Rafael tiene un óculo? —preguntó dirigiéndose al guía.

El hombre negó con la cabeza.

—Que yo sepa, el Panteón es el único. —Se quedó un momento callado—. Aunque...

—¿Qué? —exclamaron Vittoria y Langdon al unísono.

El guía ladeó la cabeza, acercándose de nuevo a ellos.

—¿Un agujero del diablo? —masculló para sí mientras se mordisqueaba una uña—. Agujero del diablo..., es decir... buco del diavolo?

—Exacto —asintió Vittoria.

El guía sonrió levemente.

—Hacía tiempo que no oía esa expresión. Si no me equivoco, buco del diavolo hace referencia a unas catacumbas.

—¿Unas catacumbas? —preguntó Langdon—. ¿Se refiere a una cripta?

—Sí, pero una cripta muy especial. Creo que «agujero del diablo» es una locución antigua para referirse a una gran fosa situada en una capilla que se encuentra... debajo de otra tumba.

—¿Un osario? —preguntó Langdon, reconociendo al instante lo que el hombre intentaba describir.

El guía se mostró impresionado.

—¡Sí! ¡Ése es el término que estaba buscando!

Langdon lo consideró un momento. Los osarios eran un arreglo barato de la Iglesia a una cuestión delicada. Cuando las iglesias honraban a sus miembros más distinguidos con tumbas ornamentadas en el santuario, los familiares que les sobrevivían solían exigir que los enterraran con ellos, asegurándose así de contar con un codiciado sepulcro dentro del templo. Ahora bien, cuando en éste no había suficiente espacio o fondos para las tumbas de toda una familia, a veces se excavaba un osario anexo: un agujero en el suelo cerca de la tumba en el que enterraban a los familiares menos ilustres. Luego, el agujero se cubría con el equivalente renacentista de las tapas del alcantarillado. Sin bien resultaban prácticos, los osarios dejaron de construirse a causa del hedor que despedían y que inundaba los templos. «El agujero del diablo», pensó Langdon. Era la primera vez que oía la expresión. Parecía siniestramente adecuada.