Langdon pareció venirse abajo.
—¿Veinte?
—Quizá más.
—¿Y la línea no pasa directamente por encima de alguna de esas iglesias?
—Algunas están más cerca que otras —dijo el guardia—, pero trasladar la trayectoria exacta del West Ponente a un mapa conlleva un margen de error.
Langdon se volvió un momento hacia la plaza de San Pedro. Luego frunció el entrecejo y empezó a acariciarse la barbilla.
—¿Y qué hay del fuego? ¿En alguna de ellas hay alguna obra de Bernini relacionada con el fuego?
Silencio.
—¿Y obeliscos? —preguntó—. ¿Alguna de las iglesias está situada cerca de un obelisco?
El guardia empezó a estudiar el plano.
Vittoria vio un destello de esperanza en los ojos de Langdon y se dio cuenta de lo que estaba pensando. «¡Tiene razón!» Los dos primeros indicadores se encontraban en piazzas en las que había un obelisco o bien cerca de ellas. ¿Y si los obeliscos eran un elemento recurrente? ¿Pirámides elevadas que señalizaban el sendero de los illuminati? Cuanto más pensaba en ello, más perfecto le parecía. Cuatro imponentes balizas que se elevaban sobre Roma para señalizar los altares de la ciencia.
—Es una posibilidad remota —explicó el guardia—, pero sé que muchos de los obeliscos de Roma fueron erigidos o trasladados bajo la supervisión de Bernini. Sin duda estuvo implicado en su emplazamiento.
—O Bernini podría haber colocado sus indicadores cerca de obeliscos ya existentes —añadió Vittoria.
Langdon asintió.
—Cierto.
—Malas noticias —dijo el guardia—. La línea no pasa por ningún obelisco. —Recorrió el plano con el dedo—. Ni siquiera cerca. Nada.
Langdon suspiró.
Desanimada, Vittoria dejó caer los hombros. Había creído que se trataba de una idea prometedora. Al parecer, eso no iba a ser tan fácil como habían esperado. Aun así, procuró mostrarse positiva.
—Robert, piensa. Seguro que conoces una estatua de Bernini relacionada con el fuego. Lo que sea.
—Créeme, ya he estado dándole vueltas. Bernini fue increíblemente prolífico. Tiene cientos de obras. Esperaba que el West Ponente nos indicara una iglesia concreta. Algo que me sonara.
—Fuoco —insistió ella—. Fuego. ¿No te hace pensar en ninguna obra de Bernini?
Él se encogió de hombros.
—Están sus famosos bocetos de espectáculos de fuegos artificiales, pero no son una escultura, y se encuentran en Leipzig, Alemania.
La joven frunció el entrecejo.
—¿Y estás seguro de que es el aliento lo que indica la dirección?
—Ya has visto el relieve, Vittoria. El diseño era totalmente simétrico. La única indicación era el aliento.
Ella sabía que tenía razón.
—Por no mencionar —añadió él— que el West Ponente representa el aire, de modo que seguir el aliento parece simbólicamente apropiado.
Vittoria asintió. «Entonces seguimos el aliento. Pero ¿adónde?»
Olivetti se acercó a ellos.
—¿Tienen algo?
—Demasiadas iglesias —respondió el soldado—. Unas dos docenas. Supongo que podríamos colocar a cuatro hombres en cada una...
—Olvídelo —replicó Olivetti—. Ese tipo se nos ha escapado dos veces cuando ya sabíamos dónde iba a estar. Una emboscada masiva supondría dejar el Vaticano desprotegido y cancelar la búsqueda de la antimateria.
—Necesitamos un libro de referencia —dijo Vittoria—. Un índice de las obras de Bernini. Si repasamos los títulos, puede que algo nos llame la atención.
—No lo sé —dijo Langdon—. Si se trata de una obra que Bernini creó específicamente para los illuminati, puede que sea muy oscura. Es probable que no aparezca en ningún listado.
Ella se negaba a creerlo.
—Las otras dos esculturas eran muy conocidas. Tú habías oído hablar de ambas.
Él se encogió de hombros.
—Sí.
—Si repasamos títulos que incluyan la palabra «fuego», puede que encontremos una estatua que esté en la dirección que buscamos.
Langdon pareció convencerse de que merecía la pena intentarlo. Se volvió hacia Olivetti.
—Necesito un listado de todas las obras de Bernini. No tendrán un libro de mesa sobre Bernini a mano, ¿verdad?
—¿Un libro de mesa? —Olivetti parecía desconocer el término.
—Da igual. Cualquier listado. ¿Qué hay de los Museos Vaticanos? Deben de tener un listado de referencias de Bernini.
El guardia de la cicatriz frunció el entrecejo.
—En los museos no hay suministro eléctrico, y su archivo es enorme. Sin gente que lo ayude, no...
—La obra de Bernini en cuestión —lo interrumpió Olivetti—, ¿fue creada mientras el artista trabajaba para el Vaticano?
—Estoy prácticamente seguro de ello —dijo Langdon—. Pasó aquí casi toda su carrera. Y sin duda el período del conflicto con Galileo.
El comandante asintió.
—Entonces hay otro listado de referencias.
Vittoria sintió una punzada de optimismo.
—¿Dónde?
El comandante no respondió. Se llevó a un guardia a un lado y le dijo algo en voz baja. El otro no parecía muy convencido, pero asintió obedientemente. Cuando Olivetti terminó de hablar, el guardia se volvió hacia Langdon.
—Por aquí, por favor, señor Langdon. Son las nueve y cuarto. Tenemos que darnos prisa.
Langdon y el guardia se encaminaron hacia la puerta.
Vittoria fue tras ellos.
—Yo los ayudaré.
Olivetti la cogió del brazo.
—No, señorita Vetra. Quiero hablar un momento con usted. —La presión de su mano era autoritativa.
Cuando Langdon y el guardia se marcharon, Olivetti llevó a Vittoria a un lado. Su rostro era impenetrable. Sin embargo, no tuvo tiempo de decirle nada. De repente, su radio crepitó ruidosamente.
—Comandante?
Todo el mundo en la sala se volvió.
El tono de voz del hombre que hablaba era sombrío.
—Será mejor que encienda el televisor.
CAPÍTULO 80
Cuando, hacía apenas dos horas, Langdon había salido del Archivo Secreto Vaticano, nunca habría imaginado que volvería a visitarlo. Ahora, sin resuello tras haber corrido todo el camino junto al guardia suizo, volvía a estar allí.
Su escolta, el guardia de la cicatriz, lo condujo a través de las hileras de cubículos traslúcidos. Por alguna razón, el silencio de los archivos resultaba ahora más amenazador, y Langdon agradeció que el guardia lo rompiera.
—Por aquí, creo —dijo guiando al profesor al fondo de la sala, donde había una serie de cámaras más pequeñas contra la pared. El guardia comprobó los títulos de las cámaras y asintió—. Sí, aquí está. Justo donde había dicho el comandante.
Langdon leyó el título: ATTIVI VATICANI. «¿Bienes del Vaticano?» Repasó el índice de contenidos. Inmuebles... Divisas... Banco Vaticano... Antigüedades... La lista era interminable.
—Contiene documentación sobre todos los bienes de la Santa Sede —dijo el guardia.
Langdon se quedó mirando el cubículo. «Dios mío.» Incluso en la oscuridad, podía advertir que estaba hasta los topes.
—El comandante ha dicho que todo lo que Bernini creó bajo mecenazgo del Vaticano debería aparecer listado aquí.
Él asintió. La idea del comandante puede que diera resultado. En la época de Bernini, todo lo que un artista creaba bajo mecenazgo del papa pasaba a ser, por ley, propiedad del Vaticano. Era algo más propio del feudalismo que del mecenazgo, pero los artistas más importantes vivían bien y rara vez se quejaban.