Él no lo oyó. Estaba en otro mundo..., su mundo, su elemento, un lugar en el que la historia, el mito y los hechos entraban en colisión y anegaban sus sentidos. La maquinaria estaba en marcha.
—¿Profesor? —Kohler lo miraba atentamente, a la expectativa.
Langdon no levantó la mirada. Ahora su atención se había intensificado y su concentración era total.
—¿Qué sabe usted sobre los illuminati? —preguntó.
—Únicamente lo que he tenido tiempo de leer en su página web. Illuminati significa «los iluminados». Es el nombre de una especie de antigua hermandad secreta.
Langdon asintió.
—¿Había oído antes ese nombre?
—No hasta que lo vi en el cuerpo del señor Vetra.
—Y entonces lo buscó usted en internet.
—Sí.
—Habrá encontrado cientos de referencias.
—Miles —respondió Kohler—. En la suya, sin embargo, había referencias a Harvard, a Oxford y a un reputado editor, así como un listado de publicaciones relacionadas. Como científico, hace tiempo que aprendí que la validez de la información depende de sus fuentes. Y sus credenciales parecían auténticas.
Langdon seguía sin poder apartar la vista del cadáver.
Kohler no dijo nada más. Se quedó mirando al profesor, aparentemente a la espera de que éste arrojara algo de luz sobre la escena que tenían ante sí.
Finalmente, Langdon levantó la mirada y echó un vistazo alrededor del apartamento congelado.
—¿No podríamos hablar en un lugar más cálido?
—En esta habitación ya estamos bien. —Kohler parecía insensible al frío—. Hablemos aquí.
Él frunció el entrecejo. La historia de los illuminati era algo compleja. «Moriré congelado mientras se la cuento.» Volvió a mirar la marca del cuerpo y de nuevo se estremeció.
A pesar de que las menciones al emblema de los illuminati eran legendarias en la simbología moderna, en realidad ningún académico lo había visto nunca. Los documentos antiguos describían el símbolo como un ambigrama (ambi significa «ambos», lo que quería decir que era legible en los dos sentidos). Y aunque los ambigramas eran habituales en la simbología (esvásticas, yin y yang, estrellas judías, cruces sencillas), la idea de que una palabra pudiera ser convertida en un ambigrama parecía absolutamente imposible. Los simbólogos modernos habían intentado durante años trazar la palabra «illuminati» de un modo simétrico, pero habían fracasado estrepitosamente. La mayoría de los académicos creían que la existencia del símbolo era un mito.
—Entonces, ¿quiénes son los illuminati? —preguntó Kohler.
«Eso —pensó Langdon—, ¿quiénes son en realidad?» Y empezó su relato.
—Desde el principio de los tiempos —explicó Langdon— ha existido una profunda escisión entre ciencia y religión. Científicos sin pelos en la lengua como Copérnico...
—Fueron asesinados —dijo Kohler—. Asesinados por la Iglesia por revelar verdades científicas. La religión siempre ha perseguido a la ciencia.
—Sí, pero en la Roma del siglo XVI, un grupo de hombres se rebeló contra la Iglesia. Algunos de los científicos más ilustrados de Italia (físicos, matemáticos, astrónomos) empezaron a reunirse en secreto para compartir su preocupación por las enseñanzas incorrectas de la Iglesia. Temían que su monopolio sobre la «verdad» amenazara la ilustración académica en todo el mundo. Y fundaron el primer comité científico, bajo el nombre de «los iluminados».
—Los illuminati.
—Sí —asintió Langdon—. Las mentes más eruditas de Europa, entregadas a la búsqueda de la verdad científica.
Kohler se quedó callado.
—Por supuesto, los illuminati fueron perseguidos de forma implacable por la Iglesia católica. Sólo mediante ritos extremadamente secretos los científicos pudieron permanecer a salvo. La voz corrió por el mundo académico clandestino, y la hermandad de los illuminati empezó a crecer y a incluir académicos de toda Europa. Los científicos se reunían regularmente en Roma en una guarida secreta a la que llamaban «Iglesia de la Iluminación».
Kohler tosió y se revolvió en su silla.
—Muchos de los illuminati —prosiguió Langdon— querían combatir la tiranía de la Iglesia con actos violentos, pero su miembro más reverenciado los disuadió de ello. Era pacifista, así como uno de los más famosos científicos de la historia.
El profesor estaba seguro de que Kohler reconocería el nombre. Incluso quienes no eran científicos estaban familiarizados con el malogrado astrónomo que había sido arrestado y casi ejecutado por la Iglesia al proclamar que el Sol, y no la Tierra, era el centro del sistema solar. A pesar de que sus datos eran incontrovertibles, el astrónomo fue severamente castigado por sugerir que Dios no había situado a la humanidad en el centro de su universo.
—Su nombre era Galileo Galilei —dijo Langdon.
Kohler levantó la mirada.
—¿Galileo?
—Sí. Galileo era un illuminatus. Y también un católico devoto. De hecho, intentó suavizar la postura de la Iglesia sobre la ciencia proclamando que esta última no ponía en duda la existencia de Dios, sino que la reforzaba. Una vez escribió que, cuando observaba los planetas a través de su telescopio, podía oír la voz de Dios en la música de las esferas. Aseguraba que ciencia y religión no eran enemigas, sino aliadas. Dos lenguajes distintos que contaban la misma historia; una historia de simetría y equilibrio... Cielo e infierno, noche y día, frío y calor, Dios y Satanás. Tanto la ciencia como la religión se regocijaban en la simetría de Dios... La eterna oposición entre luz y oscuridad.
Langdon guardó silencio unos instantes y se puso a patear el suelo para entrar en calor.
Kohler permanecía sentado en su silla, mirándolo fijamente.
—Lamentablemente —añadió Langdon—, la unificación de ciencia y religión no era lo que la Iglesia quería.
—Claro que no —lo interrumpió el director—. La unión habría invalidado la pretensión de la Iglesia de ser la única vía para entender a Dios. Así, la Iglesia juzgó a Galileo por hereje, lo declaró culpable y lo puso bajo arresto domiciliario permanente. Conozco bien la historia de la ciencia, señor Langdon. Pero todo eso sucedió hace siglos. ¿Qué tiene que ver con Leonardo Vetra?
«La pregunta del millón de dólares.» Langdon fue directo al grano.
—El arresto de Galileo supuso una conmoción entre los illuminati. Cometieron algunos errores, y la Iglesia descubrió la identidad de cuatro de sus miembros, que fueron capturados e interrogados. No obstante, los cuatro científicos no revelaron nada... Ni siquiera bajo tortura.
—¿Tortura?
Langdon asintió.
—Los marcaron a fuego en el pecho. Con el símbolo de la cruz.
Kohler abrió unos ojos como platos y dirigió una mirada aprensiva al cadáver de Vetra.
—Luego los científicos fueron brutalmente asesinados, y sus cadáveres arrojados a las calles de Roma como advertencia a quienes pensaran unirse a los illuminati. Acosados por la Iglesia, los restantes miembros de la hermandad se vieron obligados a huir de Italia.
Langdon hizo una pausa antes de concluir. Miró directamente a los ojos sin vida de Kohler.
—Los illuminati se hicieron todavía más clandestinos y empezaron a relacionarse con otros grupos de refugiados que huían de las purgas católicas (místicos, alquimistas, ocultistas, musulmanes, judíos...). Con los años fueron absorbiendo nuevos miembros, dando lugar a unos nuevos illuminati; unos illuminati más oscuros; unos illuminati profundamente anticristianos. Se hicieron muy poderosos. Su secretismo era mortal, practicaban ritos misteriosos, y juraron que algún día resurgirían y se vengarían de la Iglesia católica. Su poder creció hasta el punto de que la Iglesia llegó a considerarlos la fuerza anticristiana más peligrosa del mundo. El Vaticano acusó a la hermandad de Shaitan.